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miércoles, 17 de abril de 2019

Canaria Arisaema


Aunque parezca una afirmación un tanto deslavazada teniendo en cuenta que soy canaria por IUS SOLIS  (el derecho que te da sentirte de una tierra por haber nacido en ella) y IUS SANGUINIS  (el derecho que tienes a sentirte y ser de una tierra por tener ancestros que son de ella), soy como una extraña planta de Arisaema sacada de su entorno natural, en las praderas del norte de América e incluso de Europa, donde fueron llevadas por los colonos que retornaban a sus países europeos natales. Esta planta se marchita si le llega el sol y busca siempre estar a la sombra.


Desde que pasara el umbral de los 35 años tengo alta intolerancia a los rayos solares, me agobia el calor (me causa migrañas) y no soporto sentir el sol en mi piel (me la abrasa y me la daña atrozmente –quemaduras, acné, piloerección o  piel de gallina, manchas solares, puntos negros y un sinfín de señales de que mi piel pide auxilio y cobijo del sol-). Por tanto, vivir en un destino turístico por excelencia no es sinónimo para mí de amar ir a la playa o a la piscina. Salvo cuando ya el sol se ha ocultado y voy a dar junto a mi Border Collie largas caminatas por la orilla del mar, sintiendo el suave o energético masaje que dan las olas en los pies.

No todo es lo que parece. No porque seas canario/a has de amar la fiesta, el sol y la piscina o la playa más que nada en el mundo. Como siempre yo, rompiendo tópicos. Ya no me gusta quemarme bajo el sol como antaño (¡aquellas tardes enteras tumbada en una toalla o hamaca en la playa o piscina del pueblo quedaron muy lejos!). Así como tampoco cambio una noche de sofá, peli y mantas o lecturas interesantes por otra de alcohol, baile, gente y calle nocturna. Estos ambientes ya no me llaman la atención ni me despiertan inspiración o motivación alguna. No obstante, si es paseando por alguna ciudad, aún en la noche, ya es otra historia. Por ejemplo, ¡adoro pasear por el casco antiguo de La Laguna bien entrada la noche e ir de bares con amigos/as de mi época universitaria sigue siendo un placer! Pero es que este tipo de “marchas nocturnas” distan mucho de las marchas del sur. Para empezar, se sale a las siete y media u ocho de la tardecita, se comienza con tapas y cervezas de ruta por los bares de La Laguna, se continúa por los bares culturales donde se puede disfrutar de autores leyendo fragmentos de sus obras en directo (Café Época, Café Siete,…) y se termina en los bares de la Estudiantina o en mi adorado Búho lagunero, pero sentados y debatiendo (¡ay, esa bella costumbre lagunera de debatir acerca de todo y en ambiente cordial!) , nada de encerrarnos en un local con la música tan alta que no se pueda conversar. A lo sumo a las dos de la madrugada ya cada uno está en su cama (propia o compartida, pero ya “recogidos en casa”). No es igual…

Y así como una Arisaema me escondo del sol y voy de sombra en sombra, siempre bajo el cobijo de un techo. He llegado incluso a pensar en comprarme uno de esos bonitos y coquetos parasoles asiáticos que se usan en Japón y China (donde la piel blanca es un signo de belleza) para cuando tengo que salir a la calle durante el día.
 
 
 
 
 
 
 
 
Ana Nayra Gorrín Navarro.
 

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