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jueves, 17 de junio de 2021

Yo adicto, mi primera lectura del mes de junio 2021

Yo adictode Javier Giner ha sido mi elección para este mes aciago en el que ciertos acontecimientos de violencia de género y vicaria despertaron traumas en mi mente y fantasmas del pasado que creía enterrados o arrinconados en una parte ya intransitable de mi psique vinieron de nuevo a visitarme perturbando mi sosiego, tuve en resumidas cuentas algunas situaciones estresantes que, por increíble que parezca, finalmente logré dominar gracias al relato de gestión emocional que subyace en esta gran obra culmen de toda bibliografía de recuperación de una adicción. Y cuando hablo de dependencia a alguna sustancia no solo se puede serlo de la droga, como es el caso que relata este libro, también se puede ser a un comportamiento autodestructivo, adicción al sexo que a tantas locuras ha llevado a tantísima gente, a tener apegos emocionales con personas tóxicas o, como en mi caso, adicción al dulce. Probablemente, si no hubiera tenido en mi poder este libro durante este mes me hubiera estado atiborrando a dulces y chocolate cada tarde (mi horas malditas son después de las 18h30 hasta que es la hora de irse a dormir, en mi caso las 22h30). He interiorizado cada una de las vivencias del autor y en muchas ocasiones he sentido que era yo quien escribía el libro o como si el libro me hablara a mí, ¡alucinante! Y es aquí donde afirmo sin miedo que probablemente cualquier adicción hace que el cerebro nos funcione igual, quienes somos adictos a algo hablamos un mismo lenguaje y nos entendemos entre nosotros/as, como dice Giner en el libro. 


Cierto es que la adicción al dulce no te merma mentalmente, al menos no en principio. Te puede incapacitar si llegas a pesar 200 kilos y no eres capaz de caminar dos pasos sin asfixiarte o no llegas a caber en tu silla de oficina, pero nunca se podrá decir que es tan incapacitante como alguien que se pone ciego de cocaína o que tiene que tomarse una botella de vodka diaria (conozco personas que lo meten en un termo y van bebiendo a lo largo del día disimulando que es otra bebida caliente que precisan beber para adelgazar). Estas adicciones te incapacitan en tanto que todos se dan cuenta de que no estás en órbita y te impiden la comunicación normal y el desarrollo intelectual necesario para llevar, por ejemplo, una jornada laboral productiva y dentro de la norma. 

El ser gordo está mal visto (gordofobia), pero lejos de una cuestión estética yo decidí poner todo de mi parte para dejar de ser obesa porque me dijeron que mi esperanza de vida se reducía diez años por cada diez kilos que tenía de más. ¡Y tenía 40! Hice cuentas (tengo ya 42 tacos) y me pareció una barbaridad contemplar el cortito horizonte que me esperaba si seguía maltratando mi organismo con la obesidad y mis malos hábitos de vida. Así que me puse manos a la obra porque quiero llegar a los cincuenta en mi peso ideal, con mi pelo con un corte pixie y teñido de azul y mi sonrisa sincera de oreja a oreja. No quiero llegar a esa edad con problemas de movilidad, asfixiándome a cada paso que de, sin poder viajar en avión por no caber en los asientos y un largo etcétera. Desde que tomé la decisión (el 7 de abril en la consulta de mi nutricionista) a hoy día 17 de junio he perdido en total 16 kilos (a finales de marzo, por mi cumpleaños, pesaba 120 kilos y hoy peso 104), me queda aún un arduo camino por delante hasta llegar a los 73 kilos de mi peso ideal, pero no tengo prisa. Lo importante es que interiorice el proceso y disfrute, como también dice Giner, de las pequeñas cosas, del día a día. Que me enfoque, como le decía Anais (ya descubriréis quién es ella si leéis el libro)  en el momento presente sin crearme ansiedades por expectativas de un futuro que quiero adelantar antinaturalmente y que me hace no vivir en el momento actual. 

Está claro que mi problema de adicción al dulce no es un problema con la comida, es un problema de gestión de mis propias emociones, porque tengo suturas en mi alma, traumas de situaciones de violencia de mi pasado que me rompieron y que aniquilaron mi estructura mental familiar (hoy en día soy madre soltera  derivado de ser supervivientes de violencia de género y esto no fue algo que decidí yo a consciencia, jamás me imaginé criando un hijo yo sola) y el día a día se torna muy duro. Cuando estalló la pandemia y nos confinaron en casa (a mí me mandaron a un ERTE en mi trabajo, en el que aún sigo) mi mundo se hizo trizas. Yo estaba adicta al trabajo, era mi tabla de salvación (no sé si mi productividad estaba o no en su máxima potencia, pero precisaba ir a trabajar y entregarme a mi profesión como escondite de los desastres de mi vida privada) y quedarme sin él me hizo llenarme de miedos, de insomnio nocturno, de atracones en mitad de la noche viendo películas y series en bucle (desde marzo 2020 estoy suscrita a todas las plataformas que existen: Netflix, Amazon Prime, Disney+, HBO, Filmin y Movistar). El placer sensorial que sentía en mi paladar me creaba la fantasía de que calmaba mis penas, realmente me relajaba de verdad y me calmaba muchísimo, el placer que no me daba la vida lo depositaba el dulce en mis sentidos. Sentía mucho placer comiendo dulces, chocolates y, ¡también!, bebiendo vino tinto  acompañado de Seven Up (calimocho en toda regla, como los que bebía a litronas en mis fiestas universitarias en La Laguna). Y así, gesté no solo un problema con el dulce sino también con el vino, sin llegar al alcoholismo, pero cuando para relajarme necesitaba comer dulce y beber vino y ya asociaba sentirme mal con acudir a consumirlos, en ese momento ya me convertí en adicta (en este caso al dulce, no al vino) y el primer paso para superar algo es admitirlo. 

