Lo que aprendí de mi pingüino
Hoy fui al cine Zentral Center, a la sesión de las 18:45, a ver Lo que aprendí de mi pingüino y todavía sigo emocionada. La historia me atrapó no solo por la ternura del animal, sino por la fuerza simbólica que encierra, enmarcada en una Argentina rota en 1976, cuando la dictadura militar arrancaba sueños y llenaba de ausencias las plazas, mientras las Madres de Plaza de Mayo empezaban a caminar con sus pañuelos blancos como única arma.
El protagonista, un profesor de inglés, me encantó. Su forma de vestir, con ese aire a lo Peaky Blinders, le daba un estilo único, un halo de resistencia elegante en medio de la barbarie. Pero lo que más me llegó fue la metáfora de los pingüinos: esas criaturas que eligen una sola pareja para toda la vida y, si la pierden, jamás vuelven a emparejarse. Lealtad absoluta, sin dobleces, sin segundas oportunidades forzadas. Un amor limpio y fiel hasta la muerte.
Ojalá los humanos fuésemos capaces de replicar esa lealtad. Nos llenamos la boca hablando de “valores humanos”, pero a veces son los animales quienes nos dan las verdaderas lecciones: los que practican valores que ni siquiera vemos ya entre nosotros. La película nos recuerda, entre lágrimas y sonrisas, que aún en los inviernos más crueles —los de la dictadura y los de la vida— siempre queda la posibilidad de resistir, de cuidar la memoria y de aferrarse a un pingüino que simboliza la lealtad, la ternura y la dignidad.
Y, como decía antaño mi amigo Julián, si te aburres: ¡Adopta un pingüino! Jaja.
Ana Naira (Nayra) Gorrín Navarro.
07/09/2025.
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