Corría el año 1991, yo tenía doce
años (uno menos que mi hijo ahora mismo) y como cada mes de septiembre mi madre
me llevaba – con el fin de comprar el material escolar y libros académicos- a la Librería Kico. Una de mis
librerías favoritas de mi zona en la costa suroeste de Tenerife. ¡Me encantaba
perderme por sus pasillos atestados de libros!
Ese año tocaba renovar la mochila
pues la anterior ya estaba muy viejecita y desgastada. Llegó el momento de
escogerla, mis hermanos se arremolinaban entre las piernas de mi madre y yo me
encontraba perdida en la sección de libros infantiles del Barco de Vapor,
¡cuánto me gustaban! Mi madre me llamaba desde el mostrador, detrás del cual y
en una gran estantería casi a la altura del techo, se exponían mochilas de
todos los tamaños, colores y estilos.
-
¡Venga, Nayra! Deja de mirar los libros y ven a que
escojas una mochila.
Fui rápido, más que con la
ilusión de comprarme una mochila, con la intención de quitarme con celeridad de
encima la obligación de escogerla. Pues mi madre siempre que íbamos a Kico me
dejaba comprar un libro de lectura, quería elegir uno de los del Barco de Vapor
pero para escogerlo leía primero cuidadosamente la sinopsis de cada uno. Y
estaba indecisa entre cuatro favoritos, así que quería volver a releer las
contraportadas para sortear el que me llevaría en esa ocasión.
Alcé la vista a la estantería.
Repasé con la mirada de izquierda a derecha todas las mochilas. Una me llamó la
atención. De color verde oscuro, con el anagrama de un oso polar y una frase
debajo: “La tierra no pertenece al hombre, el hombre pertenece a la tierra.
Gran Jefe Seattle, 1854” . Y debajo de esta frase aparecía la firma de
su autor. ¡Me llamó poderosamente la
atención esta frase! La pensé y… ¡le vi tanto sentido! A mí, que desde niña
soñaba con viajar y que tenía una concepción de un mundo sin fronteras donde
todas las personas, sin importar raza, credo ni religión fueran libres y amaran
y cuidaran todo (personas, animales, naturaleza,…) esa frase me llegó a lo más
profundo del corazón.
-
Ésa, la verde oscuro con esa frase en grande.
-
¿Ésa? ¡¡Tan fea!! Si parece una mochila militar para
chicos.
-
No, es bonita. Es que… ¡Mira lo que pone esa frase!
Kico le dio la mochila a mi madre.
Ella leyó la frase pero no le prestó mucha atención, mis hermanos estaban muy
inquietos corriendo de un lado a otro y ella, escuetamente, espetó:
-
¡Pues venga, ésa misma! Elige ya el libro, pago y nos
vamos ya que tengo prisa.
Fui corriendo a por mi libro.
Otra vez me quedé atrapada leyendo las contraportadas de uno y otro, mirando
las biografías de sus autores en las solapas internas y parándome a analizar
con detenimiento lo que los rostros de sus autores me transmitían desde sus
fotografías. Hasta que los gritos de mi madre desde el mostrador me sacaron de
mi ensimismamiento y elegí uno de una niña llamada TANIT (lo recuerdo
perfectamente), que vivía con sus padres en una casa de madera en el bosque,
tenía un pastor alemán y un día paseando con él dio con la casa de una mujer a
la que apodaban la bruja y que, supuestamente, vivía en una casa encantada.
Con el tiempo supe que esa frase
de mi mochila estaba en una carta que un jefe indio mandó al presidente de EEUU
Fraklin Pierce, en el año 1854, donde pedía que pusiera fin a tanta muerte y
destrucción. Y donde le solicitaba que, por favor, el hombre blanco aprendiera
a amar y respetar más la vida, en todas sus formas.
¡Qué lindo mensaje! Lejos de
expresar rabia y rencor, los nativos americanos dieron la lección de amor,
tolerancia y humanidad más grande de la historia y no sólo en el día de Acción
de Gracias (investiguen ustedes mismos cuál es el origen de esta celebración en
América y sorpréndanse) sino ese mismo día en que esa carta del Jefe Indio Seattle
salió a la luz y se imprimió esta frase en cada rincón del mundo como paradigma
del lema que nos une a todos los humanos: SER HUMANOS y depender de la Naturaleza , Madre
tierra, para vivir y no al revés. Cuidar la tierra en la que naces y hacerlo
con consciencia colectiva no individualista.
En estos días en que los
populismos están haciendo merma, en que la globalización ahora ha resultado ser
un gran problema para los capitalistas exacerbados que quieren acaparar sólo
ellos todas las riquezas, o simplemente porque nunca entendieron lo que la
globalización acarreaba consigo (trasvase no sólo de productos de un mercado a
otro sino también de personas de un continente a otro y de unos países a
otros), y por otra parte donde prácticamente ya da igual qué partido político
nos gobierne pues, al final, quienes rigen los hilos mundiales son las
macroeconomías, es decir, las macroempresas con sus egocéntricos intereses.
Para mí esta frase del Jefe Seattle adquiere hoy un sentido único y lacónico,
que deberíamos grabar a fuego en la memoria colectiva. Es más, creo que
correspondería que estuviera grabada en la entrada de cada colegio, instituto,
facultad universitaria e institución educativa pues es de suma importancia que la
gente reaprenda a vivir y a convivir.
