viernes, 12 de julio de 2024

La oveja negra, de Italo Calvino.

 

Hay un escritor italiano, autor de una novela que me encanta titulada “El vizconde demediado”, que tiene una fábula excelente. Se las transcribo aquí y posteriormente la analizaré, esperando vuestro feedback y comentarios:

 



La oveja negra, de Italo Calvino.





Érase un país donde todos eran ladrones. Por la noche cada uno de los habitantes salía con una ganzúa y una linterna sorda para ir a saquear la casa de un vecino. Al regresar al alba cargado encontraba su casa desvalijada. Y todos vivían en concordia y sin daño porque uno robaba a otro y éste a otro y así sucesivamente, hasta llegar al último que robaba al primero.

En aquel país el comercio sólo se practicaba en forma de embrollo, tanto por parte del que vendía como del que compraba. El gobierno era una asociación creada para delinquir en perjuicio de los súbditos. Y por su lado los súbditos sólo pensaban en defraudar al gobierno. La vida transcurría sin tropiezos y no había ni ricos ni pobres. Pero he aquí que no se sabe cómo apareció en el país un hombre honrado. Por la noche, en lugar de salir con la bolsa y la linterna, se quedaba en casa fumando y leyendo novelas. Llegaban los ladrones, veían la luz encendida y no subían. Esto duró un tiempo; después hubo que darle a entender que si él quería vivir sin hacer nada no era una buena razón para no dejar hacer a los demás. Cada noche que pasaba en casa era una familia que no comía al día siguiente. Frente a estas razones el hombre honrado no podía oponerse. También él empezó a salir por la noche para regresar al alba; pero no iba a robar. Era honrado, no había nada que hacer. Iba hasta el puente y se quedaba mirando pasar el agua. Volvía a casa y la encontraba saqueada. En menos de una semana el hombre honrado se encontró sin un céntimo, sin tener qué comer, con la casa vacía. Pero hasta ahí no había nada que decir porque era culpa suya; lo malo era que de ese modo suyo de proceder nacía un gran desorden. Porque él se dejaba robar todo y entretanto no robaba a nadie; de modo que había alguien que al regresar al alba encontraba su casa intacta, la casa que él hubiera debido desvalijar. El hecho es que al cabo de un tiempo los que no eran robados llegaron a ser más ricos que los otros y no quisieron seguir robando. Y por otro lado los que iban a robar a la casa del hombre honrado la encontraban siempre vacía; de modo que se volvían pobres. Entre tanto, los que se habían vuelto ricos se acostumbraron también a ir al puente por la noche a ver correr el agua. Esto aumentó la confusión, porque hubo muchos otros que se hicieron ricos y muchos otros que se volvieron pobres. Pero los ricos vieron que, yendo de noche al puente, al cabo de un tiempo se volverían pobres y pensaron: "Paguemos a los pobres para que vayan a robar por nuestra cuenta". Se firmaron contratos, se establecieron los salarios, los porcentajes. Naturalmente siempre eran ladrones y trataban de engañarse unos a otros. Pero, como suele suceder, los ricos se hacían cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. Había ricos tan ricos que ya no tenían necesidad de robar o de hacer robar para seguir siendo ricos. Pero si dejaban de robar se volvían pobres porque los pobres les robaban. Entonces, pagaron a los más pobres de los pobres para defender de los otros pobres sus propias casas y así fue como instituyeron la Policía y construyeron las cárceles. De esa manera, pocos años después del advenimiento del hombre honrado ya no se hablaba de robar o de ser robados, sino sólo de ricos o de pobres y, sin embargo, todos seguían siendo ladrones. Honrado sólo había habido aquel fulano y no tardó en morirse de hambre.

 

ITALO CALVINO.

 

¿Qué fuerte, no? ¿No has sentido que leías la descripción de lo que pasa en España desde tiempos inmemoriales?

