Hace unos días he encargado uno de los libros más vendidos ahora mismo, el del periodista (y ahora también escritor) Ángel Martín titulado ‘Por si las voces vuelven’ y que escribió en un acto de honestidad consigo mismo y con quienes han padecido algún episodio psicótico a lo largo de su vida (les sorprendería el ingente número de ciudadanos/as que en algún momento de su vida los han sufrido). A él le sigo desde que su informativo express matinal de Instagram tenía poquitos seguidores, ¡siempre me ha parecido un genio como comunicador! Además, ¡qué leches!, él me cae genial y me identifico mucho en su modo y manera de ser y de pensar.
Y, aunque no es para nada comparable con lo que le sucedió a Ángel Martín, he querido comprármelo y leerlo por curiosidad pura pues yo tuve un episodio de alucinaciones durante el parto a los que ni los médicos que me llevaron el parto ni después mi médico de cabecera dio jamás importancia alguna. Ahora que lo pienso con perspectiva es para partirse de risa, pero en su momento yo ni siquiera fui consciente de que era una alucinación. El caso es que tuve un parto largo, de los que llaman parto seco pues rompí la bolsa antes de tiempo, la fecha de parto era para el 12 de octubre y el 30 de septiembre por la noche rompí inopinadamente la bolsa y tuvimos que salir corriendo al hospital. Por fortuna estábamos cerca pues mi madre ese mismo día (cosas de madres) se empeñó en que nos fuéramos ya porque aunque aún quedaba más de una semana para la fecha que me habían dado ella presentía que ya estaba a término y “me veía la barriga muy baja”. Y así fue, ¡tanto que así fue que esa misma noche rompí aguas mientras dormía y me desperté asustadísima y con una cascada emanando de mí a presión!
El parto fue natural, sin anestesia y muy doloroso y largo pues soy uno de esos casos raros en que la epidural no hace efecto. Pasadas las 18 horas de dolor mi mente decidió irse y creó una realidad paralela que yo solo observaba sin analizar lo más mínimo. Así, de repente en medio de la sala de parto donde me habían pasado pese a no tener los 9 cms mínimos necesarios de dilatación y donde luchaban porque la epidural me hiciera efecto inyectándomela hasta en tres ocasiones (¿tuvo que ver eso con las alucinaciones?), pues de repente en medio de la sala aparecieron Jorge Marrón y Daniel Mollá los colaboradores cachondos del Hormiguero, los dos con bata blanca y hablando entre ellos en términos médicos pero absurdos. Yo les preguntaba si estaba todo bien y ellos me decían que estuviera tranquila, que solo estaban preocupados por el latido de mi corazón, que era demasiado arrítmico y tenían miedo de que me fuera a dar un infarto antes de dar a luz. En ese momento yo me enfadé y pedí que no me asustaran, que ya bastante mal lo estaba pasando y que si pensaban dejarme morir en aquella sala de parto, que por qué no me hacían una cesárea y en ese bla, bla, bla estaba cuando una enfermera se acercó a mí mirándome fijamente las pupilas y diciendo:
Está teniendo alucinaciones. ¡Corre, llama al especialista!
Entonces se me hizo un vacío en la mente, no recuerdo nada más que un hueco negro en mi mente. Cuando ¿desperté? estaba teniendo una contracción bestial, me tenían sentada otra vez intentando inyectarme epidural, un enfermero enorme me tenía inmovilizada sujetándome fuerte, pero vino uno de los jefes anestesistas y les dijo que ya no podían inyectarme más dosis, que tenía que parir así, sin anestesia. Pidió mi ficha y acariciándome la espalda me dio dos golpecitos en ella y me dijo: -¡Cariño, tú no digas que eres de raza caucásica cuando te pregunten porque el ligamento amarillo de tu espalda es más persa que Irán!
Yo no rellené nada…
Son los datos que figuran en su historial – intervino la misma enfermera de antes.
Entonces, Marrón y Mollá pasaron por detrás del anestesista jefe y se despidieron de mí. Mollá dijo:
-¡Venga, nos vamos que ahora ya sí vas a poder dar a luz, ya verás! - Riéndose con esa mirada de pillo que me arrancó una sonrisa pese a todo mi dolor y agonía.
Y entonces empecé a dilatar como por arte de magia (habían pasado ya más de veinte horas en labores de parto), eran las diez y cuarto de la noche (lo recuerdo perfectamente porque había un reloj en la pared en frente de mí) y a las once menos diez de la noche ya tenía a mi pequeño conmigo en brazos.
Tardé mucho tiempo en ser consciente de que Marrón y Mollá no estuvieron nunca en aquella sala de parto, mi mente me jugó una mala pasada. Aunque con esa maniobra de distracción creo que logró evadirme tanto como para permitir que al fin mi cuerpo dilatara y pudiera parir a mi hijo.
En el fondo Marrón y Mollá siempre me han hecho reír a carcajada limpia y en esa época (octubre de 2005) yo los veía cada noche en la tele.
Esa fue mi única alucinación y mi único baile con el trastorno mental. He leído que es muy frecuente que durante el parto o postparto se tengan alucinaciones y por todos es conocida la depresión postparto.
Ahora cuando me llegue el libro de Ángel podré ver todo desde otra perspectiva y al cabo de un tiempo tras su lectura escribiré un post sobre este libro que tanta curiosidad me despierta.