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sábado, 29 de marzo de 2014

DIHYA EN TAMAZGHA

DIHYA O DAMYA KAHINA




Contextualizando: TAMAZGHA (en lengua bereber) es un neologismo que hace referencia a la unión de estados entre los territorios del norte de África en los que han habitado y se han desarrollado distintas culturas bereberes. Abarca (trazando una línea en el mapa desde Canarias a Egipto) el área comprendida entre las Islas Canarias y el oasis de Siwa, en Egipto, como puntos extremos occidental y oriental respectivamente; y desde el Mediterráneo hasta el Sahel.

Dicha denominación, de ciertas connotaciones panbereberes, es utilizada por el movimiento amazigh, en contraposición al término arabocentrista de Magreb. Es también utilizada por ciertos sectores del nacionalismo canario más africanista.

Los berberófonos suman entre 40 y 45 millones de personas, según algunas estimaciones. Supondrían por tanto entre un 30 y un 45% del área propiamente magrebí, sin tener en cuenta a los tuaregs de Malí y Níger que suman más de un millón de hablantes.

En Canarias y en todos los territorios africanos de raíces bereberes, son cada vez más fuertes las voces de los defensores de la Tamazgha.

¿Sabían ustedes que en pleno siglo VII una intrépida guerrera mujer bereber fue quien hizo que su reino bereber derrotara al ejército de Hassan Ibn al Noman?

La reina guerrera Dihya, llamada "la Kahena", que al frente de los bereberes infligió, en la batalla de Meskiana de 693, una severa derrota al cuerpo expedicionario del emir Hassan Ibn al Noman, que se retiró hasta Trípoli. Sus dotes de sutil estratega pudieron más que la fuerza del ejército adversario (que eran más en cantidad y fuerza). Una mujer adorada por el pueblo bereber desde que en su temprana adolescencia se empezara a entrenar en las artes de la guerra, estudiara varias lenguas y se empapara de los modus operandi de los enemigos para así, conociendo brazo a brazo al enemigo, enfrentarse a él. Acercarse como amigo al enemigo para saber como piensa y luego derrotarlo, dicen que era su frase.

La primera parte de la conquista musulmana de España fue conducida por un contingente bereber compuesto casi en su totalidad por conversos, entre ellos el jefe Tarek ibn Ziyad, que dio su nombre al peñón de Gibraltar («Djebel Tariq»).

A principios del siglo VIII, ante la dominación omeya de todo el Magreb, varias tribús bereberes comenzaron a unirse en torno a Abu Qurra y se rebelaron contra la ocupación árabe. Su lucha continuó bajo diversas dinastías Khar bereberes en un conflicto que duró cerca de un siglo.

El siglo X, Ubayd Allah al-Mahdi fundó la dinastía fatimí en la baja Cabilia. Los fatimíes establecieron su autoridad en África del norte entre los años 909 y 1171 y fundaron un califato disidente de los abasíes de Bagdad.

Argelia estaba entonces bajo el control de los almorávides en una pequeña región del oeste, bajo los hamadíes en el centro, y bajo los ziríes al este. En 1152 una nueva dinastía bereber musulmana, los almohades, venció definitivamente los poderes reinantes. Estaban dirigidos por Muhammad ibn Tumart, su jefe espiritual, que sucede [Abd al-Mumin]]. Los almohades formaron uno de los imperios más poderosos del Mediterráneo, unificando el Magreb y Al-Andalus hasta 1269. A través de las grandes ciudades del litoral (Beja, Annaba, Argel...), se abrieron al occidente cristiano con que mantuvieron estrechos intercambios comerciales.

