Ejercicio dos: Año Nuevo.

 Imagina un momento agradable en alguno de tus días de Año Nuevo y, a modo de diario, descríbelo y ciérralo con un haiku.

1 de enero

Hoy me desperté con la suave claridad del primer sol del año filtrándose por la ventana. El aire en la casa olía a café recién hecho, y desde la cocina llegaba el sonido de una cucharilla girando dentro de una taza. Me quedé unos minutos más en la cama, escuchando el ambiente tranquilo de la casa. Sabía que era mi hijo quien estaba en la cocina, probablemente preparando su desayuno con esa mezcla de independencia y ternura que a veces olvidaba que aún tenía.

Cuando bajé las escaleras, me recibió con una sonrisa adormilada y su taza de café entre las manos. “Buenos días, mamá. ¿Dormiste bien?” Su voz aún arrastraba la pereza del amanecer. En la mesa había tostadas, zumo de naranja y algunas porciones del roscón de Reyes que habíamos partido la noche anterior. Se reía recordando cómo la figurita del rey le tocó a él y cómo, de broma, le hice llevar la corona de cartón mientras veíamos aquella película vieja que siempre nos hace reír.

Después del desayuno, salimos juntos al pequeño jardín. La brisa era fresca, pero reconfortante, y el rocío en la hierba brillaba bajo el sol como si todo el entorno nos estuviera regalando pequeñas joyas. Mi hijo estiró los brazos hacia el cielo y soltó un largo suspiro, el tipo de suspiro que deja atrás el cansancio del año anterior. Se agachó para recoger una rama caída y me dijo, medio en serio, medio en broma: “Otro año más. ¿Quién lo diría?”

A media mañana, decidimos dar un paseo por el parque cercano. Caminábamos lado a lado, en silencio al principio, hasta que empezó a contarme sus planes para el nuevo año: los proyectos que tenía en mente, las dudas, y los sueños. Yo escuchaba con atención, dejando que hablara, y me sorprendía lo rápido que había crecido, cómo cada palabra reflejaba a ese hombre joven y decidido en el que se estaba convirtiendo, pero que aún seguía siendo mi hijo.

De regreso a casa, antes de preparar la comida, nos detuvimos frente a la ventana del salón. El cielo estaba despejado, y el sol de invierno bañaba todo con una luz suave. Mi hijo, apoyado en el marco de la ventana, dijo algo que me quedó grabado: “Este año va a ser distinto, mamá. Lo siento.” No sabía si lo decía con la certeza de la juventud o con esa fe que solo el cambio de año puede dar, pero decidí creerle. En ese momento, supe que, pase lo que pase, estaremos bien.

Haiku final:
Brisa susurra,
pasos que riman sueños,
luz renacida.


Ana Naira Gorrín Navarro.
09/02/2025.


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