Reseña sin spoiler de Los nueve reinos de Santiago Díaz Cortés
El 1 de agosto recibí la edición de bolsillo de Los nueve reinos, una novela que ya había leído en formato digital cuando se publicó en mayo de 2024. Decidí releerla porque, al conocer a D. Santiago Díaz en la feria de cultura de Miño, celebrada en julio de este año, me di cuenta de que había tergiversado en mi memoria aspectos importantes de la obra. Hoy, 10 de agosto y con cuatro días sin leerla en medio, he llegado al fin de la misma. Esto significa que, pese a ser un libro de 565 páginas en su edición de bolsillo (con letra pequeña), el estilo narrativo de Santiago logra atraparte de tal forma que en una semana puedes haberlo devorado por completo.
La novela comienza en el año 45 a.C., cuando un grupo de prisioneros de guerra africanos y sus mujeres, tras amotinarse en un barco romano que los trasladaba, son arrastrados por las corrientes hasta Tenerife. Durante mil quinientos años, sus descendientes crean una civilización aislada del resto del mundo, hasta que los nueve reinos que componen el territorio guanche se convierten en objetivo de los Reyes Católicos. El relato se centra en la resistencia guanche a la Corona de Castilla, entrelazando una historia de amor imposible y el retrato de una civilización silenciada. Aunque el autor asegura que desapareció para siempre, me atrevería a afirmar que no fue así. Los descendientes de aquellos fieros guanches siguen existiendo, y su herencia perdura en nuestra cultura. Si bien la civilización guanche sufrió un proceso de transformación y aculturación, tal como establece la Antropología sociocultural, la esencia de su identidad no se ha perdido.
La novela se estructura en 82 capítulos y un epílogo. Al final, el autor aclara que se trata de una obra de ficción, basada en hechos históricos. De este modo, refuto las críticas que afirman que se presenta como una novela histórica cuando en realidad es una ficción. Quien critique sin haber leído con conciencia el libro, no está haciendo justicia a su contenido.
Llegados a este punto, debo hacer un inciso personal, pues mi primera lectura de esta novela (en mayo de 2024) estuvo influenciada (me doy cuenta ahora) por mi experiencia pasada. Y es que cuando ingresé a la facultad de Derecho, con 18 años, tuve contacto con grupos independentistas canarios, llegando incluso a escribir en fanzines que se distribuían en la Universidad y en bares de San Cristóbal de La Laguna. Abandoné esa militancia el mismo día en que descubrí el odio visceral hacia todo lo relacionado con España que se respiraba en esos círculos. Yo no odio a nadie, mucho menos por su origen étnico o cultural. Años más tarde, un test de ADN me reveló que soy un 60% íbera, solo un 20% bereber (sorprendiéndome, ya que pensaba que mi ascendencia bereber era mucho mayor), y un 20% francesa. Esto reforzó mi convicción de que no debemos odiar nada relacionado con España, porque los canarios somos una sociedad mestiza, fruto de la mezcla entre bereberes, españoles y otros europeos. Años después, también pude sentir esta mirada de rencor hacia España por parte de muchas amistades latinoamericanas, pero creo que juzgar a los habitantes de hoy por lo que hicieron sus antepasados es un sinsentido. ¿Acaso se juzga a los actuales suecos por lo que hicieron los vikingos? ¿O a los actuales peruanos por lo que hicieron los incas con los waris?
En Miño, Galicia, pude comprobar la humildad y sabiduría de D. Santiago Díaz, quien afronta las críticas con una sonrisa y una disposición serena que revela años de dedicación en su investigación. No obstante, observé un par de imprecisiones en la novela, que quizá se deban a diferencias en las fuentes o a malinterpretaciones de mi parte. Desde pequeña, tuve una gran sed de conocimiento sobre la cultura guanche, pero los libros de texto eran escasos en ese aspecto. Durante una de mis tantas visitas al Museo de Historia y Antropología de Tenerife (MHAT) en la Casa Lercaro de La Laguna, me explicaron que la falta de información sobre nuestra historia precolonial respondía a un interés por silenciarla para evitar el despertar de nacionalismos. Recuerdo la rabia con la que salí de la exposición itinerante sobre los aparatos de tortura usados por los castellanos, como aquel potro de tortura, que consistía en introducir agua por todos los orificios del apresado hasta reventarlo.
En cuanto a las imprecisiones, el mapa de los nueve menceyatos que aparece al principio del libro presenta una delimitación errónea, especialmente con el reino de Daute y Adeje, que están mal trazados en relación con las fuentes más recientes, contrastadas por historiadores y genealogistas tinerfeños como D. Nelson Díaz Frías.
Otro punto que me parece confuso es la sugerencia de que los guanches realizaban sacrificios de niños, algo que no era propio de ellos, sino más bien de culturas como la maya o la azteca. Los ritos funerarios guanches, como el hallazgo de los restos de bebés en la cueva de Guía de Isora en 2018, deben interpretarse dentro de un contexto espiritual, no como sacrificios. Los guanches practicaban un tipo de momificación similar a la de los egipcios, pues creían que los muertos necesitaban estar preparados para el viaje al más allá. Este proceso, lejos de implicar sacrificios violentos, reflejaba un profundo respeto hacia los fallecidos.
Por otro lado, la cosmovisión de los guanches, profundamente animista y vinculada a la naturaleza, ocupa un lugar secundario en la novela. Me hubiera encantado que se hubiera profundizado más en los dioses y espíritus que regían su vida antes de que los castellanos los cristianizaran. Abora, el dios solar, y Guayota, el demonio, representaban las fuerzas del bien y del mal, mientras que Chaxiraxi, la diosa madre, simbolizaba la Naturaleza y la fertilidad (era el análogo de la Pachamama de los andinos). Estos elementos, propios de la espiritualidad guanche, son esenciales para entender su forma de vida. También me hubiera gustado que se resaltara más la importancia de la mujer en su sociedad.
A pesar de estas pequeñas interpretaciones, Los nueve reinos es una obra con más aspectos positivos que negativos. Como obra de ficción, no debe ser juzgada por su rigor histórico, sino por su capacidad para narrar la historia de los guanches de una forma apasionante. Si algo no se cuenta, está destinado a desaparecer, y agradezco a D. Santiago Díaz haber rescatado nuestra historia para la literatura. Ojalá esta obra, que tiene un ritmo vertiginoso y personajes fascinantes como Gara, Dácil y Beatriz de Bobadilla, llegue a la pantalla de Netflix algún día. Si esto hubiera sucedido en América, ya habríamos visto múltiples adaptaciones cinematográficas, pero en el sur de Europa seguimos siendo los grandes olvidados. Desde el “no enviamos a Canarias” a “abstenerse autores que escriban en canario” (como tuve que leer una vez en las bases de un concurso literario).
En definitiva, la novela logra transportarte a otro tiempo y espacio, haciéndote olvidar los problemas cotidianos. Ahora me adentraré en la trilogía de Indira, porque me ha dejado con ganas de más. Y ya tengo Jotadé en mi poder para continuar con su último trabajo hasta la fecha.
Gracias, Santiago, por regalarme el regocijo de la literatura, que siempre será mi tabla de salvación. Ojalá pueda volver a verte pronto y me puedas dedicar todos los libros tuyos que he comprado.
Con cariño,
La guanche de Daute; Nayra.
Ana Naira (Nayra) Gorrín Navarro.
En Los Gigantes, a domingo 10 de agosto de 2025.
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