En el país de la fábula de Calvino, todos sabían que estaban entre ladrones y no podían esperar de los demás, sino que los robaran. Sin embargo, este lejano pueblo vivía en completa paz y armonía. En la más absoluta hipocresía y falta de honestidad. Era una cadena. Todos robaban a todos y así nadie estaba desposeído.

 

Asimismo, en el comercio se compraba y se vendía bajo la modalidad de estafa. Tanto quien adquiría bienes, como quien se los proporcionaba se engañaban mutuamente.

 

Al mismo tiempo, el gobierno solo sabía engañar a los súbditos. Estos, a su vez, defraudaban al Estado todo el tiempo. Los habitantes se sentían felices de vivir en aquel lugar.

 

“El secreto de la vida es la honestidad y el trato justo. Si puedes fingir eso, lo has conseguido”. -Groucho Marx-.

En la fábula de la oveja negra hay un punto en que algo rompe con la normalidad. En este caso, quien comienza a alterarlo todo es un hombre honesto. Llegó de repente a aquel pueblo y en lugar de salir a robar por la noche, se quedó en casa, leyendo un libro y fumando pipa.

 

Los ladrones llegaban hasta esa vivienda, pero veían la luz encendida y entonces decidían no aproximarse. Algunos de los habitantes comenzaron a pasar hambre.

 

Si no podían robar, la cadena se rompía y alguien se quedaba sin bienes. Así que decidieron hablar con el hombre honesto y pedirle que reconsiderara su actitud. Estaba perjudicando a todos. Si él no quería robar, pues muy bien. Pero debía dejar que los demás sí lo hicieran.

 

El hombre honesto entendió la situación. Desde entonces, todas las noches salía de su casa y se iba al río. La dejaba libre para que los demás se sintieran en confianza de entrar a robar.

 

Sin embargo, él no quiso ser ladrón. Por eso, en menos de una semana ya tenía su casa completamente vacía.

 

Según cuenta la fábula de la oveja negra, la actitud del hombre honesto comenzó a romper con todo el equilibrio de aquel pueblo. Como éste se negaba a robar, siempre había algún habitante que encontraba su casa intacta al día siguiente. Entonces, algunos comenzaron a acumular más de lo que necesitaban.

 

De igual forma, quienes iban a robar a la casa del hombre honesto la encontraban vacía. Así que no podían volver a comer hasta la siguiente noche, cuando podían robar en otra morada.

 

Entonces comenzó la hecatombe: unos acumulaban, otros siempre estaban en déficit.

 

Pronto, los que habían acumulado muchos bienes, decidieron que ya no querían ser robados nuevamente. Pero tampoco querían dejar de robar, porque podrían empobrecerse. Así que decidieron pagarle a los que no tenían nada para que robaran por ellos. Así se hicieron contratos, con salarios y bonificaciones para que todo quedara muy claro.

 

Con los cambios, muchos se confundieron. No sabían qué hacer. Para recordarles cuál era su papel, se crearon las cárceles y la profesión de policía. Así también quienes habían acumulado mucho no verían en riesgo sus bienes.

 

Unos no trabajaban y pagaban a otros para que robaran.

 

¿Qué pasó con el hombre honesto? Sencillo: murió de hambre. Fue el único que se negó a robar y también el único a quien nadie jamás entendió.

 

Así termina la fábula de la oveja negra. Cualquier parecido con la realidad, no es obra de la coincidencia.

 

En resumen, como diría Krishnamurti, J. << No es saludable estar adaptado a una sociedad profundamente enferma >>.

 

A veces, el seguir nuestras ideas y valores requieren de nosotros un gran sacrificio. No obstante, seguir acríticamente a las masas puede suponernos un gran agravio moral e intelectual.

 

Vivir libre y conforme a las propias convicciones es un ejercicio para personas realmente valientes, pero también inteligentes. Dejo a la reflexión del lector/de la lectora qué tendría que haber hecho la oveja negra, la honesta que se negó a ser ladrona.

 

 

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