El libro lo tengo lleno de hojas que se doblan señalando algún que otro párrafo, incluso párrafos enteros subrayados porque me he sentido inmensamente identificada en ellos y quería recalcarlo (sí, soy de esas personas que subrayan los libros y marcan las páginas doblando las esquinas), algunos de estos párrafos son:

(Página 39) << En esta época, que se extiende unos años, tengo varias parejas, pero ninguna supera el año de duración y algunas no llegan ni a los seis meses. Me canso de ellas, me aburro, no obtengo placer. Sin embargo, no rompo yo las relaciones, sino que las dinamito para que sean ellos los que me dejen a mí...>>. (En realidad, yo esto lo llevo haciendo desde 2008 en que me divorcié, ¡hace trece años!).

(Página 256) << Vuestra única vida no pueden ser vuestros hijos. Vosotros tenéis vuestra vida. No podéis vivirla a través de nosotros. Quiero funcionar como persona autónoma, con sus éxitos, sus errores, sus aciertos, etc. Lo gracioso es que nadie de la gente que está afuera y me conoce podría pensar que así es como me siento. Las apariencias son muy distintas >>.

(Página 315) << Recuerdo a mi padre diciéndome las siguientes frases a lo largo de mi adolescencia: " No tienes ni idea", "contigo no se puede hablar, con tu hermano hablo perfectamente", " no sé qué te pasa", "eres un(a) dictador(a)", "estás vacío(a) por dentro, solo eres fachada", "lo único que tienes es la familia, los de fuera solo van a hacerte daño", "eres un sinsentido de persona". Mi padre ha sido capaz de proferirme las palabras más crueles que he oído jamás en boca de alguien. Sin embargo, (...) (en mi caso añado que me han apoyado desde que me divorcié por violencia de género) De nuevo, la ambivalencia. La incomodidad, la inseguridad y el temor de estar en manos de una persona impredecible: mi padre. "Comes mucho", "comes poco", "bebes demasiado café", "eres un(a) bocazas", "eres problemático(a)", "vistes mal", "no sirves para nada", "dices cosas raras", "no vas a conseguir nada", "no puedes", "no sabes", "vas a ser un fracaso toda la vida" >> (Todo esto no lo he escrito yo, está tal cual en el libro de Giner). 

(Página 319) << (...) Quiso que fuese el modelo ideal de un hijo que vestía "bien", que se peinaba con raya y que deslumbraba al mundo. Por el contrario, es cierto, le salió un vástago "peculiar", al que le gusta llevar pantalones caídos que dejan ver la ropa interior, piercings, tatuajes y el pelo curiosamente alborotado. Y encima de izquierdas, con un sesgo rebelde y bocazas. Asentó sobre mí la exigencia silenciosa de conseguir el respeto que él no había logrado por sus propios medios, eliminando sus complejos e inseguridades. No lo hice. 

Pero sí crecí intentando desesperadamente satisfacer las necesidades y expectativas de los demás, sin preocuparme por las mías. Durante demasiado tiempo, viví condenado sin saberlo (...) >>. 

(Página 398) << ¿No debería ser materia obligada en los planes de estudio algo tan básico como gestionar nuestras emociones? ¿Cómo vamos a crear una sociedad de adultos autónomos, saludables y responsables si ni ellos mismos saben lo que sienten? >>

(Página 405) << Un año en la existencia de alguien es una cifra irrisoria cuando lo que se obtiene a cambio es la posibilidad de seguir vivo >> Esta frase, aunque con otro contexto radicalmente distinto, me retrotrajo al momento en que un guardia civil me dijo exactamente lo mismo por teléfono, cuando tenía una orden de protección y la guardia civil cercana a mi residencia tenían que hacer que se cumpliera. El modo fue darme un teléfono GPS para que si le veía cerca activara un botón conectado a ellos que se personarían en el lugar, pero ellos lo que hacían era advertirme que mejor durante un año o el tiempo necesario no saliera mucho de mi casa (sí, sí, en arresto domiciliario yo, la víctima) e iba de mi trabajo (a dos pasos de mi casa) a casa y viceversa y de casa al cole preescolar de mi hijo y viceversa, encerrados en casa mi hijo y yo estuvimos durante tres largos años. Por fortuna mi hijo era un bebé y teníamos un jardín trasero donde podía jugar con amiguitos de su edad, hijos de amigas, que venían a casa. 

(Página 433) << Si puedo ponerme melodramático, te diré que creo que el cine me salvó la vida. No soy capaz de imaginar qué habría sido de mí sin el refugio del cine >>. (Literalmente, las salas de cine han sido para mí el lugar más confortable y seguro del mundo donde además el cine me transportaba a un lugar muy lejano de mí misma y de todos los demonios de mi cabeza). 


Para concluir, el libro de Javier Giner es un viaje a la introspección de una mente brillante y un corazón puro que nos lega esta guía válida para todos los tiempos y adicciones o apegos. 


¡Sin duda alguna es un libro que no puede faltar en tu librería doméstica! ¡Ve a por él y saboréalo despacio!


Ana Nayra Gorrín Navarro. 

A jueves 17 de junio de 2021. 







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