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sábado, 3 de febrero de 2024

Mak, 3 de febrero de 2024

 - ¡Cálmate, no llores tanto! Era sólo un perro. Olvida ya. 

Y no puedo… Necesito tiempo para derramar todo este dolor. ¡Déjenme sola con él! Que me araña fuerte en la oscuridad de mi habitación, alumbrada sólo por la vela que le he puesto a la asunción de su alma. Porque sí, porque los animales tienen alma y espíritu y él anoche estuvo a mi lado todo el tiempo. 

Sé que parte de su llanto de ayer era porque sabía que se tenía que morir, que se tenía que ir y porque no quería dejarnos. Porque él siempre fue mi guardián. ¡Dios! Quienes lo conocieron y me vieron con él alguna vez de paseo saben cómo él, aún sin haberlo vivido porque no había nacido aún, intuía que alguien me había dañado profundamente y no quería que se me acercaran mucho las personas que él no conocía. Incluso en casa, sólo a Nayar le permitía todo. Porque mi hijo para él era su cachorro también, era parte de su camada. 

Tengo miedo a que con el tiempo su recuerdo sea en mi mente como un papelito doblado varias veces, empequeñecido de tanto doblarlo para guardarlo en el fondo de ese cajón donde guardas los papeles importantes. Siento que he de buscarte en algún lado, pero no sé dónde. Porque te siento todo el tiempo, Mak. Escucho tu respiración al lado de mí cuando duermo, escucho las pisadas de tus patitas con ese sonido tan característico tuyo al andar en los últimos meses porque cojeabas. Tus patitas traseras se fueron desconectando poco a poco, hasta bloquearse y desconectarse por completo, pero no fue lo peor verte postrado en tu cama porque las patas traseras no te respondían, lo peor fue cuando sobrevino la parálisis en la madrugada del jueves para el viernes 2/2/24. Y ese llanto que tenías desde la madrugada. Que, estoy segura, no era por el dolor físico, sino del alma. Porque el tratamiento te cubría para el dolor físico, pero el del alma no hay quien lo calme. Tu mirada vacía y tan triste y cómo te me quedabas mirando fijo como preguntándome si me daba cuenta de que el fin ya había llegado. De que teníamos que despedirnos. << ¿Lo sabes, no Nayra? ¿Sabes que nos tenemos que separar físicamente?>>.  Me preguntabas con la mirada. 

Y no puedo evitar, desde mi infinito instinto materno, sentirme culpable por no haber podido retenerte más tiempo con nosotros. Como si yo tuviera la capacidad de tener algún poder mental que te sujetara a la vida por más tiempo. Porque así lo sentí en diciembre cuando te pusiste tan malito y te recuperaste y luego en enero cuando te cambiamos el tratamiento y parecía que ibas a poder vivir unos añitos más. Yo creí eso… Que yo tenía el poder mental de alargarte la vida con la fuerza que te insuflaba desde lo más profundo de mi corazón. Y, de repente, en una semana, otra regresión nos colocó en el final que yo quería que sucediera cuando tu edad marcara dos cifras. Porque nueve años y tres meses no es nada, sé que para un perro de raza grande es morir ya anciano, pero en la vida humana son un suspiro, un abrir y cerrar de ojos. ¡¡Y me parecía tan sumamente injusto, joder!! Que la vida me arrancara a ese ser que tanto me quería y protegía sin medidas. 

Nunca sentí miedo de ir por la calle sola (y, créanme, tengo razones para tenerlas), con él a mi lado yo era la persona más protegida del planeta. 

Y ahora sólo me quedan las fotografías, ¡menos mal que te hice muchísimas!  Y recordarte con cariño eternamente. 

Mi “Viejita ‘el visillo” quien, haciendo honor a su raza, era el más cotilla del barrio. Que espiaba a los vecinos y tenía controlado a todo el mundo. Quien paraba de jugar a la pelota contigo para detenerse a observar qué estaban haciendo los del balcón de tres casas más allá de la nuestra. Y esa manía tuya de detenerte en medio de la acera cuando una pareja española conversaba efusivamente, te detenías en frente de ellos y querías quedarte ahí en frente para enterarte de la conversación. Y todos acababan dándose cuenta y riéndose por la calle. O cuando veías a otro perro a lo lejos y te tirabas en el suelo, en esa pose tan típica del Border Collie, y ya cuando le tenías a tu altura y el perrito se confiaba en que eras un dócil angelito y que parecías muy pequeño, así pegado al suelo como una lapa, pues te levantabas, te cuadrabas y les dabas un susto de muerte. ¡Jaja! El macho alfa que no permitía que los perros machos le ladraran, ¡¡te hacías dos veces tu tamaño y te ponías en posición de ataque!! Y yo tenía que controlarte con la correa, porque él más alfa de todos eras tú, ¡y punto joder! Y tu manera de querer a Lexa, la perrita hembra de Gustavo y Sabrina, siempre parándote a saludarla y darle besitos en el hocico. ¡Tu amiga Lexa! 