A raíz de la victoria definitiva de las tropas de los Reyes Católicos en 1492, una parte de la población de Al-Andalus es obligada a huir de la península ibérica. Si bien los mudéjares ya habían empezado a emigrar desde finales del siglo XV, la emigración hacia el Magreb se intensifica a partir de la Pragmática de 1502 que les obligaba a convertirse al catolicismo, pero sobre todo a partir de su expulsión completa en 1669. Los moriscos se refugiaron mayoritariamente tanto en Marruecos como en Argelia, países que desconocían por completo. La llegada de estas grandes familias en la mitad oeste de Argelia influyó profundamente en la cultura y en la vida social, y contribuyó a la construcción de las grandes ciudades y en la expansión de su economía.

lunes, 24 de marzo de 2014

UN CAFÉ CON LECHE Y UNA TORTILLA FRANCESA








Ayer, día domingo 23 de marzo de 2014 falleció D. Adolfo Suárez, el primer Jefe de Gobierno que tuvo España dentro de la DEMOCRACIA. Yo nací en 1979, un año después de hacerlo la Constitución Española. No nací en la DICTADURA gracias, entre otras personas, a DON ADOLFO SUÁREZ. ¡TANTO LES DEBEMOS A QUIENES NOS REGALARON LA DEMOCRACIA Y EL ESTADO DE DERECHO EN EL QUE VIVIMOS ACTUALMENTE! ¡GRACIAS! Y, allá donde esté, que descanse en Paz.

A las tres de la tarde hora canaria, cuatro de la tarde hora peninsular, EL REY procedió a dar su mensaje de condolencia por tal pérdida. Me quedo con una frase suya que lo simplifica todo:

" DON ADOLFO SUÁREZ, SABÍA CÓMO CEDER EN LO ACCESORIO PARA LLEGAR A LA CONCORDIA EN LO FUNDAMENTAL ".

Esta frase resume el espíritu de la DEMOCRACIA. Reconocer el pluralismo de ideas y puntos de vista, la diversidad, reconocer las diferencias, hacer gala de tolerancia y, sutil e inteligentemente, como buen estratega llegar (pese a las diferencias) a un consenso y, por ende, a la concordia.

En lo personal, según cuentan estos días en los mass media era una persona afectiva, cariñosa, altruista (se desvivía en hacer favores y ayudar al prójimo), y -hasta el final- profundamente enamorado de su esposa, a quien vio partir enferma de cáncer. Del mismo modo que falleciera una de sus hijas.Una persona sencilla que sabía vivir, siendo feliz con las pequeñas grandes cosas de la vida. Como,por ejemplo, deleitarse con un buen café con leche y una tortilla francesa bien hecha mientras leía la prensa.

No puedo dejar de copiar y pegar un artículo de Joaquín Prieto, que leía en EL PAÍS ayer 23 de marzo de 2014 y que, pienso, hace digna justicia a lo que tal personaje histórico significó para España:

http://politica.elpais.com/politica/2013/09/24/actualidad/1380044109_467419.html

Muere Adolfo Suárez, el líder que cambió la historia de España


Fallece a los 81 años el primer presidente del Gobierno de la democracia, que dirigió el cambio de un Estado dictatorial hasta la democracia


Joaquín Prieto Madrid 23 MAR 2014 - 15:05 CET1301


Fue el coraje hecho persona y el más firme defensor de los valores del diálogo y del consenso. Pero por encima de todo, Adolfo Suárez González, que ha fallecido este domingo 23 de marzo a los 81 años tras una larga enfermedad neurodegenerativa, entra en la Historia por haber dirigido un auténtico cambio en el curso de los asuntos públicos de España, que transitó desde el Estado dictatorial hasta la democracia constitucional en solo dos años y medio, a pesar de la intensidad de los esfuerzos de la extrema derecha y del terrorismo de ETA y del GRAPO para impedirlo, y de las conspiraciones de franquistas atrincherados en el inmovilismo.


El portavoz de la familia, Fermín Urbiola, con la cara desencajada ha hecho el anuncio oficial a las puertas de la clínica Cemtro de Madrid ante los medios congregados. Urbiola, en un breve parlamento, ha tenido que improvisar la confirmación de la muerte del expresidente y ha dado las gracias en nombre de la familia, informa Fernando J. Pérez. Los médicos han precisado que ha fallecido por el "deterioro neurológico".


