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La fábula de la boa y la osita

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Había una vez una osita gordita y esponjosa que vivía en un bosque sereno. Cada mañana jugaba entre flores y arroyos, irradiando alegría y ternura. Pero una boa, silenciosa y calculadora, la observaba desde hacía tiempo. Medía cada uno de sus pasos, estudiaba su rutina y esperaba el momento de abalanzarse sobre ella.  La osita no entendía por qué aquel reptil la seguía con tanta fijación: ella no cuestionaba su atención constante sobre ella, solo brillaba con la inocencia de quien vive en paz. Un día, la boa, consumida por la envidia, trató de enroscarse a su alrededor para apagar su luz. Sin embargo, lo que no sabía era que la osita llevaba dentro una fuerza ancestral, una justicia dormida que despertó en el instante preciso. La osita se zafó con la ayuda de las fuerzas del bosque, y la boa, derrotada por su propia maldad, acabó desterrada en las sombras de donde nunca debió salir. La osita, libre y más sabia, comprendió que no hay enemigo más peligroso que aquel que se disfraza d...

Tengo claro que…

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Si te ofende mi narrativa feminista y contra la violencia de género es porque eres machista y ejerces o defiendes, de algún u otro modo (tal vez inconscientemente, fruto del trauma de la educación recibida en tu casa de pequeño), la violencia machista. Y mientras esto siga sucediendo será necesario que personas como yo elevemos nuestra voz a través del arte. Porque la literatura, la poesía, la música y, en general, el arte son las herramientas más poderosas que conozco para llegar sin rodeos a la mente y al corazón humanos. No se puede defender ser progresista y feminista mientras se siga uno identificando con patrones machistas perpetuados generación tras generación. Micromachismos como: juzgar a una mujer por cómo viste o se maquilla, mientras que, si es un hombre, nos da igual o ni siquiera analizamos su indumentaria. Juzgar a una mujer por lo que haga en su vida privada, mientras que, si es un hombre, defendemos precisamente que en su ámbito íntimo puede hacer lo que quiera sin int...

Talion.

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  Je viens de finir Talion de Santiago Díaz Cortés, un roman de 445 pages. J’avais déjà lu Los nueve reinos ainsi que la trilogie Indira , et je savais donc à quel type de montagnes russes émotionnelles je devais m’attendre. Je l’ai lu en un peu plus d’une semaine, pendant ces nuits d’été qui s’allongent, écrasées par une chaleur asphyxiante, quand on n’arrive à dormir mais qu’on ne veut pas lâcher le livre. Marta Aguilera est une journaliste engagée, ambitieuse, mais sa vie bascule lorsqu’on lui diagnostique une tumeur cérébrale inopérable : il ne lui reste environ deux mois à vivre. Consciente qu’elle n’a presque plus rien à perdre, elle décide de mettre à profit ce temps “libéré de conséquences” pour rendre justice à sa manière. Elle cible ceux qui, selon elle, ont commis des délits graves — trafic de drogues, violences, abus, crimes impunis — et élabore une liste de personnes pour lesquelles la loi n’a pas su les atteindre. Son rôle oscille entre justicière et anti-héros...

La clase de griego, Han Kang

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Acabo de terminar de leerme un librito flaquito de solo 164 páginas titulado  La clase de griego , de la escritora surcoreana Han Kang , Premio Nobel de Literatura en 2024 por su novela La vegetariana. La clase de griego es una obra profundamente intimista que pone el acento en la fragilidad de la comunicación humana. Su técnica narrativa se construye a través de voces alternadas: la alumna que ha perdido el habla está narrada en tercera persona, mientras que el profesor de griego que se va quedando ciego se expresa en primera persona, creando un contrapunto de silencios y percepciones truncadas que refuerzan el vacío y la incomunicación que atraviesan a los personajes. El griego antiguo funciona como eje simbólico, un idioma muerto que paradójicamente se convierte en puente para intentar rescatar algo de la vida que se les escapa. En la trama, la mujer arrastra la pérdida de su hijo y de su voz, el hombre la pérdida de su visión, y ambos encuentran en el aula un espacio mínimo de...

Crónica del martes 11 de septiembre de 2001

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Tenía 22 años y estaba con mis compañeras de la Facultad de Derecho almorzando en la cafetería lagunera Daute. El local estaba impregnado del delicioso aroma del café recién hecho, y en mi mesa no faltaban nunca las arepas “reinas pepiadas” que tanto me gustaban. Allí trabajaba Carmelo, uno de los camareros que se convirtió en uno de mis mejores amigos durante el periplo universitario y que, con gesto cómplice, siempre me regalaba un batido de plátano cremoso cada día. Aquella rutina tan entrañable se quebró de golpe cuando, aquel 11 de septiembre de 2001, el televisor encendido en la pared comenzó a transmitir en directo, en torno a las dos de la tarde, la tragedia que cambiaría el rumbo del mundo. Entre bocados y risas de estudiantes en pausa de apuntes y largas horas de estudios en la biblioteca de Magisterio, a la que tanto me gustaba acudir, la cafetería se transformó en un templo de silencio. Vimos, compungidos y aterrorizados, cómo un avión se estrellaba contra una torre y luego...

Soledad y silencio, envueltos en prosa poética.

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       Treinta oportunidades para ser mejor persona y dejar tu huella positiva en el mundo.  Me dejo acunar por la esponjosa capa de silencio que me envuelve, algodón invisible desde que la soledad se volvió mi compañía favorita. Ella reviste las palabras que nacen sobre el folio en blanco al caer el sol, cuando la inspiración se alza, majestuosa, y me impide dormir sin antes dejar trazada una página de la novela que ocupa mis días, quizá también los venideros. «¿Para qué?», me preguntan muchos. «¿Para qué escribes si aquí casi nadie lee?» Yo sonrío. No me definen los demás: no todos nacemos para lo mismo. Escribir, contar historias, es uno de mis designios en esta vida. Y mientras mi mente conserve lucidez, seguiré escribiendo. ¿Escribir o leer? No sé qué placer me sostiene más: ambos se nutren, se abrazan, se necesitan como dos amantes que no conciben la vida separados. Ningún escritor verdadero dejó de ser antes un lector voraz. Mi ánimo fluctúa, pero no mis ...

Las islas van mar afuera

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  Este mes de agosto, gracias al Club de Lectura de Santiago del Teide, me sumergí en Las islas van mar afuera de Alfonso García-Ramos, una obra que, aunque escrita en 1957, permaneció inédita durante décadas y que ahora vuelve a la luz en una cuidada edición de Thenesoya V. Martín De la Nuez. Leerlo ha sido como descubrir una pieza olvidada de nuestra identidad, una ventana que abre el escritor para mostrarnos el choque constante entre lo propio y lo impuesto, entre la tradición y la modernidad, entre lo que somos y lo que nos dicen que debemos ser. Me atrapó la forma en que García-Ramos consigue entrelazar lo individual y lo colectivo, recordándonos que nuestras vivencias nunca están desligadas de la historia ni del lugar que habitamos. El prólogo y la edición de Thenesoya enriquecen aún más la obra, situándola en un contexto que la hace brillar no solo como testimonio literario, sino también como documento cultural de enorme valor. En cuanto a la recepción, he podido leer distin...