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domingo, 23 de octubre de 2016

EN UNA NAVE ESPACIAL

 Hace pocos días un post de mi blog generó un tanto de debate entre mis amigos facebookianos. El post era éste que plasmo aquí como captura de pantalla y era en relación a la última película de Bayona, Un monstruo viene a verme. En este post yo manifestaba mi opinión sobre la necesidad de no ocultarles conceptos a los niños, aunque sean negativos. Tales como la muerte. Esta película, desde mi punto de vista, la explica muy bien para un niño/una niña mayor de diez años (aunque está catalogada para mayores de doce años). 





 Sin mucha dilación, pronto alguien de mi entorno familiar me trajo a colación lo que sucedió un viernes 17 de marzo de 2008 cuando mi hijo fue operado de un brazo tras caerse de un árbol, un lunes 13 de marzo, en el patio del colegio (en su momento denuncié a Inspección educativa y se tomaron cartas en el asunto, aunque ahora no viene al caso). Afortunadamente, mi hijo quedó bien y esa operación fue un éxito. Pero ese día, en que mi hijo tenía sólo 3 añitos y lo iban a meter en quirófano para operarle el codo, yo estaba muy nerviosa y, por qué no decirlo, presa del pánico. El miedo y la angustia me invadía cada célula. Pero no quería transmitírselo a mi hijo. Recuerdo que la noche anterior a la operación el médico me indicó que le vendrían a buscar por la mañana temprano las enfermeras y le bajarían en la misma cama donde dormía, hasta la sala de operaciones. Yo no quería que mi hijo se asustara (no se despegaba de mí nunca y a mí sólo me dejaban pasar hasta el exterior de la sala, incluso para ponerle la anestesia estaría solo con las enfermeras, a mí no me dejaban pasar). Y esa misma noche ingenié un plan para dibujarle a mi hijo una historia producto de mi imaginación hiperactiva y "engañarle" dulcemente maquillando la realidad. Le dije que las enfermeras me habían contado un secreto que sólo podíamos saber él y yo. Que en el subsuelo del Hospital había aparcada una nave espacial con unos extraterrestres que era unos genios arreglando los huesos de los niños y que sólo unos pocos niños del hospital habían sido elegidos para ir a visitarla y ser curados por ellos. Que en ella vería a unos cuantos extraterrestres con mascarilla verde, guantes y bolsas en los pies y que le darían a respirar de una especie de mascarilla con un tubito para poder tener oxígeno dentro de la nave espacial. Porque claro, ellos venían de otro planeta y respiraban un aire diferente al nuestro. Le convencí de que sólo él era el elegido para a primera hora de la mañana visitar la nave espacial y a sus mágicos visitantes. Que sólo sería ver la nave y en seguida volver  a salir., pues ellos con sólo tocarle el bracito ya le curarían, Que ni siquiera tendría que ir caminando pues le llevarían en su cama para hacer la visita a la nave espacial cómodamente desde su cama. 









 Mi hijo me miraba con los ojos como platos, atónito. Él me preguntaba si yo no iría, todo el tiempo y yo le respondía, reiterándole la idea una y otra vez, que sólo podían visitar la nave espacial los niños, porque los niños tenían el alma pura y que los adultos no. Que yo le estaría esperando en las puertas de la nave espacial. Que se portara bien y que dejara que le pusieran el tubito para respirar el aire especial de la nave espacial sin asfixiarse. 

 A la mañana siguiente cuando recogieron a mi hijo para bajarlo a la sala de operaciones, cuadró que una de las enfermeras tenía una ropa de enfermera con extraterrestres en su ropa, ¡¡jaja!! Qué dulce casualidad. Y mientras le bajaban, yo dándole la mano le dije: 

- ¿Ves Nayar? Esta señora es la que guiará la visita por la nave espacial (la enfermera me miró extrañada y yo le piqué el ojo, a lo que la enfermera respondió con una carcajada). - Entonces, le susurré al oído a la enfermera la historia que me había inventado y le había contado a mi hijo. La enfermera se partió de risa y me dijo que qué bien que lograra que el niño estuviera tranquilito, que normalmente los bajan chillando y llorando a la sala de operaciones y es un problema para anestesiarlo. Y me felicitó por mi imaginación. 

