Un mes que, por lo general, para mí siempre es dulce: las vísperas de las Navidades y ese halo dulce y cálido que todo lo colma, con la decoración navideña en las grandes ciudades ya expuesta, las primeras noches gélidas del año, las incipientes lluvias y las inolvidables tardes de chocolate caliente con marshmellows o malvaviscos (¡se nota que he vivido siempre en un pueblo de extensa colonia británica!) acurrucada en el sofá, con un buen libro y envuelta en una enorme, suave y calentita manta.
Pero este año hay un ambiente diferente. La pandemia que ha paralizado al mundo aún se mantiene latente y amenazante. Las reuniones familiares se han restrigido a un máximo de diez personas y aún está por ver si no nos pondrán más medidas restrictivas (toque de queda, por ejemplo). Hasta ahora en Canarias hemos vivido una situación relativamente privilegiada en relación a las cifras de este virus mundial desolador. No obstante, con el frío y las gripes estacionales se prevé que las cifras asciendan negativamente.
Yo sigo en ERTE, aunque de lunes a viernes me mantengo en mi antiguo horario laboral cursando formaciones diversas que me permitan aprovechar el tiempo y no sentir que este año ha sido una pérdida no solo de dinero sino de tiempo. Por las tardes voy dos veces en semana a la Escuela de Idiomas y el resto de días llevo y traigo a mi hijo a sus actividades extraescolares que tan lejos están de mi municipio. Saboreo con placer cada uno de estos momentos pues sé que en nada mi hijo se adentrará en la vida adulta y cada vez participaré menos en sus quehaceres diarios. Así, cuando llega el fin de semana me libero de rutinas y me relajo ; comidas familiares o de amigos/as (siempre los habituales), caminatas larguísimas junto a mis perros, series de Netflix u horas leyendo el libro del momento (cada mes procuro leerme uno o dos libros, a veces hasta más). Pero evito ir a sitios concurridos, bares que antes frecuentaba y ya no, y un sinfín de actividades que antes hacía y ahora evito por la pandemia.
Cada uno con su carácter: Braco (Stanford americano con Bulldog inglés) no es de mimos ni caricias - en todo caso te pone el culo para que le rasques justo donde comienza el rabo- y Mak (Border Collie) parece un gato mimoso, siempre a tus pies buscando tu atención física.
Y quisiera pensar que cuando entremos en 2021 todo lo malo del 2020 quedará atrás, pero me temo que no, que tardaremos en recuperar nuestras vidas anteriores. A veces las preocupaciones me han quitado el sueño, por lo que he empezado (de un tiempo a esta parte) a tomar melatonina en pastillas media hora antes de dormir cada noche y, ¡remedio santo!, duermo toda la noche del tirón como un bebé, abrazada a mi almohada en forma de U invertida y fantaseando con que es el hombre, que aún no he conocido pero con quien me acabaré casando, quien me abraza y sobre quien apoyo mi pierma. PD: Tengo un ex con quien me llevo muy bien y que todavía me dice que a veces siente el peso de mi pierna apoyado en su cuerpo mientras duerme (¡tremendo trauma le dejé, jeje!).
Con todos los sueños rotos, los miedos y los momentos de terror, este año ya está llegando a su fin. No nos queda más remedio que mantener la esperanza y no permitir que nada ni nadie apague la llama de la ilusión que ha de arder perpetua en nuestra mirada.
¡Feliz final de noviembre para todos, que Dios les colme de salud, fortaleza mental y física y, ante todo, espíritu crítico y serenidad!