La capilla ardiente para despedir al expresidente estará instalada desde este lunes a las diez de la mañana y durante 24 horas en el Congreso de los Diputados, donde la bandera ondea ya a media asta. Al día siguiente, el féretro con los restos de Suárez será trasladado a la catedral de Ávila, donde se celebrará una misa en su memoria y será enterrado en el claustro del templo junto a su esposa y junto al que fue presidente de la República en el exilio, el historiador Claudio Sánchez Albornoz. Además, el Gobierno ha decretado tres días de luto oficial, según ha anunciado el presidente, Mariano Rajoy.

Todos los partidos políticos de todo el espectro ideológico han reconocido el papel de Adolfo Suárez y su aportación a la democracia. Al reconocimiento de las formaciones políticas se sumaron los presidentes autonómicos con comunicados o declaraciones. El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ha asegurado que el "mejor homenaje" que los españoles pueden rendir a Adolfo Suárez tras su fallecimiento es "seguir el camino que él marcó: de entendimiento, de concordia y de solidaridad entre españoles".


El hombre que capitaneó la Transición


Un golpe de timón del rey don Juan Carlos fue precisamente lo que desbloqueó el camino de una reforma política que tuvo muchos padres. Suárez había redactado una hoja de ruta de la futura democracia, “unas cuartillas” que puso en manos del Rey en el mayor de los secretos, según afirma su círculo íntimo. Esa versión contrasta con las Memorias póstumas de Torcuato Fernández Miranda, el maduro profesor que ofició de mentor político de don Juan Carlos en sus primeros años como Rey, en las que se atribuye a sí mismo el papel de diseñador de la Transición. Líderes de la izquierda, como Felipe González y Santiago Carrillo, también participaron de lleno en las decisiones de la Transición, y aunque más tardíamente, también hay que reconocer el papel de Manuel Fraga.

Pero lo cierto es que nada hubiera sido posible si Suárez, al frente del segundo Gobierno del Rey, hubiera titubeado o se hubiera atascado en la conducción del proceso durante el año escaso que transcurrió entre su nombramiento como jefe del Gobierno y las elecciones del 15 de junio de 1977. Decidió una primera amnistía de presos políticos, disolvió el Movimiento Nacional, legalizó a los partidos que pugnaban por la democracia; socialistas y comunistas contuvieron a los más radicales y Suárez se fajó para que las estructuras franquistas se hicieran el haraquiri, como un general que tuerce el brazo a sus tropas, siempre por el procedimiento "de la ley a la ley". De ahí la inquina que le guardaron los elementos inmovilistas.


El rey Juan Carlos y el presidente del Gobierno Adolfo Suárez, en 1976.
Don Juan Carlos despidió a Carlos Arias, su primer presidente del Gobierno, el 30 de junio de 1976. Este no había presentado la dimisión, pero tampoco se resistió. En las jornadas sucesivas, Fernández Miranda maniobró para hacer posible que los consejeros del Reino incluyeran el nombre de Suárez en el trío de propuestas para nuevo presidente ("terna", en la jerga de la época). Era un asunto delicado porque, según la legislación de la dictadura, el jefe del Estado solo podía designar a uno de los tres que le propusiera aquel órgano dominado por franquistas de toda la vida. De ahí la habilidad con que Fernández Miranda condujo las deliberaciones para que el nombre de Suárez figurase como si fuera de relleno. Al término, anunció: "Estoy en condiciones de ofrecer al Rey lo que me ha pedido", sin especificar en qué consistía. El secreto se guardó hasta el día en que el Monarca convocó a Suárez a La Zarzuela para pedirle "el favor" de aceptar la presidencia del Gobierno. Y al futuro conductor de la Transición solo se le ocurrió esta primera respuesta: "¡Por fin!".

Suárez contaba entonces con 43 años. Criado políticamente en el Movimiento Nacional (el partido único de Franco, un magma de falangistas, sindicalistas verticales y cargos públicos), llevaba nueve dedicado a la política. Había comenzado como procurador en Cortes (hoy, diputado) por Ávila, su provincia natal, hasta desempeñar la secretaría general del Movimiento en el primer Gobierno del Rey. Una trayectoria con poco brillo y demasiada juventud para la élite intelectual y funcionarial de la época, que compartió con la oposición clandestina, sin quererlo, la impresión de que el Rey había cometido el error de su vida.