Gracias a Dios todo salió bien y la operación no duró mucho. Nada más acabar, la enfermera (a quien le había contado la historia) vino a buscarme para que entrara a la sala donde los ponen para que despierten de la anestesia. Era una sala con decoración infantil. Mi hijo aún dormía. Yo me asusté y le pregunté a la enfermera pero me dijo que era normal. Que se despertaría en seguida y que todo había salido bien, que pronto vendría el cirujano traumatólogo infantil a hablar conmigo pero que mientras tanto esperara junto a mi hijo tranquila para que cuando él se despertara me viera a mí y no se asustara. Me senté junto a mi hijo tomándole la manita. Recé y di gracias a Dios, entre lágrimas, porque todo hubiera salido bien. Me quedé observando cada rincón de la estancia y.... Voilá! Justo delante de Nayar y de mí había colgados en la pared unos dibujos de...¡¡¡¡Unos extraterrestres y una nave espacial!!!! En ese momento mi hijo despertó. Le hablé en susurros, despacio, le preguntaba si estaba bien, si le dolía algo y él me decía que sí que estaba bien. Luego se tocaba el bracito y me preguntaba si ya los extraterrestres le habían curado el brazo. Yo le dije que sí, pero que como estaba recién curado tenía que esperar para que lo pudiera mover. Entonces, le señalé la pared y le dije: ¡Mira, Nayar, eso son recuerdos de los niños que han pasado a ver la nave! Él miraba los dibujos asombrado y con una sonrisa de oreja a oreja. Entonces me pidió un papel y colores para él dibujar también un dibujo con extraterrestres y la nave espacial, llena de tubos, máquinas (para operar pues su operación fue con láser) y cables que había visto en la sala de operaciones. La enfermera, la misma de la ropa con extraterrestres no daba crédito a la casualidad y riendo a carcajada limpia mientras le contaba al resto de enfermeras la historia, pues las demás no entendían nada y se preguntaban entre ellas, me traía un cuaderno con lápices de colores para que mi hijo, con su mano buena, se pusiera a colorear y dejar un recuerdo para los otros niños. 

 El cirujano pasó y me dio las indicaciones médicas para los días posteriores a la operación. Afortunadamente la operación salió bien. Tuvo que hacer rehabilitación pues con la lesión que él tuvo era normal que uno de los nervios que mueven los dedos de la mano se viera afectado y durante un mes no pudo mover el dedo gordo de la mano del brazo que se lesionó. Pero gracias a Dios todo salió bien. El cirujano me indicó que la mejor rehabilitación era ir a la playa y que amasara arena dura, de la que moja el mar y cada tarde íbamos a hacer pelotas de arena a la playa. 

 Esto lo traigo a colación porque, como dice este familiar mío que me echa en cara que yo maquillara la realidad una vez para mi hijo, tengo que decir que mi hijo era sólo un bebé y no es que no le contara la verdad, tenían que operarle, pero... Bueno,..., en vez de cirujanos humanos, a mi hijo lo operaron mágicos cirujanos extraterrestres. 

 Obviamente, hoy en día que mi hijo tiene 11 años, sabe la verdad y que todo esto de la nave espacial y los cirujanos extraterrestres fue producto de la imaginación y fantasía hiperactiva de su madre, pero en aquellos momentos conseguí mi objetivo que era que mi hijo entrara tranquilo a la sala de operaciones, sosegado, relajado  y sin miedo. ¡Y lo logré!



 Hay edades y hay edades... Por algo dije que la película de Bayona no sería apta para un niño/una niña menor de diez años. 



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