Ejercicio dos: Año Nuevo.
Imagina un momento agradable en alguno de tus días de Año Nuevo y, a modo de diario, descríbelo y ciérralo con un haiku.
Cuando bajé las escaleras, me recibió con una sonrisa adormilada y su taza de café entre las manos. “Buenos días, mamá. ¿Dormiste bien?” Su voz aún arrastraba la pereza del amanecer. En la mesa había tostadas, zumo de naranja y algunas porciones del roscón de Reyes que habíamos partido la noche anterior. Se reía recordando cómo la figurita del rey le tocó a él y cómo, de broma, le hice llevar la corona de cartón mientras veíamos aquella película vieja que siempre nos hace reír.
Después del desayuno, salimos juntos al pequeño jardín. La brisa era fresca, pero reconfortante, y el rocío en la hierba brillaba bajo el sol como si todo el entorno nos estuviera regalando pequeñas joyas. Mi hijo estiró los brazos hacia el cielo y soltó un largo suspiro, el tipo de suspiro que deja atrás el cansancio del año anterior. Se agachó para recoger una rama caída y me dijo, medio en serio, medio en broma: “Otro año más. ¿Quién lo diría?”
A media mañana, decidimos dar un paseo por el parque cercano. Caminábamos lado a lado, en silencio al principio, hasta que empezó a contarme sus planes para el nuevo año: los proyectos que tenía en mente, las dudas, y los sueños. Yo escuchaba con atención, dejando que hablara, y me sorprendía lo rápido que había crecido, cómo cada palabra reflejaba a ese hombre joven y decidido en el que se estaba convirtiendo, pero que aún seguía siendo mi hijo.
De regreso a casa, antes de preparar la comida, nos detuvimos frente a la ventana del salón. El cielo estaba despejado, y el sol de invierno bañaba todo con una luz suave. Mi hijo, apoyado en el marco de la ventana, dijo algo que me quedó grabado: “Este año va a ser distinto, mamá. Lo siento.” No sabía si lo decía con la certeza de la juventud o con esa fe que solo el cambio de año puede dar, pero decidí creerle. En ese momento, supe que, pase lo que pase, estaremos bien.
Comentarios
Publicar un comentario