"Obrad sin miedo"

Eso dijo el Rey en la primera reunión del Consejo de Ministros formado por Suárez, según testimonio de su entonces vicepresidente, Alfonso Osorio. No habían transcurrido dos semanas desde la designación cuando el nuevo Ejecutivo anunció la celebración de elecciones en menos un año, y se fijó el plazo máximo del 30 de junio de 1977. Abandonada la titubeante reforma política del Gobierno anterior, el nuevo proyecto pasaba por establecer un objetivo más claramente democrático. La base para ello salió del cerebro de Fernández Miranda, lo que él mismo llamó el documento "sin padre". Por corto que parezca ahora el objetivo, se trataba de elegir un Parlamento por sufragio universal, por primera vez desde 1936. Para conseguirlo era necesario que las Cortes franquistas lo aprobaran por mayoría de dos tercios. En el intento de salvar obstáculos, Suárez protagonizó el 8 de septiembre una reunión con el alto mando militar de la que salió la versión de que el presidente había prometido no legalizar al PCE. Por eso cuando lo hizo, nueve meses más tarde, una parte del alto mando se sintió traicionado y le pareció pretexto suficiente para protagonizar un conato de rebelión.

Primero fue la ley de reforma política, negociada no con la oposición ilegal -aunque se le tuvo al corriente- sino con Alianza Popular, el grupo que acababa de fundar Manuel Fraga y que contaba con 200 procuradores en las Cortes franquistas. El 18 de noviembre de 1976, una gran mayoría de procuradores en Cortes (425 a favor, 59 en contra, 13 abstenciones) aprobó la ley que autorizaba al Gobierno para convocar elecciones a Congreso y Senado, salvo 40 senadores reservados a la designación del Rey. Inmediatamente se convocó un referéndum de ratificación, que contó con una participación del 77% (pese a la abstención solicitada por la oposición), de los cuales votó a favor el 94%.


Suárez consiguió una gran victoria tras torcer el brazo a sus propias tropas. Ese triunfo reforzó al presidente del Gobierno frente a Fernández Miranda, que se había limitado a actuar en la sombra. Ahí comenzó el distanciamiento entre los dos. Suárez tomó decididamente las riendas de la negociación de las condiciones en que iban a celebrarse las primeras elecciones, la legalización de los partidos clandestinos (no todos, pero sí los que se suponía más potentes) y los preparativos para las urnas. El terrorismo de ETA, de los GRAPO y de la extrema derecha se abatió sobre el incipiente proyecto democrático, pero eso no impidió la legalización de los principales grupos de izquierda que iban a ser la base de la estructura política del Estado reformado. El 9 de abril de 1977 quedó legalizado el Partido Comunista, poco después de que fuera retirado el gigantesco yugo y las flechas instalado en la madrileña Alcalá 44, la sede del partido único (hasta entonces).

El 11 de abril dimitió el ministro de Marina, almirante Pita da Veiga, y el 12 se produjo la reunión del Consejo Superior del Ejército que expresó la "repulsa general" a la legalización del PCE "en todas las unidades del Ejército". La publicación de este comunicado militar coincidió con la primera reunión pública del PCE en Madrid, que trató de contrarrestar la movida militar colocando la bandera rojigualda en la misma sala donde estaba la bandera roja. Su secretario general, Santiago Carrillo, hizo una ostensible declaración de reconocimiento a la Monarquía. La mayoría de la prensa, que en enero había publicado un editorial conjunto contra la desestabilización, volvió a difundir otro en abril, No frustrar una esperanza, en defensa de la democracia y de la neutralidad de los militares.

