Felicidad a dosis diarias
Suena el despertador, a la misma hora de siempre en un día laborable. Me levanto rápido de la cama para apagarlo (lo suelo dejar en la mesa de escritorio para tener que levantarme y activarme cuanto antes). Siento el frío del piso, me estiro, me desperezo y a trompicones llego al baño. Comienzo mi ritual de aseo matutino, me dirijo a la cocina y pongo una cafetera al fuego. ¡No soy persona hasta que la cafeína entra en mi organismo! Y, aunque no debo por mi sobrepeso, me hago unas tostadas de Philadelphia con mermelada de fresa, melocotón o de arándanos (voy variando). Con mi bandeja de desayuno ya lista (en verano mi hijo duerme hasta más tarde y desayuno sola) voy hasta el salón, enciendo la televisión y pongo el informativo matinal. Mientras desayuno veo lo que pasa en el mundo. ¡Nunca hay buenas noticias para empezar el día pero para mí es importante estar informado/a! Termino mis rituales de cepillarme los dientes, vestirme, peinarme, perfumarme, maquillarm...