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martes, 22 de junio de 2021

APEGOS FEROCES, mi segunda lectura de junio 2021

 

Libro ganador de Euskadi de Plata 2018 y Libro del año por el Gremio de Libreros de Madrid 2017, tan lleno de humor, inteligencia y honestidad que conecta profundamente con nuestra propia experiencia de las relaciones familiares.






«Vivian Gornick escribió esta maravilla, ya un clásico para mí que acabo de leerlo, hace 30 años. Yo lo he sentido en mi presente, lo he introducido en mi vida íntima, para entenderla y para entenderme un poco mejor. Cierro el libro y me descubro con lágrimas en los ojos, conmocionada por una verdad que no por ser dura es contada con menos belleza».

Elvira Lindo, El País, 5 de julio de 2018.

 

 

«Elegido como el libro de 2017 por el Gremio de Libreros de Madrid, relata el camino a la madurez de su propia autora. En él están presentes muchas mujeres que responden a las preguntas sobre el amor, la familia y los hijos, los recuerdos de una niñez en el Bronx, y las discuciones sobre la vida con una madre ya anciana».

Relatos y Cuentos, Revista Semana, julio de 2018.

 

 Isa Calderón Peces Barba (sí, sobrina del ilustre jurista D. Gregorio Peces Barba, mis compis de Derecho recordarán su manual en Derecho Constitucional) retrata muy bien la sinopsis y crítica de este libro en este post en Youtube

 

Isa Calderón ha venido a hablar de tu libro: 'Apegos feroces' |Librotea - YouTube

 

Apegos feroces’ es una obra autobiográfica de la escritora neoyorquina de origen judío y ucraniano Vivian Gornick, obra publicada por primera vez en NY en 1987 cuando ya la autora llevaba diez años de activismo feminista ejercido a través de su pluma como escritora y periodista. La novela comienza con una humorística conversación entre mujeres judías, en el rellano de un edificio del Bronx neoyorquino, y, enseguida, el relato resulta ser la relación de amor/odio entre una madre y una hija (que se llama Vivian pues es la propia autora). << Nuestras broncas hacían saltar la pintura de las paredes, resquebrajarse el linóleo de los suelos y temblar los cristales de las ventanas >>.

 

Continuamente me retrotrae a la relación con mi propia madre, creo que esto nos pasará a muchas mujeres que leemos el libro, ¡el inevitable vacío de comprensión y aceptación causado por la brecha generacional! Distancia que va en aumento cuando su joven hija va a la universidad y se reafirma como mujer intelectual, independiente y libre.

 

<<¿Qué estás diciendo? […] En esta casa todos hablamos el mismo idioma. ¡Háblalo tú también! >>, gritaba la madre a la joven universitaria a la que cada vez entendía menos, ya no solo por el vacío generacional sino por la brecha intelectual entre ambas.

 

La madre desea que la hija ascienda en la escala social, pero no mucho más que para pasar del Bronx obrero al Bronx de clase media, con una buena boda judía, pero no soporta que la joven Vivian se aleje de su esfera de influencia y crezca lo suficiente para liberarse del todo. He aquí el denominado síndrome de la Mamá Gallina para quien nada de lo que hagan sus hijos/as por motu proprio estará bien si no pasa su censura y validación previa y, sobre todo, nunca estará bien que sus hijos/as vivan, trabajen o respiren lejos de ella, ¡¡nunca lejos del cobijo de su ala!!

 

Igualmente, no soporta que su hija no conciba su vida sin un marido. Ella había enviudado muy joven y se había prometido a sí misma guardarle el luto a su marido difunto, vivir en la amargura total, de negro y en negro total, por el vacío que le dejó la ausencia de su marido y matrimonio. Unión que tampoco la hizo feliz mientras duró, pero era lo que tocaba según los ideales en los que fue educada (una mujer no puede vivir sin un hombre).

¡Y le sale una hija que no solo no vive sin un hombre sino que va de una relación a otra con uno u otro hombre! Contagiada también del pesimismo existencial femenino de su madre tampoco logra disfrutar al cien por cien de estas relaciones y pienso que es la propia Vivian quien las boicotea. O,…, ¿por qué no?, tal vez su estado de felicidad residiera en no tener pareja sino en precisamente eso, pasar de una relación a otra, ¿por qué no iba a ser esta una opción válida para una mujer del S. XX (1987, recordemos)? Ella solamente soñaba con ser escritora, no esposa ni madre. Por más que esto le hiciera enloquecer a su madre pues no entendía cómo una mujer podía osar a no pretender casarse ni tener hijos.

 

Esto que parece un debate lejano está aún muy presente en la sociedad. Si una mujer decide no querer casarse o no tener pareja estable siempre tendrá que enfrentarse al cuestionamiento continuo de por qué, siempre tendrá que dar explicaciones o al menos se le pedirán. Ni digamos si también decide no tener hijos o tenerlos siendo madre soltera.

 

En cuanto al estilo literario de Gornick, disfruté mucho de su lectura. Tanto que ya me he descargado en el Kindle ‘Mirarse de frente’ y seguramente leeré más de esta autora. Tiene en su estilo narrativo un rastro de Sylvia Plath que me encanta y que aún mejora con la sagacidad de quien rompe los convencionalismos.





 

Sin duda alguna es una lectura que recomiendo, especialmente para entender la insalvable brecha generacional que une casi siempre a padres/madres e hijos/as. Máxime cuando está ambientada en NY y casi puedes sentirte transitando las calles del Bronx, sentir el olor de la tierra mojada y verte a ti misma saboreando un sándwich de pastrami,  bagels o falafels en cualquier puesto ambulante de comida judía de  sus transitadas calles.





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