Mis contradicciones y algo sobre el Manifiesto del Buen Vivir.
Soy de una islita y de un pueblo pequeño, Acantilados de Los Gigantes, insertado en un municipio rural, Santiago del Teide, que hoy en día vive prácticamente del turismo en su totalidad, pero cuya base es predominantemente agrícola. Una tierra a la que el turismo no sostenible está consumiendo poco a poco y, si no le ponemos remedio con conciencia ecologista y medioambiental, nos avocará a tener que salir de nuevo de las Islas y emigrar, pues no nos espera nada bueno en el futuro si seguimos permitiendo que el turismo agresivo de masas se coma nuestras islas. Turismo, claro que sí (vivimos todos de él), pero sostenible, controlado por los locales.
Contradicciones.
Precisamente, porque la condición humana es amar siempre lo que no tienes, amo la vida en las grandes ciudades. Londres y la época que pasé en ella fue, ya muy atrás en el tiempo, una etapa muy feliz de mi vida. Era joven, inquebrantable y con toda la fuerza de mil yeguas salvajes en libertad en mis venas. La fluidez y gran elenco (tranvía, bus, metro…) de los medios de transporte, las oportunidades de crecimiento personal y culturales (teatros, cines, bares literarios y clubes de escritura y lectura…), la gente que puedes conocer (de todas las partes del planeta) y todo lo que puedes aprender en una ciudad tan palpitante como Londres, no tienen precio ni punto de comparación.
Pese a mi amor por la vida en las grandes ciudades, siempre sentí atracción por la gente que vive en lugares tan remotos como la selva amazónica. Sí, lo sé, estoy llena de contradicciones. Una vez leí que una persona para ser escritora tiene que estar hecha del caos, tal vez por eso me rijan tantas refutaciones. Porque en el fondo lo único que soy es escritora.
Tal vez influenciada por las maravillas sobre sus gentes que mi primer gran amor me contó en su día (ay, ¡cuánto me marcó!) he sentido siempre una atracción y curiosidad enormes hacia la cultura y modos de vida de los pueblos indígenas amazónicos. No obstante, soy plenamente consciente de que mi sistema inmunológico no aguantaría, probablemente, ni un solo día en la selva (otra de mis contradicciones). Creo que de una sola picadura de mosquito amazónico ya entraría en shock anafiláctico, tan delicada y “especialita” como soy en temas de piel y alergias. Tengo la piel demasiado blanca, fototipo I, llena de pecas y lunares y se me roncha, inflama, marca e irrita con mucha facilidad y virulencia. Y esto es herencia de mis ancestros franceses paternos del árbol genealógico, ¡lástima no haber heredado también los ojos azules de mi abuela paterna! Como casi todos los canarios, soy mestiza. En mi caso, y después de haberme hecho el test de ADN de MyHeritage, puedo afirmar que lo soy de guanches, españoles y franceses.
Tal vez porque mi vida es una persecución continua de narrativa, busco experiencias de alto voltaje a través de mis viajes y de explorar el mundo, otras culturas y pueblos. Pero ya no soy aquella joven veinteañera capaz de cruzar el mundo por vivir una aventura que nutriera de fuerza posteriormente mis escritos. Tengo 46 años, demasiadas guerras superadas y un cansancio en el alma que más bien le pertenecería a una persona de 80 años. Estoy exhausta y prefiero la comodidad de las grandes ciudades para viajar. Es más, hace mucho tiempo que me dije que ya no quería salir de Europa. Me gusta viajar sola, máxime ahora que hace un largo tiempo que no tengo pareja y poder cuadrar agendas con las amigas (todas ocupadas con sus trabajos y familias, igual que yo) es tarea prácticamente imposible. Y para viajar sola es mejor hacerlo dentro de Europa, donde la mujer está, al menos legalmente, más protegida que en otros lares del planeta. Porque hay que ser muy consciente de que la igualdad real aún no existe y no es lo mismo que un hombre viaje solo a que lo haga una mujer, ella se somete a más riesgos y peligros. Aunque, en pleno S. XXI, no debería ser así.
Y se preguntarán, ¿qué tiene que ver lo que titulas en relación al argumento de las contradicciones de amar la ciudad, pero sentir atracción hacia el modo de vida de la selva y esto que dices del manifiesto del Buen Vivir? Trataré de explicarlo de manera clara:
En el microgrado en Antropología sociocultural, mención Antropología del desarrollo, que cursé por la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), estudié que los pueblos indígenas de América han constituido un Manifiesto titulado el Manifiesto del Buen Vivir.
El Buen Vivir (también llamado Sumak Kawsay en quechua o Suma Qamaña en aymara) es un concepto filosófico de los pueblos indígenas que propone vivir en armonía con la naturaleza, la comunidad y uno mismo. No se trata de acumular riqueza o consumir sin freno, sino de buscar la plenitud respetando los ciclos naturales, la diversidad y la vida colectiva. En esencia: menos "tener" y más "ser y convivir". Sin que ello esté reñido con tener saciadas las necesidades sanitarias, de comunicaciones, educativas y sociales de las personas que integran las comunidades.
