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viernes, 28 de octubre de 2022

Los únicos tres vagabundos que observé en la Gran Vía.

Como muchas personas ya saben, estas tres semanas he estado de vacaciones (una semana en Madrid) y he mantenido desactivadas mis cuentas en las redes sociales. Necesitaba distanciarme del ego que propician las redes sociales para poder tener una vida contemplativa, lenta y relajada, desconectada de todo y en distensión absoluta. A pesar de que las he vuelto a activar, seré más selectiva en mis publicaciones a partir de ahora. No obstante, no quería dejar de compartirles esto:

La Gran Vía madrileña es inmensa. Imagino que si conoces Madrid recordarás, como todos/as, el día en que estuviste en la Gran Vía por primera vez. Para mí fue el viernes 12 de noviembre de 2021, le siguieron otras ocasiones porque me enamoré de la ciudad y, siempre que puedo, me escapo a ella. Vivo en un paraíso, rodeada de mar y naturaleza, en un pueblito pequeño con muy pocos servicios. Pese a que soy feliz en mi pueblo, el abanico de posibilidades lúdicas y culturales que se abrió ante mis sentidos en Madrid solo lo sentí en Barcelona y en Londres, con la salvedad de que en Madrid me sentí como en mi propia casa, como si fuera de ahí de toda la vida. Y, al parecer, es un sentimiento común a todos los que no son de Madrid y, por las razones que sean, la visitan o residen en ella.
Como dice Andrés Trapiello en su novela autobiográfica titulada ‘Madrid’: <<… En la Gran Vía, se conoce a la mitad de personas en Madrid, a la otra mitad las conoces en Serrano>>.

También en la misma obra, se lee: << Los madrileños son de costumbres, son personas de pautas y hábitos fijos, a los que se les encuentra siempre a la misma hora en tal o cual terraza, tomando la misma bebida y picando de las exquisitas tapas que se sirven en todos los bares de la Villa>>.

Según el tour turístico del bus Madrid City y su grabación:

<< En sus 1,3 kilómetros, la Gran Vía se corona como la calle más larga y ancha de Madrid. Más de un kilómetro de frenesí y sensaciones, de cultura, de lugares donde ir a comer rico (bien sea a la española o internacional). Si bien, no es la calle más larga de España (esta es La Gran Vía de La Manga, en Murcia). Y, como dato anecdótico, la calle más corta de Madrid es la calle Rompelanzas, a cinco minutos andando desde la Plaza de España y situada entre la Plaza de Callao y la Plaza del Sol.

La Gran Vía no recibió oficialmente este nombre hasta 1980. Dividida en tres tramos, se denominó Avenida de Conde de Peñalver, y Margall y Eduardo Dato hasta la Guerra Civil. Durante la contienda adoptó varios nombres: Avenida de Rusia, de la URSS, de la CNT, de México y de la II República.

Los primeros bocetos datan de 1862, época en que se reformó parte del centro histórico madrileño, pero el diseño final no llegó hasta 1899, cuando los arquitectos José López Salaberry y Francisco Octavio Palacios presentaron el proyecto.
El edificio Capitol, el más emblemático de la Gran Vía, y conocido por su gran letrero luminoso de Schweppes, se inició a construir en 1931 y en un primer momento se denominó Edificio Carrión, con el proyecto de los dos jóvenes arquitectos Martínez Feduchi y Vicente Eced y Eced, las obras duraron tan solo dos años y medio, con un coste de 14 millones de pesetas, y una altura final de 54 metros en 14 plantas. Adoptó su mote de edificio Capitol por ser la sede de los Cines Capitol, que siguen aún abiertos. Se convirtió en Bien de Interés cultural en abril de 2018>>.

Otro emblema es el Edificio Metrópolis, la foto típica se hace desde la Calle Alcalá o desde la azotea del Círculo de Bellas Artes (por subir te cobran 5 euros) y un simple refresco sale también 5 euros. No obstante, merece realmente la pena subir y disfrutar de la panorámica de Madrid desde esta lujosa azotea donde se ubica un bar con todo tipo de cócteles y bebidas (caras, pero riquísimas) y donde se reúnen los artistas madrileños.

