Con el odio a lo español nos hemos topado.
Con el odio a lo español nos hemos topado.
Comprender qué significa ser canario es una empresa tan compleja que este espacio se me queda corto. Porque ser canario es ser muchas cosas a la vez: somos unión y diversidad, somos libertad hecha viento, somos el silbo que atraviesa el monte y se funde con la brisa atlántica. Somos un mar que reconoce en sus ocho islas un solo latido. Y somos también la confluencia viva de tres grandes almas: la africana, la europea y la latinoamericana.
Nuestros pies se posan sobre África, en el vértice noroccidental del continente. Y sin embargo, somos también una nacionalidad histórica dentro de España y una región ultraperiférica de Europa. Habitamos el cruce de tres mundos.
Lo digo no solo por intuición identitaria, sino también con el respaldo de la ciencia —al menos la de los test genéticos de MyHeritage, que algo tendrán que decir—. En mi caso, soy 20% guanche (etnia con origen en el Atlas bereber), 60% íbera (con fuerte presencia en la región de Madrid, quizá por eso me siento tan en casa entre madrileños) y 20% francesa (con origen en Pas-de-Calais, al norte, lo cual podría explicar mi frialdad ocasional… aunque enamorada, confieso, se me derrite hasta el carácter).
Y con esta mezcla a cuestas, ¿cómo podría yo odiar a nadie? ¿Cómo sostener un rencor eterno hacia “lo español” por la deuda histórica de la conquista? Mis ancestros guanches fueron esclavizados, sí, por otros ancestros míos que venían de Castilla. Pero ¿debo entonces cargar con el odio como herencia? Rotundamente, no. No tengo espacio en el alma para odiar a nadie.
Hace poco conversaba con algunos nativos americanos por internet, y me dolía palpar la persistencia del rencor en sus palabras. Comprensible, sí, pero a menudo desenfocado. Los españoles de hoy no son los conquistadores del siglo XVI, como tampoco lo son los suecos de ahora los saqueadores vikingos de antaño. ¿Cuánto tiempo más vamos a permitir que el pasado nos impida sanar el presente?
Ninguna civilización se libra de manchas históricas. Los incas, por ejemplo, arrasaron y subyugaron culturas enteras en su expansión por Perú. ¿Son por ello menos culpables que los imperios europeos? ¿Dónde trazamos la línea del agravio eterno?
No se trata de olvidar, sino de no envenenarse. Vivir mirando atrás con odio nos impide caminar hacia una fraternidad real. Yo elijo vivir con respeto y con amor, con voluntad de encuentro. Soy canaria, sí, pero también ciudadana del mundo. Y allá donde me lleve la vida, amaré esa tierra como amo la mía; protegeré a su gente como a la mía. Porque los humanos no echamos raíces como los árboles: tenemos piernas para movernos, y corazón para pertenecer donde somos amados y donde podemos amar.
Por eso, les ruego: no odien a los españoles por lo ocurrido en el siglo XV. Latinoamérica es latina precisamente por el mestizaje que trajo el idioma, por las lenguas que nacen del latín —el español, el francés, el italiano, el portugués…—
No lo olvidemos: somos mezcla. Somos memoria, sí, pero también presente y posibilidad. Y en ese mestizaje de historia y futuro, la reconciliación es un acto de valentía.
Ana Naira Gorrín Navarro.
15/05/2025.
Comentarios
Publicar un comentario