El presidente del Gobierno confirmó la voluntad de ir a las elecciones. Él mismo quiso competir en ellas: carecía de partido político alguno, pero desembarcó en una coalición de 14 grupos (democristianos, liberales, socialdemócratas) que pululaban bajo el nombre de Centro Democrático y, sobre la base de desplazar a su figura principal, José María de Areilza, se alzó con el mando de la improvisada UCD. También entró ahí mucha gente suya, a la que se llamó los azules por el color de la camisa falangista. De la campaña a las elecciones de 1977 data una de sus frases más famosas, "puedo prometer y prometo", sugerida por su colaborador Fernando Ónega.

Bipartidismo imperfecto

Los resultados del 15-J diseñaron aquel "bipartidismo imperfecto" que perdura todavía, con un partido dominante pero sin mayoría absoluta (UCD) que obtuvo 166 diputados, en todo caso muchos más que la Alianza Popular de Manuel Fraga, que se quedó en 16. Mientras, el PSOE se alzaba con la hegemonía de la izquierda, 118, frente al PCE de Santiago Carrillo, que logró 19. La coalición nacionalista de Jordi Pujol obtuvo 11 y el PNV, 8.

Sin mayoría absoluta, pero al frente de la fuerza dominante (UCD), Suárez se lanzó en múltiples direcciones. Por una parte trató de reforzar su autoridad sobre UCD, empujando a sus diversos partidos hacia la disolución a favor de la unidad, apoyándose para la tarea de gobierno en un número dos de confianza, Fernando Abril Martorell. Por otra, reconoció la legitimidad de la Generalitat de Cataluña en la persona de su presidente en el exilio, Josep Tarradellas. Y al tiempo, lanzó a la arena pública el invento del "consenso", cuyo primer fruto fueron los pactos de la Moncloa (otoño de 1977), que reunieron a un amplio abanico de partidos y sindicatos en un acuerdo frente a la crisis económica.


La Constitución fue el segundo fruto del consenso. Fue elaborada a lo largo de 1978, mientras la derecha y parte de los centristas rechinaban contra Suárez, su poder y su actitud presidencialista. El malestar militar iba en aumento y el terrorismo etarra dejó bien claro su intento de acabar con la incipiente democracia. En esas condiciones se cerró el acuerdo de la Constitución y se celebró el referéndum por el que se aprobó, el 6 de diciembre de 1978.

Ni la participación en el referéndum fue demasiado elevada (67%) ni se consiguió el apoyo del PNV al texto constitucional, que optó por la abstención en el País Vasco. En todo caso, se consideró un gran triunfo haber llegado a promulgar una Carta Magna elaborada con participación activa de la derecha (AP), el centroderecha (UCD), el socialismo, el comunismo y el nacionalismo catalán. Pero ahí se acabó el consenso. A partir de ese resultado compartido, cada sector político decidió continuar su propio camino. El presidente disolvió las Cortes constituyentes, convocó nuevas elecciones y volvió a ganarlas en marzo de 1979, en términos similares a las precedentes: sin mayoría absoluta, pero otra vez en posición dominante.

El tren se atasca

El resultado de las elecciones de 1979 marcó una ruptura nítida entre Adolfo Suárez y el grupo socialista situado en torno a Felipe González, cargada de consecuencias para el futuro. Suárez cerró la campaña electoral con una intervención televisada en la que atacó al PSOE como un defensor del "aborto libre", "la desaparición de la enseñanza religiosa" y "una economía colectivista". Felipe González le devolvió la pelota en la sesión de investidura de Suárez, exhibiendo su pasado en el Movimiento Nacional. Un año más tarde, la moción de censura socialista contra Suárez no obtuvo votos suficientes para derribarle, pero le fragilizó. Las posiciones dentro de UCD se dividieron; la ley del divorcio y la del Estatuto de Centros Docentes tropezaron con la oposición interna de los democristianos. La opinión publicada de la época usó las palabras desilusión y desencanto para referirse a la situación del país en 1980. El ambiente de confusión y malestar caló en la opinión pública, que retiró rápidamente el apoyo a Suárez, según las encuestas de la época.