Nunca fuiste capado, pero jamás tuviste comportamientos inapropiados. Incluso pasando al lado de una perrita en celo, a ti te daba igual, ni te inmutabas. Estoy segura de que tú eras un ángel, por eso no tenías síntoma alguno de sexualidad. 

Mi Mak, ¡cómo te voy a extrañar! Teníamos nuestras vidas sincronizadas con rutinas mutuas y yo había configurado todos mis días para tu bienestar: 

Por la mañana te preparaba tu cuenco de pienso especial para tu enfermedad, que mezclaba con comida casera, te ponía agua fresca, te daba tu medicación, desayunábamos juntos viendo las noticias, te preparaba tus juguetes y tu cama para cuando yo me fuera a trabajar (en casa siempre había alguien, por esa razón también regresé al hogar de mis padres, para que tú estuvieras cómodo y siempre acompañado en tu vejez), cuando regresaba de trabajar te ponía al lado mío en el sillón para ver juntos “Amar es para siempre” y hacerte tu sesión de masajes en la espalda y caricias en la barriga que tanto te relajaban. Luego, te intentaba estimular para que jugaras con tus juguetes y te levantaras, para ir entrando en calor los músculos e intentar pasearte. A las siete de la tarde, cada día, te ponía el arnés y la correa y te sacaba a la calle. ¡Cómo nos costaba ya por último! Sobre todo, por las escaleras para salir a la calle. Pasito a pasito, muy despacio, te guiaba en tu paseo diario y cuando tocabas la calle movías la cola, ¡¡otro logro más!! Y dábamos un paseo que duraba casi una hora, porque íbamos a paso de tortugas, para que pudieras ir bien. Luego, cenábamos, te volvía a dar tu medicación, te hacía bien tu cama y te preparaba todo para tu descanso. 

Nuestro último paseo fue el miércoles, duró muy poco porque quisiste regresar. El jueves lo intenté, pero también regresamos rápido porque no quisiste ni bajar las escaleras, tus patas de atrás parecían ir cada una a una dirección y no podías controlarlas, casi las arrastrabas. Creí que era porque no habíamos calentado bastante jugando antes de salir. No estabas cómodo paseando y ya eso era una señal alarmante. Ese mismo jueves por la tarde abrí la manguera de la terraza, esto a ti te encantaba (¡te encantaba el agua, como a todos los de tu raza!) y me miraste desde tu camita, pero no quisiste levantarte. ¡Aquí me asusté mucho! Era otra señal alarmante. El jueves por la mañana (cuando tú más comías) comiste porque yo te obligué. Te encantaba la pechuga de pollo y te la troceé mucho, con papas guisadas y te la di a cachitos, ¡el jueves por la mañana! Y en la sala veterinaria ayer, viernes a las nueve de la mañana, vomitaste ese desayuno del jueves a las siete de la mañana, enterito. Tus órganos internos ya no estaban trabajando. ¡Y ese olor que salía de tu naricita y de tu boca! El mismo olor que tenía nuestro Braco días antes de morir. 

Moriste con mucho amor y en paz. En brazos de tu camada, Mak. Nayar y yo te abrazábamos mientras te inyectaban la eutanasia y no parábamos de acariciarte, de darte las gracias por estos años y yo de decirte que te fueras tranquilo, que todos íbamos a estar bien, que ahora te ibas a dormir y al abrir los ojos ibas a estar con tu amigo Braco. ¡Dios sabe cómo se te fue a ti la vida cuando tu compañero murió! Hoy justo hace un año que eutanasiamos a Braco. Y un día de tu despedida. 


Mak, te seguiré llorando por muchos días y noches más, pero no te asustes. Es sólo que me duele no tenerte físicamente. Sé que estás bien en el Mundo de los Espíritus y que ya estás acompañado de Braco, de la pequeña Névar y de todos nuestros seres queridos. ¡Mis abuelos Paman y Pepe saben mucho de perros! Estoy segura de que mi abuelo Armando Navarro (Paman) te fue a recibir con cariño también. ¡Eras como su Collie, Yuki! El mismo que le salvó la vida a mi abuela, su esposa, en el barranco de La Caldera.

Escribir me ayuda, me hace disminuir el dolor. 

Vuela alto amigo mío. Sé feliz allá arriba. Te quiero infinitamente. Nos volveremos a encontrar… 


 


















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