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domingo, 8 de octubre de 2023

Hola, desde el otro lado


 No, esto no es una historia de amor. O tal vez sí... 

 No, esto no es para otra persona. O tal vez sí...





 Aunque parezca egocéntrico, es necesaria esta carta que me escribo a mí misma y esta canción que dedico a mi yo del pasado, a la que quiero recuperar. Y no físicamente, porque eso es imposible, sino de mente y espíritu.

 Dedico esta canción a la Nayra de hace 20 años. La que era capaz de todo: de romper las expectativas de los demás para satisfacer las suyas propias (aunque se equivocara), de tomar las riendas de su vida, de subirse al caballo salvaje que es la vida e intentar domarlo. La que pasó de pesar 113 kilos a 63 kilos en un año, ¡50 kilos de los que me libré! Y sí, desde hace mucho tiempo, probablemente desde mi temprana niñez, arrastro un trastorno alimentario. Toda mi ansiedad la calmo comiendo dulces, picando a todas horas dulce y dándome atracones de chocolate. Con 23 años llegué a pesar 113 kilos, tres menos de los que ahora peso. Fue una edad delicada. Era el año 2002 y mi primera relación amorosa se diluyó a la misma vez que me decepcioné de la carrera de Derecho que estaba estudiando. Quise hacer un cambio de carrera y hasta de lugar, rellené formularios para una beca Sócrates con la esperanza de trasladarme de facultad, me fue concedida y me topé con la negativa de mis padres a que yo saliera de la isla. ¡Y en aquellos momentos necesitaba tanto salir! Me sentía enjaulada en la isla. Mi frustración incrementó mi trastorno alimenticio y en menos de nada llegué a los 113 kilos. ¡Ojo! No estoy echando la culpa a mis padres de nada, ellos tenían sus miedos y no supieron gestionarlos. Yo podía haberme ido, aunque eso supusiera enfadarme con mis padres, ponerme a trabajar mientras me beneficiaba de la beca Sócrates y hacer el cambio que necesitaba hacer, aún enfadándome con mis padres y dejándolos atrás. Pero en esa época mi perrita Névar vivía y me partía el corazón dejarla sola con ellos. Yo iba cada fin de semana a mi casa por ella. No podía llevármela conmigo al piso de estudiantes porque no nos permitían tener mascotas. Además, jamás hubiera podido enfadarme con mis padres. En el fondo siempre fui obediente y disciplinada, por más que ellos me tacharan de rebelde. Si realmente hubiera sido rebelde, me hubiera ido, simplemente... Pero me dolía defraudarles, más que reprimir mis sueños y mis propias metas. Y sé que jamás lo entenderán. Y que todo lo que obtengo son culpas y rencores. Todo es culpa mía, lo asumo, pero mi trastorno alimentario era la consecuencia directa en mi salud. Era, es y sigue siendo. Lo que yo viví me enseñó cómo no quiero ser con mi hijo. Y seguramente también cometa errores como Madre, pero no quiero manipular el destino de mi hijo porque yo lo que quiero es que sea feliz. Mi hijo no me pertenece por ser mi hijo. Él, como adulto, ya es dueño de sus acciones. Yo siempre estaré apoyándole en todo y siempre podrá contar conmigo. ¡Soy su madre! Yo decidí traerle al mundo, pero no soy dueña de su mundo, lo es él. 

No será fácil superar mi problema de salud. No obstante, debo intentarlo. Mañana inicio nuevas rutinas, otro intento de los tantos... A mi hijo le he regalado por su cumpleaños, tal cual me pidió, una cinta de correr, de las buenas con motor. Él me ha dicho que puedo usarla y por eso la hemos puesto en una zona común de la casa. Así que mañana día 9 de octubre será el día en que inicie mis nuevos hábitos. Me voy a despertar a las seis, voy a hacer 45 minutos de cinta (inicio caminando, lo de correr creo que aún es muy pronto) y luego me pego una ducha, me preparo mi café con un chorrito de leche desnatada y las dos tostadas de siempre (esto no lo voy a suprimir) con mermelada sin azúcar y quitándole la mantequilla que siempre le untaba antes de la mermelada. Suprimo la mantequilla. Y después, ya al curro para desempeñar mi jornada laboral de 8 horas diarias de lunes a viernes en la oficina. En este punto, debo incorporar pausas cada dos horas para levantarme y hacer estiramientos, estar sentada ocho horas seguidas es contraproducente para la circulación y jamás he hecho caso a la médico de la Mutua cuando me dice que cada dos horas debo hacer una pausa para estirar las piernas y caminar un poquito por la oficina. Luego, en la hora del almuerzo tendré que llevarme mi táper con mi fruta y nueces y en el almuerzo comer solo esto con un café y si hay ensalada en el buffet, pues añadir algo de ensalada. También me llevaré mis sobrecitos de té matcha y me tomaré uno al mediodía. Sí, cafeína y té matcha, las dos cosas. Porque a esa hora necesito un pelotazo de energía.