Ayer por la noche vi una película
llamada YO, DANIEL BLAKE que me hizo comprender cómo fue posible que en el
Reino Unido se votara a favor de la salida de Europa, (el british exit o
BREXIT). El director de este film no es otro que el activista social (porque lo
es, a través de sus obras cargadas de humanismo social) Ken Loach. En él
retrata a un carpintero entrado ya en la tercera edad que, tras haberse pasado
toda su vida trabajando, tiene que contemplar con máxima impotencia y
frustración cómo el sistema (ordenamiento jurídico) laboral y de seguridad
social británico le da la espalda tras haber sufrido un infarto. En sus idas y
venidas a las oficinas de la seguridad social para que le arreglen su
situación, conoce a una madre soltera a quien se le deniega todo tipo de
ayudas, pese a tener el derecho a tenerlas. Daniel Blake, profundamente
cabreado con el sistema en el que se confunde burocracia con mercado, se vuelve
entonces el peor antisistema y le pide a esta madre soltera que se una a él en
su lucha kafkiana pero digna de
reconocimiento y, desde todas las perspectivas posibles, absolutamente
fundamentada.
En la película YO, DANIEL BLAKE
se dejaba patente lo absurdo de que quien dictamine las pensiones de
incapacidad se le llame “decisión maker” (el que toma las decisiones) y de que
el Ministerio de Trabajo siendo público sea de gestión privada. Y esto es fruto
del capitalismo exacerbado que nos ha llevado a venderlo todo. Todo tiene que
pasar, al parecer, a manos privadas con la excusa de que gestionan mejor. Y he
aquí la clave de bóveda del monumental cabreo de los británicos con todo lo que
tenga que ver con la Unión Europea ,
a la que ven como una falacia para capitalizar en exceso todo y para pasar todo
lo público a manos privadas (y es aquí donde las macroeconomías, es decir, las
macroempresas, meten el diente y dirigen con su batuta), destruyendo el sector
público con todo lo que esto acarrea para una nación pues si se aniquila lo
público, se demuele la conciencia y fuerza colectiva, echando abajo no sólo la
motricidad del grupo (nación) sino también la dignidad del mismo. Y cuando se
llega a este punto, la población ya está gravemente deprimida y desolada.
Quedando todos como en la Antigua Grecia
donde se les daba opio al pueblo para tenerlo adormecido y para inocularles la
idea de que ellos por sí mismos no son nada, pero es que además tampoco lo son
en grupo pues su conciencia grupal ya ha sido destruida.
En la película se refleja la idea
de que son estas mismas políticas neoliberales del mercado las que han incluso
influenciado en el lenguaje de los británicos, ya no se es ciudadano, se es
cliente o usuario (decía en la película un cabreado Daniel Blake), ¡¡y cuando un inquisidor conquista tu
lenguaje, ya te ha vencido!! Y de esto saben mucho los británicos (STOP,
SANDWICH, COACHING, EMAIL,….).
Koach deja patente el
problema de la vivienda social. En Reino Unido desde siempre se habían
construido muchas viviendas sociales pues eran un servicio a la sociedad y todo
el mundo tiene derecho a una casa. Grupos de viviendas con parques, cerca de
hospitales y colegios proyectadas hacia las familias (toda clase de familias
pero en especial las monoparentales, por lo difícil que es sacar a unos hijos
estando solo). Pero esto se derrumbó cuando se dejó todo en manos de la
especulación del mercado. Pues éste sólo construye donde puede vender y así la
vivienda social empezó a venderse y alquilarse a precios desorbitados,
perdiendo la finalidad inicial para lo que fueron creados. Y, de nuevo lo
privado comiéndose lo público.
Lo que no tengo claro es que el
REINO UNIDO encuentre ahora una salida a sus problemas, pues no es que los
tuvieran ellos solamente, ¡¡ES QUE SON PROBLEMAS GLOBALES!! Porque el mundo
entero, el globo terráqueo entero, está sumergido en un capitalismo exacerbado
que ha llevado a la destrucción de lo público en pro de lo privado, que hace
que cada vez haya gente más pobre y gente muy, muy, muy rica. ¿No habrá que
hacer una redistribución obligatoria de la riqueza (ese famoso 0.7 % que quedó
en mero papel pintado) para que las ¾ partes del mundo dejen de ser pobres
mientras ¼ acapara todas las riquezas? ¿No vemos que los problemas de los demás
al final son nuestros problemas? (refugiados llegando en masa a costas
europeas). Creo en una GLOBALIZACIÓN HUMANITARIA, NO EXCLUSIVAMENTE
CAPITALISTA. QUE NOS LLEVE A UN NUEVO SISTEMA ECONÓMICO Y SOCIOPOLÍTICO GLOBAL.
Pero me temo que tendremos que
pasar muchas miserias y muchas décadas de malos entendidos, de “jalarnos los
pelos los unos a los otros” y de
profundos exabruptos (como la victoria de D. Trump, entre otros) para llegar a
una solución eficiente y colectiva de un problema que ya nos afecta a todos.
ANA NAYRA GORRÍN NAVARRO.
A lunes, 21 de noviembre de 2016.
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