Frida Kahlo, película interpretada por Salma Hayek
Ayer vi en Netflix la
película Frida, protagonizada por Salma
Hayek, que pronto desaparecerá de la plataforma (el 1 de septiembre). Pese a
sus dos horas de duración, la vi absorta, sin pestañear. La interpretación de
Salma Hayek es soberbia: no imagino una actriz más adecuada para encarnar a
Frida Kahlo.
¡Qué mujer tan
influyente! ¿Cómo es posible que en el México de los años veinte surgiera una
figura tan feminista, rebelde y adelantada a su tiempo? Frida rompió moldes no
solo con su pintura, sino con su vida. Fue un espíritu libre, capaz de amar y
sufrir con la misma intensidad con que pintaba.
Su relación con
Diego Rivera fue un torbellino. Él, un eterno infiel; ella, una mujer que
también respondió con sus propias pasiones. Lo suyo fue un amor feroz, caótico
y, a la vez, profundamente cómplice. Hoy se podría llamar “pareja abierta” o
“poliamorosa”, pero lo cierto es que se trataba de un vínculo donde las
infidelidades no lograban quebrar la devoción mutua que se profesaban. Un amor
hecho de fuego y ruina, pero también de arte, como solo saben amar los grandes
artistas.
Muchos la han
calificado de andrógina por su icónico unicejo, porque fumaba y bebía como los
hombres, porque a veces vestía con ropa masculina o porque era velluda, con una
presencia física que desafiaba los cánones de belleza de su tiempo. Sin
embargo, yo siempre la he visto profundamente femenina: en sus coronas de
flores, en las cintas y trenzas de su cabello, en sus pendientes largos, sus
rebozos y fulares, la forma delicada de posar las manos. Incluso cuando,
devastada tras descubrir que Diego la engañaba con su propia hermana, se cortó
el pelo a tijeretazos hasta llevarlo a lo garçon, seguía siendo
esencialmente mujer. ¡Ay, nosotras y el cabello! Siempre que necesitamos cerrar
etapas lo pagamos con las tijeras… y me incluyo.
La película es un
derroche de belleza: desde la ambientación hasta la banda sonora, con la voz
inconfundible de Lila Downs (una de mis cantantes favoritas), que aparece en
varias escenas y potencia aún más la magia del relato.
Pero Frida no fue
solo arte y amor. También fue política, y de las comprometidas. Militante
comunista como Rivera, se relacionó con personalidades de la talla de Pablo
Picasso, André Breton, Marcel Duchamp, Georgia O’Keeffe o el poeta León Felipe.
Su casa azul de Coyoacán se convirtió en un centro cultural y político. Allí
recibieron al mismísimo León Trotski, el líder revolucionario ruso exiliado
tras enfrentarse a Stalin. Frida y Diego lo alojaron en su hogar en 1937,
cuando el gobierno de Lázaro Cárdenas le concedió asilo en México. Trotski
vivió con ellos durante casi dos años, protegido de los intentos de asesinato
ordenados por Stalin. Se sabe, incluso, que Frida mantuvo un breve romance con
él.
El final de Trotski
en México fue trágico. El 20 de agosto de 1940, en su casa de Coyoacán, fue
atacado por el agente Ramón Mercader, enviado por Stalin, que lo golpeó en la
cabeza con un piolet de alpinismo. Trotski sobrevivió al ataque lo suficiente
para pedir que no ejecutaran a su agresor, pero murió al día siguiente en el
hospital. Aquel crimen conmocionó al mundo y convirtió a la Casa Azul y a
Coyoacán en un lugar marcado por la historia del siglo XX.
La figura de Frida
Kahlo sigue siendo hoy un icono universal: símbolo de rebeldía, de feminidad
indomable, de arte visceral y de lucha política. Una mujer que, desde su
fragilidad física, construyó una fortaleza simbólica que no se marchita con el
tiempo.
Ana Naira (Nayra) Gorrín Navarro.
20/08/2025.
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