Vivimos en una sociedad que, a menudo, glorifica la idea de salir de la zona de confort. Se nos vende la narrativa de que el crecimiento personal solo se puede alcanzar en la incomodidad, en el caos y en la constante búsqueda de lo nuevo. Sin embargo, existe un espacio donde la paz, la estabilidad y el impacto positivo no solo son posibles, sino profundamente valiosos: la zona de confort. Y, sin embargo, rara vez se reconoce la grandeza de quienes deciden permanecer en ella, cultivando una vida de disciplina, rutinas y serenidad. En el mismo lugar donde lo hicieron sus antepasados, honrando sus huellas y protegiendo las raíces.
La idea de salir de la zona de confort suele ir acompañada de frases como “rompe tus límites” o “vive con valentía”. Estas expresiones nos incitan a hacer todo lo contrario a lo que nos resulta natural: seguir una rutina cómoda y familiar. Sin embargo, la zona de confort no es sinónimo de conformismo o de mediocridad. Es un espacio donde se puede ser profundamente productivo, donde la vida se construye sobre cimientos sólidos y estables, sin tener que recurrir a las emociones extremas o la incertidumbre constante.
En un mundo tan agitado, donde las expectativas externas son cada vez más altas y las redes sociales nos bombardean con las vidas perfectas de los demás, vivir en paz con uno/a mismo/a, centrado/a en los propios valores y hábitos, puede parecer algo aburrido o poco aspiracional. Pero no es así. El verdadero valor de mantener una vida estable radica en la fuerza que se necesita para construirla y mantenerla. La disciplina diaria, la constancia en las pequeñas acciones y el compromiso con el bienestar propio y de los/las demás son las bases de un impacto positivo que no necesita ser grandioso ni espectacular. El impacto más significativo puede ser el que ocurre en el día a día, en la manera en que tratamos a los demás, en la forma en que trabajamos con nuestras propias limitaciones y en cómo creamos un entorno donde lo pequeño se valora. En el impacto que tus acciones y modo de vivir tienen en tu lugar de trabajo, por ejemplo.
Quedarse en la zona de confort también implica una forma de resiliencia y de sabiduría. No se trata de escapar del dolor o de la adversidad, sino de reconocer que no todo en la vida tiene que ser una lucha constante. La tranquilidad no significa pereza; al contrario, la calma que se experimenta cuando se sabe lo que se quiere y se tiene una rutina que te da seguridad, es una fuerza silenciosa que permite hacer frente a los desafíos con cabeza fría. Esta estabilidad es crucial para ser realmente eficaz en lo que hacemos, para poder crecer de forma sostenida y sin los altibajos emocionales que a veces se asocian con el cambio constante. Otra cosa es que defienda la formación continua en la vida de una persona, en esto sí que no has de quedarte en zona de confort y siempre has de explorar aprender cosas nuevas. Ponte por meta aprender cada año una cosa nueva que no sabías hacer hasta el momento (aprender un idioma, aprender a jugar al ajedrez, a pintar, a escribir, a componer, a cantar... ¡Lo que sea!). Mantén tu crecimiento como persona en crecimiento constante.
Es cierto que el cambio es necesario y puede ser positivo, pero la verdadera habilidad reside en saber cuándo cambiar y cuándo permanecer. Mantenerse en la zona de confort también es un acto de valentía, porque se requiere una fuerte autoconfianza para no ceder a la presión social que invita a la inestabilidad. Vivir en armonía con el entorno y con uno/a mismo/a, día tras día, es un logro que debería ser celebrado tanto como cualquier hito revolucionario.
Al final, el verdadero reto no es abandonar la zona de confort por completo, sino encontrar el equilibrio entre el deseo de crecer y la sabiduría de saber cuándo mantenerse firme, luchando con disciplina por ofrecer un impacto positivo en el pequeño universo de nuestra vida diaria (mi lema es; actúa localmente para cambiar el mundo globalmente). No todo tiene que ser un acto de valentía extrema; a veces, ser feliz con lo que uno/a tiene y hacer lo mejor posible con ello es la forma más profunda de avance.
Por tanto, no subestimemos la importancia de esa paz interna que se cultiva en el confort. A veces, lo que realmente se necesita no es la emoción del cambio, sino la estabilidad del esfuerzo constante. Y en este mundo frenético, es un lujo que no todos sabemos apreciar.
Ana Naira Gorrín Navarro.
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