Mi dulce abuela, Jacinta. Para mis primos/as MamiChinta, para mis hermanos y para mí; Chinty. Recuerdo la de tardes que pasaba junto a ella cuando cada tarde venía a casa de mi madre a Los Gigantes desde su granja en La Caldera. ¡Cómo disfrutaba los fines de semana junto a mis primos/as en esa casa inmensa en medio de una finca (granja), llena de perros, gatos, patos, pavos reales, cabras, gallinas, cerdos,.... Mi familia Navarro Díaz eran autosuficientes. Tenían plantaciones de plátanos, naranjas (¡Dios, las mejores naranjas que he probado en mi vida, qué jugosas y sabrosas!), aguacates (¡maravilla de aguacates tan mantecositos que se derretían al untarlos sobre el pan en bocadillos!), nísperos, mangas, limones,tomates,... Recuerdo el sabor del delete, la primera leche de las cabras recién paridas, como un manjar inolvidable. Recuerdo ver a mi abuela haciendo quesos de cabra y admirarla en su trabajo. Esa mujer tan alta, tan elegante, tan rubia. ¡Parecía sueca! Mi abuela Jacinta era muy bella de joven, ¡y siempre tan coqueta! Queriendo estar siempre peinada de peluquería, con las uñas bien pintadas y con sus pendientes, pulseras y collares a juego que no le faltaran jamás para salir a la calle. Por las mañanas mientras hacía de ama de casa (se levantaba cada día a las cinco de la madrugada junto a mi abuelo y no paraba en todo el día) iba en traje de andar por casa (como les decía ella), alpargatas (de las que antes se usaban para estar dentro de casa y era una vergüenza salir con ellas y, curiosamente, ahora está de moda salir hasta para una boda con ellas - aunque debidamente tuneadas-) y siempre con un delantal y todo el cabello recogido en un moño alto. Luego por las tardes cuando salía no tenía nada que ver, en su imagen física, con la ama de casa de por las mañanas. Se arreglaba el pelo cada dos o tres días en la peluquería, se hacía la manicura y la pedicura, vestía muy elegantemente y como ya dije arriba, JAMÁS SALÍA DE CASA SIN PONERSE PENDIENTES (de los largos, de colgar, que según ella eran más elegantes), COLLAR Y PULSERA A JUEGO.
Ella, como todas las mujeres de su época, sabía coser y tejer. Y como había enseñado a mis tías y a mi Madre (que hace unas ropas increíbles y a quien a cada dos por tres le estoy pidiendo que me haga una falda, o un traje o una blusa) pretendía que yo hiciera lo mismo. Pero a mí me aburría y a penas conseguí hacer una o dos bufandas de lana a "punto bobo".
También me insistía mucho en que cultivara mi lado femenino. En que fuera femenina a rabiar. Me decía que una mujer no puede salir a la calle sin estar arreglada o con aspecto de descuidada. "Una ha de guardar siempre la compostura, no importa cómo estés por dentro, no deben notarlo los demás", me decía siempre. En esos momentos, teniendo yo la edad que tenía, no le daba importancia a lo que me decía y hasta me sonaba cursi y ridículo. Hoy en día, con mis 37 años, esas palabras que ella creía que no me llegaban, me han llegado con toda su fuerza.
Mi abuela ahora mismo tiene su mente viajando por el pasado. El Alzheimer y la Demencia senil han hecho que ni siquiera me reconozca cuando la voy a visitar. Pero yo atesoro en mi interior las tardes que pasaba junto a ella en mi casa paterna y los fines de semana en la granja LA CALDERA. Porque para mí la palabra LA CALDERA en ese momento (antes de que fuera el pueblo que hoy es) era solamente la casa de mis abuelos, me parecía el mismo paraíso que veía Heidi con sus ovejitas y su abuelo en la afamada serie de dibujos animados.
Tantas broncas me echaba mi abuela cuando de niña no quería ponerme pendientes, collares y pulseras a juego para salir a la calle, que hoy en día he cogido la manía de no salir a la calle sin ellos. Al menos para ir a trabajar, pues yo al contrario que mi abuela ejerzo de ama de casa por las tardes y por las mañanas trabajo. Por las tardes, metida en las labores de mi casa, voy vestida como una hippy zarrapastrosa del metro de Madrid, como me dice un amigo medio en guasa medio en serio y hasta salgo a la calle (a la playa, al parque con mi hijo, a pasear al perro,....) vestida así sin pudor alguno (pero con la voz interior que me dice: ¡Ay, si te viera tu abuela Chinty!).
Ella también me decía que cada noche antes de acostarme me pusiera CREMA NIVEA. Recuerdo su frase: ¡Mira Nayra, da igual que no sea cara, esta crema es la mejor del mundo para que no te arrugues! Y, sobre todo, ¡NO COJAS SOL, ESCÓNDETE DE ÉL TODO EL TIEMPO!