Si la clave del consenso había sido una reforma democrática compartida por la derecha civilizada, la izquierda y el nacionalismo catalán, a finales de 1980 el presidente del Gobierno ya no tenía fuerza para convencer a los barones de su propio partido. Las conspiraciones militares y cívico-militares avanzaban a buen ritmo. Los principales banqueros presionaban a parte de UCD para que abandonara a Suárez —que acaba de implantar una política fiscal digna de tal nombre—. "Querían que nos incorporásemos a la derecha pura y dura, es decir, al grupo de Alianza Popular", ha explicado el democristiano Fernando Álvarez de Miranda en sus Memorias. El trato entre el Rey y Suárez se enfrió: el presidente quería ser el responsable constitucional de un Rey que se le escapaba, fiel a la idea de que prefería atribuir los éxitos del Gobierno a la Corona y sus fracasos, al propio Gobierno. Y el terrorismo etarra continuaba su tarea de demolición implacable de la confianza en la democracia.

A finales de enero de 1981, Adolfo Suárez decidió tirar la toalla y renunció a la presidencia del Gobierno. Esto aceleró el nerviosismo de los implicados en las diversas conspiraciones militares en marcha. Desconocedor de lo que se tramaba, asistió como presidente dimisionario a la segunda y definitiva votación de investidura de su sucesor, Leopoldo Calvo Sotelo, el 23 de febrero de 1981, cuando el entonces teniente coronel Antonio Tejero asaltó el Congreso al frente de cientos de guardias civiles. Ahí resurgió el mejor Suárez, el hombre arrojado que se enfrentó a los asaltantes sin más respaldo que el de su valor personal frente a las armas sublevadas.


Adolfo Suárez jura su cargo ante el Rey en 1976. / EL PAÍS

Salió prestigiado de aquella prueba, pero en realidad fue su canto del cisne: el
animal político de raza intentó recuperarse y ya no pudo. España dejó caer al líder genial, considerando que su tiempo había pasado y otros protagonistas pugnaban por abrirse paso. Todavía construyó otro partido, el Centro Democrático y Social (CDS), pero los resultados fueron mediocres. Suárez se retiró del primer plano de la política en 1991 y se refugió en un discreto despacho profesional como abogado. En 2003 empezó a sufrir los síntomas del Alzheimer y la noticia, mantenida en la discreción por su primogénito, Adolfo, se hizo pública 1 de junio de 2005.

Y a partir de entonces todo han sido homenajes y reconocimientos al estadista, al hombre adecuado en el momento oportuno, sublimado en la consideración pública por la nostalgia de un tiempo en que los conflictos políticos se resolvían por el diálogo y la negociación, en una España donde la crispación era de los extremismos y no afectaba a las corrientes centrales de la política. En todo caso, nadie puede regatearle méritos a Adolfo Suárez en la obra de haber conducido el tren de la Transición sin que descarrilara. Y sin conocer la vía por la que circulaba. Como recuerda su biógrafo Juan Francisco Fuentes, Adolfo Suárez había dicho que no había modelos nacionales o internacionales que pudieran servir de falsilla para la transición española, y por eso dijo: "Nosotros fuimos nuestro propio antecedente"




EN LOS GIGANTES, A LUNES 24 DE MARZO DE 2014.

ANA NAYRA GORRÍN NAVARRO.

viernes, 21 de marzo de 2014

TALGO

Anoche, escuchando Radio Nacional de España en una de mis tantas noches de insomnio, escuché algo que nunca había escuchado antes. ¿Sabían ustedes que el creador del primer tren metálico fue un español? ¿Y que antes de 1944 los trenes eran de madera?

Alejandro Goicoechea Omar nació en Elorrio (Vizcaya) en 1895. Tras cursar los estudios de bachillerato en el colegio de los padres jesuitas de Orduña ingresó en la Escuela de Ingenieros del Ejército, en Guadalajara. Al terminar los estudios, con el grado de teniente, fue destinado al regimiento de ferrocarriles de Madrid.Ya entonces estaba fascinado por los trenes, que había conocido bien a través de los Ferrocarriles Vascongados desde su adolescencia. Esta atracción hizo que a los 25 años se apartara del Ejército, con el grado de capitán, e ingresara en la Compañía de los Ferrocarriles de La Robla a Valmaseda (León), donde trabajó durante 20 años, y donde desarrolló las ideas que luego le convertirían en uno de los más conocidos inventores españoles.