El Manifiesto del Buen Vivir no es un tratado internacional al uso ni un documento firmado por países como tal. Es más bien un conjunto de principios que se ha recogido en diversos foros internacionales y que ha inspirado reformas constitucionales y políticas públicas especialmente en Ecuador, donde en 2008 se incluyó el Buen Vivir en la Constitución como un derecho y un modelo de desarrollo alternativo.
También en Bolivia, en 2009, donde se incorporó en su Constitución bajo el término de Vivir Bien, también como fundamento del Estado Plurinacional.
¿Quiénes lo apoyan o lo han suscrito?
Más que firmar un documento concreto, los países que lo han integrado en sus leyes son sobre todo Ecuador y Bolivia. Otros países como Perú, Colombia y Chile tienen movimientos indígenas y sociales que defienden el concepto, pero no lo han formalizado en sus constituciones.
¿Cómo se está llevando a cabo?
En la práctica... con dificultades. Aunque suena bonito, la realidad es que las políticas de desarrollo, minería, explotación de recursos y acuerdos económicos muchas veces chocan con los principios del Buen Vivir.
En Ecuador y Bolivia se han creado instituciones y leyes que intentan implementar estos principios (protección de la naturaleza, participación comunitaria, derechos de la Pachamama...), pero en la ejecución real hay muchas contradicciones entre discurso y acción.
¿Cuándo se firmó?
En la Cumbre Mundial sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra (Cochabamba, Bolivia, 2010) y diversas asambleas de pueblos indígenas desde el año 2010.
En la Amazonía ecuatoriana, los pueblos como los Kichwa de Sarayaku son un símbolo de resistencia y aplicación del Buen Vivir. Ellos se oponen abiertamente a la explotación petrolera en sus territorios. En lugar de aceptar proyectos que prometen dinero rápido pero destruyen la selva, han desarrollado un concepto propio que llaman "Kawsak Sacha" o Selva Viviente. Esto significa que no ven la selva como un recurso a explotar, sino como un ser vivo con derechos. Su forma de aplicar el Buen Vivir es proteger su territorio, mantener sus prácticas ancestrales de agricultura sostenible (como la chacra o huerto comunitario), pescar y cazar de forma regulada y tradicional, y educar a sus jóvenes en su lengua y costumbres para garantizar la continuidad cultural. En la región andina, comunidades como las de Cotacachi han llevado el concepto hacia un modelo de desarrollo local que respeta el medio ambiente. Han impulsado el turismo comunitario gestionado por ellos mismos (nada de grandes cadenas), la producción de alimentos orgánicos y ferias de trueque para promover la economía solidaria. De esta manera combinan ingresos sostenibles con la preservación de sus valores culturales.
En las comunidades Shuar del cantón Palora, en la provincia de Morona Santiago, Ecuador, el concepto del Buen Vivir se materializa en diversas iniciativas que buscan armonizar la preservación cultural, el desarrollo económico sostenible y la protección del entorno natural.
Por ejemplo, en la comunidad de Tawasap, ubicada en la parroquia 16 de Agosto, se ha implementado un proyecto de ecoturismo desde 2010. Este proyecto, conocido como el Plan de Vida, abarca 20.000 hectáreas de territorio, de las cuales solo 300 se destinan al turismo. La comunidad ofrece a los visitantes una experiencia inmersiva en la cultura Shuar, incluyendo caminatas por la selva, demostraciones de medicina ancestral y participación en rituales tradicionales. Este enfoque no solo genera ingresos para las familias locales, sino que también fortalece la identidad cultural y promueve la conservación del medio ambiente.
Además, en la parroquia Arapicos, cinco comunidades Shuar han recibido financiamiento gubernamental para desarrollar proyectos productivos. Con una inversión de más de 49.000 dólares, estas comunidades están construyendo infraestructura para el cultivo de pitahaya, con el objetivo de obtener certificaciones de Buenas Prácticas Agrícolas. Este esfuerzo busca diversificar la economía local y mejorar la seguridad alimentaria, alineándose con los principios del Buen Vivir al fomentar una producción agrícola sostenible y respetuosa con el entorno.
En la comunidad de Chinimp, también en Palora, se ha identificado un potencial significativo para el desarrollo del turismo comunitario. Aunque actualmente enfrentan desafíos como la falta de promoción y apoyo institucional, la comunidad posee atractivos naturales y culturales valiosos, así como conocimientos ancestrales que podrían ser aprovechados para crear experiencias turísticas auténticas y sostenibles.
Estas iniciativas reflejan cómo las comunidades Shuar de Palora están adaptando y aplicando los principios del Buen Vivir en su contexto local, buscando un equilibrio entre el desarrollo económico, la preservación cultural y la protección del medio ambiente.
