La fábula de la boa y la osita

Había una vez una osita gordita y esponjosa que vivía en un bosque sereno. Cada mañana jugaba entre flores y arroyos, irradiando alegría y ternura. Pero una boa, silenciosa y calculadora, la observaba desde hacía tiempo. Medía cada uno de sus pasos, estudiaba su rutina y esperaba el momento de abalanzarse sobre ella.

 La osita no entendía por qué aquel reptil la seguía con tanta fijación: ella no cuestionaba su atención constante sobre ella, solo brillaba con la inocencia de quien vive en paz.

Un día, la boa, consumida por la envidia, trató de enroscarse a su alrededor para apagar su luz. Sin embargo, lo que no sabía era que la osita llevaba dentro una fuerza ancestral, una justicia dormida que despertó en el instante preciso. La osita se zafó con la ayuda de las fuerzas del bosque, y la boa, derrotada por su propia maldad, acabó desterrada en las sombras de donde nunca debió salir. La osita, libre y más sabia, comprendió que no hay enemigo más peligroso que aquel que se disfraza de cercanía, y que la justicia, aunque tarde, siempre llega.


Hay personas que no paran de rondarte: vigilan cada movimiento, te persiguen en redes sociales con la obsesión de un fanático. Lejos de desearte el bien, lo que hacen es medir tu tamaño como lo haría una boa antes de devorar a su presa. Quieren tu vida. Envidian tu trabajo, tu formación, tu empeño y esa chispa que te hace única. Anhelan tu capacidad de sacrificio, tu constancia, tu imaginación y tu creatividad.




No hay nadie que observe más atentamente que aquel que siente envidia o celos. Y ese veneno siempre se transforma en odio. El rencor y la maldad adoptan muchos disfraces, pero el más peligroso es este: el que se esconde detrás de una sonrisa.


Por eso, cuidado con quién hablas y a quién entregas tus confidencias. Los peores enemigos no se encuentran lejos, sino muy cerca: entre amistades, entre compañeros de trabajo e incluso, a veces, dentro de la propia familia.


Protege tu energía. Limpia tu hogar con palo santo peruano, deja que el humo recorra cada rincón mientras rezas un Padrenuestro en quechua. Coloca un ojo turco en tu puerta, lleva contigo un colgante de la mano negra —africana o gallega— como escudo, y pon un espejo frente a la entrada de tu casa para devolver el mal de donde vino. Enciende velas blancas, quema incienso, ora mañana, tarde y noche, y pide a Dios y a tus ángeles de la guarda protección para ti y los tuyos.


El mal existe, y también los hijos del mal. Hay conjuros para revertirlo, pero yo —bruja blanca— siempre prefiero dejar esa tarea en manos de la justicia universal. Tú mantén limpio tu dharma, porque el karma, inexorable, siempre llega.


Que lo que me deseas, te retorne por triplicado.


Ana Naira (Nayra) Gorrín Navarro. 

18/09/2025.

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