Antes de continuar, he de decir que en el programa de radio llamado LA NOCHE EN VELA (con Pilar Tabares), se hizo un recorrido por toda la biografía de tal talento español. No obstante, les plasmo aquí sintetizadamente lo que más recuerdo y, por ende, lo que más me llamó la atención.

Trabajando en los Ferrocarriles de La Robla a Valmaseda, el Sr Goicoechea fue triste testigo de un grave accidente ferroviario. La gravedad del accidente, según él, se podía haber mitigado si los trenes no hubieran sido de madera (las maderas y vigas ocasionaron destrozos en las personas). Es así como empezó a rumiar la idea de crear un tren ligero y metálico que fuera más rápido y seguro.

En su empeño por hacer realidad tal idea, buscó financiadores de su invención. Es así como hace amistad con José Luis Oriol, arquitecto y afamado empresario, también vizcaíno.

En España no existía tecnología suficiente para construir un tren metálico. Por ello y de la mano de su paisano, el afamado empresario y arquitecto (que tenía poderosas amistades en New York), viajan a EEUU para buscar empresas que respaldaran su proyecto.

El 28 de octubre de 1942, el ingeniero y el empresario fundan PATENTES TALGO (siglas de Trenes Alejandro Goicoechea). Tras dos años de intentos fallidos y de muchas pruebas, por fin el 18 de noviembre de 1944 comienzan a rodar las primeras unidades totalmente operativas de trenes metálicos.

En New York los dos artífices españoles siguen buscando financiar el proyecto de introducir tales trenes en España. Y es así como en 1945 una empresa de New York se hace cargo de tal idea y llegan a España los primeros trenes metálicos.

Es increíble, ¿cómo puede ser que yo tenga 34 años y que jamás haya leído esto ni se me haya enseñado en la EGB, ni en BUP, ni en COU ni en los años de Derecho que cursé en la ULL?

¿POR QUÉ NOS QUEREMOS TAN POCO LOS ESPAÑOLES?

ANA NAYRA GORRÍN NAVARRO.

En Los Gigantes, a viernes 21 de marzo de 2014.

martes, 18 de marzo de 2014

COSECHANDO AMIGOS/AS





Me gusta ir por la vida con el corazón abierto. Soy muy proclive a encariñarme rápido con las personas. Algo que puede llegar a ser una peligrosísima virtud.

Por algún motivo, las personas confían en mí tan rápido como yo me encariño con ellas. Y, por la misma razón, me cuentan abiertamente todo, incluso lo que jamás desearía escuchar. Especialmente cuando afecta a otras personas. Y ahí yo he de hacer acopio de mi buen autocontrol y gestionar la privacidad de otras personas. Porque si no, dejaría de ser yo. Si confían en mí, no soy quién para poner en peligro lo que pertenece a la esfera de lo más íntimo de esas personas que tantas cosas me confiesan. Salvo que, directamente, me afecte a mí. En esas ocasiones me gusta ir de frente y hablar con la persona implicada.

Estoy cerca de cumplir 35 años. He tenido experiencias dolorosas que me han curtido el alma. No obstante, sigo conservando mi esencia. No hay nada más bello que no guardar rencor a nadie, que tratar de que todos y todas vean en ti un amigo/una amiga incondicional. Dar alegría, cariño y ternura a quienes te rodean siempre tiene consecuencias, positivas siempre.

Como dice mi amiga Elena: aplica a todo LA TEORÍA DE LOS ESPEJOS. Si das amor, amor recibes. Si das odio, odio atraerás. No siempre esto funciona con todas las personas, pues hay que tener en cuenta que también existen personas desequilibradas mentalmente o, simplemente, malas de corazón, y por más que les des amor, ahí los tienes dándote odio.


