Aún recuerdo como si hubiera sido ayer el día en que un compañero de Derecho se mostraba absorto en la lectura de un grueso libro en la cafetería de la Facultad. Alegre y entusiasta (como era frecuente en mí en esa época) me acerqué a la mesa donde se encontraba. Me senté en la silla de al lado (él no se percataba de mi presencia, tan concentrado como estaba en la lectura). De un jalón le quité el libro de las manos:
- ¿Qué lees con tanta entrega?
- ¡Joder, Nayra, qué susto! Es El tambor de hojalata, de Günter Grass, premio nobel de literatura en 1999.
Recuerdo pasar las páginas del grueso libro, era comprado en una tienda de segunda mano (donde mi amigo siempre compraba los libros) y tenía ese olor característico de libro usado, sus páginas amarillas habían sido hojeadas muchas veces ya, pero nunca las suficientes para una gran obra de la literatura. ¡Me encantaba sentir su tacto, su olor! (del libro, digo jeje).
- ¡Pues cuando lo termines me lo pasas! - sentencié.
Nos tomamos nuestro clásico barraquito con licor y napolitana de chocolate recién salidas del horno (¡Dios, qué ricas estaban las napolitanas de chocolate recién hechas en la Cafetería de Derecho!) y disfrutamos de una productiva tarde de estudio - como siempre eran las tardes con este amigo mío- en la Biblioteca de Guajara (éramos de los que íbamos a la planta de Filología de la Bibilioteca Central de Guajara a estudiar porque en Derecho nos encontrábamos con demasiados amigos/as). Un mes más tarde mi amigo me pasaba el libro y, desde la primera noche que empecé a leerlo, ¡me atrapó!
Obra maestra de la Literatura Universal. La novela está contada desde la perspectiva de su protagonista,Oscar Matzerath, un enano deforme que voluntariamente decidió dejar de crecer al cumplir los tres años. Nos cuenta su historia desde la habitación de un sanatorio y nos lleva de la mano para descubrir una Alemania asolada por el nazismo y la intolerancia. La novela es extensa pero bien vale la pena emprender su recorrido pues conoceremos en ésta uno de los más grandes (no en estatura) personajes de la literatura del siglo XX.
Por los tiempos siniestros que le toca vivir (2ª Guerra Mundial), Oscar deja de crecer, fisicamente, pero dueño de una lucidez mental increíble nos muestra los acontecimientos de su país y del mundo con su particular visión llena de humor inteligente e ironía.
La crítica mordaz de las atrocidades de la época, la ironía despiadada, el espectacular sentido del humor y la libertad creadora con que Günter Grass construye esta obra maestra convierten a El tambor de hojalata en uno de los títulos más destacados de la historia de la literatura.
Hoy día 13 de abril de 2015 veo en las noticias que GÜNTER GRASS, SU AUTOR, HA FALLECIDO, A LA EDAD DE 87 AÑOS. No podía dejar pasar la oportunidad de escribir cuánto me gustó este libro cuando me lo leí con 20 años, ¡HACE YA LA FRIOLERA DE 16 AÑOS! Esta semana comenzaré a leérmelo por segunda vez (aunque primero tengo que hacerme con un ejemplar pues cuando me lo leí por primera vez fue prestado por mi amigo). Seguramente me lo bajaré de GOOGLE LIBROS. Aunque no es lo mismo que sentir las hojas, sí que es más práctico y rápido de conseguir.
Günter Grass ha fallecido, pero es sólo una muerte física, pues UN ESCRITOR DE SU EMBERGADURA JAMÁS MUERE, SU OBRA, TODO LO QUE NOS HIZO SENTIR SU ARTE Y SU MENSAJE SIEMPRE QUEDAN.
A continuación, dejo aquí su polémico POEMA LO QUE HAY QUE DECIR:
Por qué guardo silencio, demasiado tiempo,
sobre lo que es manifiesto y se utilizaba
en juegos de guerra a cuyo final, supervivientes,
solo acabamos como notas a pie de página.
Es el supuesto derecho a un ataque preventivo
el que podría exterminar al pueblo iraní,
subyugado y conducido al júbilo organizado
por un fanfarrón,
porque en su jurisdicción se sospecha
la fabricación de una bomba atómica.
Pero ¿por qué me prohíbo nombrar
a ese otro país en el que
desde hace años —aunque mantenido en secreto—
se dispone de un creciente potencial nuclear,
fuera de control, ya que
es inaccesible a toda inspección?
El silencio general sobre ese hecho,
al que se ha sometido mi propio silencio,
lo siento como gravosa mentira
y coacción que amenaza castigar
en cuanto no se respeta;
“antisemitismo” se llama la condena.
Ahora, sin embargo, porque mi país,
alcanzado y llamado a capítulo una y otra vez
por crímenes muy propios
sin parangón alguno,
de nuevo y de forma rutinaria, aunque
enseguida calificada de reparación,
va a entregar a Israel otro submarino cuya especialidad
es dirigir ojivas aniquiladoras
hacia donde no se ha probado
la existencia de una sola bomba,
aunque se quiera aportar como prueba el temor...
digo lo que hay que decir.
¿Por qué he callado hasta ahora?
Porque creía que mi origen,
marcado por un estigma imborrable,
me prohibía atribuir ese hecho, como evidente,
al país de Israel, al que estoy unido
y quiero seguir estándolo.
¿Por qué solo ahora lo digo,
envejecido y con mi última tinta:
Israel, potencia nuclear, pone en peligro
una paz mundial ya de por sí quebradiza?
Porque hay que decir
lo que mañana podría ser demasiado tarde,
y porque —suficientemente incriminados como alemanes—
podríamos ser cómplices de un crimen
que es previsible, por lo que nuestra parte de culpa
no podría extinguirse
con ninguna de las excusas habituales.
Lo admito: no sigo callando
porque estoy harto
de la hipocresía de Occidente; cabe esperar además
que muchos se liberen del silencio, exijan
al causante de ese peligro visible que renuncie
al uso de la fuerza e insistan también
en que los gobiernos de ambos países permitan
el control permanente y sin trabas
por una instancia internacional
del potencial nuclear israelí
y de las instalaciones nucleares iraníes.
Solo así podremos ayudar a todos, israelíes y palestinos,
más aún, a todos los seres humanos que en esa región
ocupada por la demencia
viven enemistados codo con codo,
odiándose mutuamente,
y en definitiva también ayudarnos.
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