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martes, 23 de octubre de 2012

ÉL Y ELLA







(Ella)

Tras haber limpiado minuciosamente todo el piso, cae desplomada en el sofá. Coge el móvil, siempre a mano porque su pareja no para de llamarla. Y con la otra mano se apodera del mando y hace zapping televisivo.

Su mente comienza a oscilar de uno a otro pensamiento. Está completamente enamorada. Aunque abrumada por la negación familiar a la relación.

Ha descubierto todo un mundo de sensaciones y emociones en su piel. Con sus veinticinco años la pasión reina en sus días y noches, pasión extrema.

Vive en un piso pequeño pero coqueto, que ella afanosamente limpia con amor cada día y redecora poco a poco al estilo de su pareja y suyo (reina el estilo arabesco por doquier). Un piso ubicado en un edificio en el centro de un pueblo pesquero del suroeste de Tenerife. Con un balcón con vistas espectaculares a la playa chica del pueblo y a La Gomera. ¡Los amaneceres y atardeceres más bellos que jamás vieron sus ojos! Y en compañía del ser al que amaba.


Son dos que son uno. Ella no sale a la calle sin él. Viven en menos de cuarenta metros cuadrados y cuando ella, dentro del piso, se pierde de la vista de Él (para ir a la azotea o simplemente ir al baño), raudamente la llama para ver dónde anda.

- Te voy a poner una tobillera con cascabeles, como se les hace a las mujeres de mi tierra. Así me evitaré llamarte para ver por dónde andas en casa.

Ella se lo toma con sentido del humor (sin saber que ése era el preludio de una gran tortura en su vida, pero en este momento todo es amor, pasión y dulzura).

Siempre y en todo momento está bajo su control, estricto e impecable control.

(ÉL)

Llega de trabajar. Cansado y extremadamente cabreado con el mundo. Mete la llave en la cerradura de la puerta de su piso. En su mente un pensamiento:

- Espero que esté en casa, que no haya osado a salir sin mí a la calle.

Ella al escuchar la llave se esconde tras la puerta del baño, aledaña a la puerta de entrada de la casa. Y al escucharle a él llamar su nombre salta sorpresivamente y abraza a su pareja. Sus piernas se amarran a su cintura y le besa con pasión. Él responde con una gran sonrisa, beso más apasionado y abrazo muy fuerte. La alza en brazos.

Ella es una mujer grande, muy ancha de caderas y de 1.75 cms de altura,y, pese a que en ese entonces estaba en su peso ideal, un hombre normal no podría con ella debido a su complexión física. Pero él mide 2 metros de altura, es muy fuerte, no tiene un gramo de grasa en su cuerpo pero sus brazos esculpidos de tanto esfuerzo desde niño pueden de sobra con el peso de su mujer. Y la alza orgulloso en brazos mirándola con un brillo extraño en sus ojos. La colma de besos.

- No he dejado de pensar en ti ni un solo segundo. Creo que al final me van a despedir de este trabajo de camarero porque no puedo evitar estarte llamando a cada rato para saber cómo estás. No sé,..., siento una ansiedad incontrolable.

-No, ¡tienes que dejar de hacer eso! (Y para calmarle). Tú sabes que yo no voy a salir de casa hasta que tú no llegues. Y que aquí estoy bien.

Él se le queda mirando. Extiende una de sus enormes y morenas manos y acaricia con el dedo índice su rostro. Dibujando cada una de las expresiones de su cara. Se acerca a su boca y besa su barbilla, ¡con tanta dulzura! Sus labios gruesos buscan los suyos. Sentados en el sofá se funden en una apasionado beso. La lengua de él invade la boca de ella. Juguetean con las lenguas. Él le muerde suavemente la barbilla. Ella se sienta encima de él. Él le quita el vestido que lleva y los dedos de ella se van deslizando por la camisa de él, botón tras botón, desabrochando su camisa. Su fornido pecho queda al descubierto. Su piel chocolate tan tersa y fina parece pedir a gritos ser besada. Sus abdominales esculpidos con la perfección de su raza negra llaman estrepitosamente las caricias de ella. Ella besa su torso y comienza a bajar. Siente su escalofrío. Él se retuerce de placer. De repente, la levanta en brazos y la tumba sobre la barra americana de la cocina. Y allí él le hace el amor a lo bestia, una y otra vez, larga y apasionadamente. Ella jamás volvió a sentir tanta pasión, tanto amor, tanta entrega.

Luego ambos abrían el sofá cama y veían la tele. Él le acariciaba el cabello, metía sus largos dedos morenos entre sus rizos y hacía bucles con ellos, a ella eso le relajaba sobremanera y caía dormida en el más profundo y plácido de los sueños. Él acariciaba su espalda en círculos y no paraba de besarla mientras dormía.

Despertaba apoyada en su hombro. Muchas veces al despertar él la contemplaba. Dulce y amorosamente.

Una mañana, al despuntar el sol, él se encontraba fumando en el balcón. Ella le escuchó y cautelosamente, como una gata, se le acercó y abrazó por la espalda. Él respondió besándola con pasión, la despojó de sus ropas y alzó en brazos sentándola en la barandilla del balcón.

- ¡Tengo vértigo, me voy a caer!

- ¡Confía en mí! No voy a dejar caerte. Eres lo único que tengo en esta vida. Eres la persona que más quiero en este mundo, no va a pasarte nada. - Todo esto mientras la besaba y ponía la piel de ella de gallina, ansiosa de sus besos, de sus caricias, ansiosa de cabalgar junto a él, al compás de sus caderas y llegar a ese cielo de placer al que tan bien él la sabía conducir.

Tras las espaldas de ella, el precipicio. Delante, el amor de su vida, ambos desnudos y él embistiéndola con su enorme pene y con toda su fuerza. Sus manos la asían fuertemente de la cintura para que no cayera. Ella confiaba plenamente en él (en ese momento concreto del tiempo). Ella echaba para detrás su cabeza y sentía su larga cabellera morena rozar sus nalgas, llegando al clímax de placer y escuchando los gritos desbocados de él al llegar al orgasmo, muchas veces llegaban ambos al orgasmo, ésa fue una de tantas. Detrás de ella, La Gomera, el Mar y la luna llena más bella que jamás haya visto hasta el momento.

Ése fue el tiempo de pasión y amor en el que él no era un monstruo con ella. En el que ella sólo se sentía querida, deseada, mimada y protegida.

Ella. Nunca más hizo el amor. Ella, nunca más sintió la pasión. Su piel pareció helarse de emociones. Como anestesiada eternamente.






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