Que de ti emane buena honda y buena honda recibirás.

Aún no asimilo que la persona a la que tanto amé sea mi enemigo. No puede ser...Ojalá la vida gire esta tortilla y al final todo sea como quiero. Acabando lo que empezó como amor, con una bella amistad duradera de por vida. Es que, me duele que no sea así. Máxime teniendo en cuenta lo que simboliza él en la vida de la persona que más quiero en el mundo. TENEMOS QUE DAR TIEMPO AL TIEMPO, QUE LA LEY ACTÚE ENFRIANDO TODO Y, AL FINAL, OJALÁ, PODAMOS SER AMIGOS. EN MI CORAZÓN JAMÁS ESTUVO LA VOLUNTAD DE TENER ENEMIGOS. NO ES MI NATURALEZA. SOY LA QUE SIEMPRE ESTÁ PARA MIS AMISTADES, SOY A QUIEN LLAMAN LLORANDO EN MITAD DE LA MADRUGADA PARA CONTARLE PENAS Y YO ESCUCHO CON TERNURA Y DOY MI OPINIÓN.

No hay nada más bello, que girar la vista atrás y ver en tu memoria noches de fiesta con amigos y amigas. Risas sanas en compañía de gente buena.

No hay nada más bello, que saber que no odias a nadie y que nadie te odia. Que, al recordarte, esbozan una sonrisa.















domingo, 9 de marzo de 2014

SALIRSE DE LO CONOCIDO

El famoso escritor brasileño Paulo Cohelo escribió:

<< SI PIENSAS QUE LA AVENTURA ES PELIGROSA, PRUEBA LA RUTINA:¡ES MORTAL! >>



Y es así, la rutina adormece la mente, mata tu creatividad, ahuyenta la imaginación y acrecenta el automatismo. Se pierde conciencia de lo vivido, de la misma vida. Todo el tiempo se convierte en un reloj de arena que se desvanece exhausto de aburrimiento, derramando cada grano de fina arena sin a penas oportunidad de percatarse uno del mismo paso del tiempo.

Nos encasillamos en nuestro hermetismo diario y la rutina es el secundero que adoctrina todo nuestro tiempo. No nos deja salirnos de lo conocido y, por ende, nos llena de miedo ante lo desconocido. Que, no por serlo ha de ser malo o menos bueno que lo ya establecido y conocido.

Y luego vienen los miedos, esos asesinos de sueños. Fantasmas categóricos que aniquilan toda capacidad de dibujar futuros escenarios impregnados de positividad y óptimos resultados: metas realizadas.

Cuando dejas de soñar, cuando la rutina es tu día a día, cuando te da miedo innovar o el nacimiento de una nueva idea, cuando no quieres afrontar riesgos por miedo a un posible fracaso, cuando dejas de experimentar y descubrir mundo, cuando ya no quieres explorar a tu alrededor, cuando ya no quieres abrir más ventanas sino cerrar las abiertas (no sea que por ellas entren "cosas malas"). Cuando todo esto pasa, es porque has dejado de vivir. Te has convertido en una MOMIA petrificada y bloqueada por la involución del tedio. Por la rutina, por los miedos. ¡Estás muerto/a en vida!

Percatarse de ello, tomar las riendas de tu vida y darse cuenta de que sólo tú eres el dueño/la dueña de tu destino. Que el timón de tu vida, sólo tú lo manejas. ¡No es fácil, pero te lo debes! Porque la vida pasa muy deprisa y el tiempo vivido nunca vuelve. Cada noche cuando te acuestas queda atrás un tiempo que no volverá jamás.

Vivir cada momento, exprimiendo a tope cada segundo. Dando sólo amor y haciendo el bien, no importa a quién.

No esperar que el mundo cambie por arte de magia, sino con nuestro vivo ejemplo.

Salirse de lo conocido y explorar lo desconocido. Con cautela, sí, pero explorando al fin y al cabo.

Dando oportunidad al CRECIMIENTO PERSONAL INCESANTE.