Ahora bien, he abierto este post para contar algo que percibí recorriendo los 1,3 kilómetros de la Gran Vía. Me llamó la atención que solamente vi tres mendigos: un señor con acento madrileño y que tenía la cara toda quemada y deformada (creo que por quemaduras con ácido) a la que siempre había alguien atendiéndole, dándole comida, dándole ropa, …, ¿quién sería este señor y qué le habrá pasado? Me llamó mucho la atención que la policía nacional y la municipal de Madrid (tan presentes a pie en la Gran Vía) le trataban muy bien y entraban en diálogo constante con él. Otro señor de apariencia nórdica que siempre estaba acostado, justo a la derecha de la boca de metro de Gran Vía, con la mirada absolutamente perdida y tumbado de lado junto a los miles y miles de transeúntes que pasaban a su vera sin inmutarse. Por último, una señora muy alta, con el cabello abotargado por las rastas que le llegaban hasta los tobillos, cuyo aspecto evidenciaba que el champú, el gel y el agua de una ducha confortable no habían tocado su piel de mujer de etnia negra desde hacía décadas. Esta mujer me llamó poderosamente la atención. Siempre que me topaba con ella estaba escribiendo en un cuaderno grande, cuadriculado y con márgenes, que aparentaba estar escrito hasta la mitad del cuaderno por donde parecía que iba. Su letra era preciosa y respetaba escrupulosamente los márgenes y distancias entre párrafos. A su lado llevaba atada a una cuerda que llevaba enrollada en su muñeca izquierda (como con miedo de que alguien se la arrebatara) una caja absolutamente repleta de cuadernos como el que escribía y de libros, muchísimos libros en francés. ¿De dónde sería ella? ¿Qué historia llevaría a sus espaldas? ¿Qué escribía en esos cuadernos? ¿Y si sus textos fueran reliquias y las mejores novelas jamás publicadas hasta ahora? ¿Era esa caja de libros y cuadernos lo único que poseía y quería conservar en la vida? ¿Por qué?

Miramos, pero la mayoría de veces no observamos a las personas con los ojos del corazón. Me hubiera gustado acercarme a ella y dialogar, pero iba con mi hijo. Si hubiera ido sola, seguramente me hubiera parado a dialogar con ella. Tal vez me hubiera llevado un grito enajenado que me alejara, tal vez un susto porque la señora entrara en pánico o, simplemente, tal vez me he perdido la oportunidad de conversar con un ser humano formidable que tiene algo muy serio que contar a la humanidad y a la que nunca nadie se paró a observar, a escuchar, a leer.

El mundo es un lugar hermoso, aunque a muchas personas les hayan pasado cosas horribles. Todos merecemos que nos observen, nos contemplen y escriban en nuestras almas la palabra que hemos olvidado hace décadas y que nos define: HUMANO/A.

Ojalá algún día, caminemos por la ciudad o pueblo que caminemos, JAMÁS veamos personas sin hogar, sin recursos, sin un techo bajo el que dormir. Un porcentaje nada pequeño de estas personas sin hogar son enajenados/as mentales que perdieron el primer hogar que tiene que tener el ser humano: su mente. Cuidar la salud mental ha de ser responsabilidad de todos y de todas, pero no podemos echar al olvido de la mendicidad a quienes han perdido la cordura. Lo menos loco, si leyéramos las historias personales de muchas personas, sería perderla. Porque continuar viviendo infiernos estando cuerdos es, simplemente, imposible.

Dedicado a los únicos tres vagabundos que contemplé en Gran Vía.

Me pareció increíble que en la capital de España y la calle más grande y transitada de Madrid sólo me topara con tres mendigos. No sé si esto es bueno o es malo, a la reflexión personal de cada uno lo dejo.

Octubre de 2022.
Ana Nayra Gorrín Navarro.






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