La violencia edulcorada de la ópera
Sin embargo —y que quede claro desde el principio— me gusta la ópera. Siempre que puedo acudo a ella, porque es uno de los espectáculos más grandiosos creados por el ser humano: música en estado puro, voces que traspasan el alma, escenografías que convierten el teatro en un universo paralelo y libretos que condensan lo más sublime y lo más oscuro de la condición humana. La ópera es belleza, catarsis y conmoción; en sus mejores momentos logra lo imposible: que las emociones se vuelvan eternas. Pero conviene detenerse y mirar con lupa lo que tantas veces se nos ha vendido envuelto en orquestas sublimes y voces prodigiosas: una violencia edulcorada, un catálogo de crímenes pasionales que, bajo la excusa del amor, normalizaron durante siglos la dominación y la tragedia. Ahí está Carmen , de Bizet: una mujer libre, indomable, que muere acuchillada por Don José porque se niega a ser propiedad de nadie. O Tosca , de Puccini, condenada a un suicidio desesperado tras el asesinato del h...