Eso sí, no todo es color de rosa. Aunque estas iniciativas son reales y valiosas, siguen luchando contra amenazas muy grandes. Las políticas nacionales, los tratados de libre comercio y las presiones de las multinacionales hacen que en muchos casos el Buen Vivir se convierta en una batalla diaria más que en una realidad plenamente consolidada. La contradicción entre lo que dicen los gobiernos y lo que permiten hacer a las empresas todavía está muy presente.
En resumen: en Ecuador el Buen Vivir se está aplicando en serio en muchas comunidades indígenas, sobre todo en la defensa del territorio, la preservación cultural y la búsqueda de alternativas económicas justas. Pero está lejos de ser un modelo global porque choca de frente con los intereses económicos nacionales e internacionales.
El Manifiesto del Buen Vivir surge de la necesidad urgente de buscar alternativas al modelo de desarrollo capitalista tradicional, que ha demostrado ser insostenible tanto para el planeta como para las sociedades. La devastación ambiental, la crisis climática, el agotamiento de los recursos naturales, la creciente desigualdad social y la exclusión histórica de los pueblos indígenas son las razones fundamentales que motivaron a las comunidades originarias a proponer otro camino. Estas culturas, que llevan siglos viviendo en equilibrio con la naturaleza, observaban cómo el progreso entendido como consumo, explotación y crecimiento económico sin freno estaba destruyendo sus territorios y sus formas de vida. Frente a esta realidad, el Buen Vivir no es solo una crítica, sino una propuesta: vivir en armonía con la naturaleza, priorizar el bienestar colectivo sobre la acumulación individual, recuperar el sentido de comunidad y proteger la diversidad cultural y ecológica. Sin embargo, llevarlo a la práctica es complicado. No basta con mencionarlo en constituciones o en discursos políticos. Para hacerlo real habría que transformar de raíz muchos aspectos del sistema actual: redefinir el concepto de desarrollo para que no solo mida riqueza económica sino también bienestar social y salud ambiental; otorgar derechos jurídicos a la naturaleza, como se ha hecho en Ecuador con la Pachamama; impulsar formas de economía solidaria que pongan a las personas y al entorno por delante del lucro (Economía del bien común); fortalecer las democracias comunitarias para que las decisiones sobre el uso de los recursos sean participativas; y cambiar la educación para incluir cosmovisiones indígenas que enseñen a vivir en respeto y reciprocidad con el planeta. En definitiva, el Buen Vivir es posible, pero no es un camino fácil. Requiere voluntad política internacional, cambios culturales profundos y, sobre todo, entender que la supervivencia de la humanidad depende de encontrar un modo de vida menos depredador y más consciente. En este sentido, creo firmemente que los pueblos indígenas tienen la clave para la supervivencia del Planeta Tierra. Y que urge redefinir el concepto de sociedad desarrollada. Hablar de sociedad desarrollada ha sido, durante demasiado tiempo, sinónimo de crecimiento económico, urbanización, tecnología punta y consumo desbordante. Un modelo que presume de progreso mientras deja cadáveres invisibles en la cuneta: pueblos enteros desplazados, culturas milenarias reducidas a folclore de postal, especies extinguidas sin siquiera haber sido nombradas y ecosistemas devastados que no salen en los telediarios. Pero ha llegado la hora de llamar a las cosas por su nombre: eso no es desarrollo, es extractivismo encubierto de modernidad.
Redefinir el concepto de desarrollo significa asumir que no hay progreso si alguien queda atrás, ya sea una persona o un árbol centenario. El desarrollo auténtico es inclusivo o no es. Solo es legítimo si respeta la dignidad de todos los que forman parte del tejido de la vida. Eso incluye, por supuesto, a los pueblos indígenas y, fundamentalmente, a la Madre Naturaleza, a la que durante siglos hemos tratado como esclava y almacén infinito de recursos.
Aquí entra en juego una idea revolucionaria (aunque debería ser de sentido común) en la que Ecuador fue pionero: la naturaleza como sujeto de derechos. No como objeto que puede ser vendido, destruido o contaminado, sino como un ente con existencia propia que merece ser protegido jurídicamente. Si un río muere, mueren las comunidades que viven de él. Si un bosque cae, caen las culturas que respiran a su ritmo. Declarar a la naturaleza como entidad jurídica —como ya hizo Ecuador en su Constitución reconociendo los derechos de la Pachamama— no es un capricho de ecologistas ni un gesto poético: es una necesidad vital.
En este nuevo paradigma, una sociedad desarrollada no es aquella que presume de rascacielos ni de tasas de consumo desorbitadas. Es aquella que sabe vivir sin devorar, que integra a todos sus miembros —humanos y no humanos— en un proyecto común de bienestar y respeto mutuo. Es aquella en la que un bosque y un animal tienen el mismo derecho a existir que un ciudadano, donde el desarrollo económico va de la mano del equilibrio social y ecológico, y donde el verbo "progresar" ya no significa pisar, sino elevarse juntos.
Redefinir el desarrollo es urgente. O lo hacemos, o seremos la especie que escribió grandes discursos mientras cavaba su propia tumba.
Ana Naira Gorrín Navarro.
07/05/2025.
Los Gigantes, Tenerife, Islas Canarias.
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