Por las tardes estaré ocupada con las labores de casa y el nuevo reto al que me enfrento (un proyecto personal secreto que solo desvelaré cuando se materialice, si llega a pasar alguna vez). Merendaré cereales sin azúcar (por el ácido fólico) y un chorrito de leche desnatada, dos huevos duros (diariamente, por las proteínas) y otra vez algo de fruta.

 Al caer el sol daré mi consabido paseo con Mak, relajadamente haciendo una ronda por todo el pueblo para saludarles a todos y despedir el día hasta la nueva jornada siguiente. Para cenar me tomaré solamente una infusión de tila o valeriana. Y luego llega el mágico momento en que Mak se acurruca en su cama, con su peluche de la ballena azul, al lado de mi cama. Nayar viene un ratito a mi cuarto para hablar. A él le da por hablar de noche, a mí por las mañanas cuando me despierto. Tenemos nuestra charlita rutinaria de antes de dormir y luego cada uno a su cama a reponer fuerzas hasta el día siguiente. Mi hijo ahora se está preparando para exámenes para entrar en algo del Estado español, tampoco voy a desvelar nada porque él no quiere. Pero está centrado en sus objetivos y esto me causa mucho sosiego. Tiene muy buenas rutinas de ejercicio diario, come muy sano y se cuida mucho. 

 Los sábados y domingos ya casi no estoy saliendo. He ratificado que en la zona sur de la isla malgastamos demasiado dinero en bares y este hábito puede hacer que yo no pueda viajar una vez al año. Pues algo de mi nómina mensual lo he de destinar al ahorro, si quiero pegarme un viajecito a algún rincón europeo una vez al año durante mis vacaciones. Así que he mermado mi vida social un poco. Prefiero ser frugal como los nórdicos en este sentido. Soy muy austera en cuanto a vida social se refiere. No siempre fue así, pero mi economía de mileurista y madre soltera me ha llevado a ello. Además, veo más útil y placentero para mí invertir el dinero en libros y plataformas de cine europeo (Filmin, por ejemplo) donde poder ver películas en francés, en versión original, tranquilamente en casita, con mi perro echado a mis pies, que gastar dinero en salir para beber alcohol y hacer el tonto en la calle. A mí ya no me apetece salir a bailar como cuando era una veinteañera. Prefiero salidas al cine, al teatro,..., gastar mi dinero en algo que al final suponga una inversión porque voy a aprender algo de ello. 

 Si tuviera mi propia casa lo que haría sería lo que hacía cuando vivía de alquiler, antes de que la pandemia disparara los precios de los alquileres y me viera obligada a volver a la casa paterna con mi niño y mi perro enorme. En esa época, en que tenía mi casa propia, cada viernes noche o sábado por la tardecita, organizaba un picoteo en casa entre amigos/as, con vinito tinto, cervezas y snacks ricos. Así sí me gusta socializar. Porque no se gasta tanto y al final estás en tu casa. Otra cosa que he aprendido con los años es que moverse en círculos sociales pequeños y selectos es muy importante. No todo el mundo es válido para sentarse contigo a tu mesa. Y, desde luego, las barras de los bares ya están totalmente descartadas para mí. He aprendido a ser muy selecta con la gente que me rodea, ¡y esto me costó mucho! Porque yo soy muy sociable y tengo tendencia a socializar con cualquiera. 


 


 Así que, Nayra del otro lado, agita un poco el espíritu adormilado de la Nayra cuarentañera: Invoco a la Nayra que tuvo la valentía de dejar Derecho porque ya no era feliz y de iniciar un amor, aunque luego saliera mal la relación, con alguien de otra cultura, la que tuvo la valentía de ser madre joven porque era lo que más anhelaba en la vida, sobre todas las cosas. ¿Esto se entiende hoy en día? En la España actual en la que la tasa de natalidad está por los suelos y en la que la única esperanza es que vengan inmigrantes con hijos para poder asegurar las pensiones futuras, ¿se entiende que una mujer de 25 años quiera paralizar toda su carrera para ser madre y quedarse en casa para criar a su hijo? Ya sé que no, que no se entiende. Y por eso fui valiente, porque por aquel entonces tampoco se entendía. No obstante, yo hice caso a mi voz interior e hice lo que me dictaba el corazón. Solamente, lo que me dictaba el corazón...





 

 

 

 

 



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