Ella tenía una obsesión con no coger sol. Para ella la piel blanca y tersa era bella. Y decía que el sol arrugaba mucho a las mujeres (sí, ella era muy sexista y diferenciaba mucho entre hombres y mujeres). Decía que la piel de una mujer no soportaba igual las horas de sol que un hombre. Al igual que me pedía encarecidamente QUE NUNCA, BAJO NINGÚN CONCEPTO, COMENZARA A FUMAR. "Fumar es feo para una mujer, además te arruga y afea mucho". Recuerdo que cuando veíamos películas y salían mujeres fumando gesticulando marcadamente con su mano o con su boca al exhalar el humo del tabaco, ella decía con su marcado acento canario: ¡Mira tú "pa´ ray", cosa vulgar una mujer fumando! Y yo la miraba con asombro sin entender por qué se enfadaba y recuerdo que siempre le contestaba : ¡Abuela, deja a la gente que haga lo que quiera! Y ella me decía: ¡Pero tú no fumes, que te arrugas como una pasa antes de tener los 30!
Ella era una mujer de otra época, pero hoy en día me doy cuenta de que tengo que inspirarme mucho en la fuerza de esas mujeres canarias del campo que sacaban ellas solas adelante a tantos hijos mientras sus maridos estaban en Venezuela o en Cuba porque habían emigrado. Esas mujeres que seguramente muchas noches se dejaban dormir llorando pero que antes de que saliera el sol y cantaran los gallos al día siguiente, se despertaban con una sonrisa, preparaban el desayuno a sus hijos y se ponían a trabajar el campo y los animales para ser autosuficientes. Tejían y fabricaban sus propias ropas y las de sus hijos, iban a los mercados a vender los productos de sus propias granjas, eran mujeres de negocios lidiando con los precios para venderlos al precio más alto y se las apañaban solas ante la presencia de padres ausentes emigrantes. Aunque luego, al regreso de éstos, todas las medallas de los logros de sus hijos, se las colocara la misma sociedad en el pecho del hombre. Y detrás de ese hombre, ELLA, la figura esbelta de mi sabia abuela. La rubia alta y elegante que en sus tiempos de juventud parecía una top model europea.
Ella también me decía: ¡ESTUDIA NAYRA, ESTUDIA Y TEN UN TRABAJO, NO TE QUEDES ENCERRADA EN UNA CASA! ESTUDIA UNA PROFESIÓN PARA QUE NO TENGAS QUE DEPENDER DE UN HOMBRE.
Y en esto mi abuela, seguramente porque ella en el fondo siempre deseó salir de ese barranco en el que se crió y pasó toda su vida. Ese barranco de La Caldera que, pese a que era su amor y su tierra, estoy segura de que cuando era joven, se le quedó chico y fue su jaula. Y, seguramente, soñó con ser como su hermana Carmelina que emigró a Venezuela junto a su marido y vivió en Caracas, esa gran ciudad que en aquél entonces no tenía nada que envidiar a ninguna ciudad europea. Justo en el momento en que Venezuela era todo progreso, no como ahora. Y, seguramente, soñó con ir como su hermana le contaba en esas entrañables cartas de antaño, con ir al teatro, al cine, a un auditorio a escuchar un concierto. A ir a la escuela para adultos y estudiar , por qué no, una carrera universitaria. Mi abuela no era analfabeta, pero por su fuerza en no serlo. Consiguió que de niña le enseñaran a leer, escribir, sumar, restar, multiplicar y dividir. Aprendió casi autodidácticamente lo que sería la Educación General Básica y siempre albergó un deseo por estudiar y aprender. Deseo que transmitió a sus hijos. Sobre todo sus hijas, mis tías y mi madre, estudiaron y aprendieron profesiones, yo creo que en gran parte gracias al eco de la voz de mi abuela que retumbaba en sus cabecitas todo el tiempo, como retumba en la mía aún hoy tras tantos años.
Ojalá mi abuela sea feliz ahora mismo. Me llena de tristeza imaginarme que no lo es. En el viaje en el que se encuentra su mente, ojalá de vez en cuando recuerde las tardes que pasábamos juntas en la casa de mis padres, en el jardín trasero, en el césped. Conversando de tantas y tantas cosas y pasando las más dulces de las tardes de mi infancia.
PARA TI ABUELA CHINTY. SIEMPRE FUISTE DIDÁCTICA Y ALECCIONADORA CONMIGO. GRACIAS POR ENSEÑARME LA DUREZA DE SER MUJER PERO GRACIAS SOBRE TODO POR ENSEÑARME MIL TÁCTICAS DE GUERRA PARA SUPERAR LAS ADVERSIDADES QUE , MUCHAS VECES , TENGO EN MI VIDA.