Si pudiéramos tener siete vidas,
y lo supiéramos
En la primera vida sería madre granjera de familia numerosa,
como lo fueron todas mis abuelas maternas y paternas. Sería pues una granjera
canaria con una extensa finca de plátanos, tomates, aguacateros, limoneros,
naranjos, fresones, kiwis y ¡sorpresa! ; olivares.
Tendría además ganado vacuno y muchas cabras, me pelearía
con todos los ayuntamientos para poder llevarlas a pastar libremente de manera
alternativa una vez por cada sitio de la isla.
Viviría en el barranco de La Caldera en una casona de
madera, rodeada de perros de todas las razas y hasta de dos caballos, uno macho
árabe y una yegua inglesa. Sus hijos serían pura sangre.
Tendría al menos tres hijos y tendría un matrimonio feliz.
Conduciríamos un monovolumen o una furgoneta preparada para ser camper. No tendríamos grandes lujos,
pero tampoco ninguna carencia. Disfrutaríamos de la tierra y los productos
naturales de la tierra. Madrugaríamos, como la gente del campo, desde las cinco
de la mañana y a las nueve ya estaríamos todos dormidos. En mi casa: ¡ni
Playstation ni sandeces varias! Televisión, teléfono y un ordenador familiar
para estudiar online, investigar y hacer trabajos educativos. Nada más.
En la segunda vida sería una soltera sin hijos, abogada y
apasionada por defender los derechos de los más desfavorecidos y desprotegidos
de la sociedad y del planeta. Me enrolaría en causas humanitarias en mis
períodos vacacionales : defendería los derechos de los indígenas en América, a
los palestinos de los sirios, a las niñas obligadas a casarse y a ser mutiladas
sexualmente,…. Conocería todas las
grandes ciudades del mundo y siempre que pudiera me escaparía a ellas sin
previo aviso a nadie.
En la tercera vida sería una madre superviviente de la
violencia de género, feliz madre soltera luego (es la vida que vivo) pero si
pudiera elegir el final sería que el hijo de esta madre acaba sus estudios
superiores con éxito, nunca tuvo necesidad alguna ni física ni espiritual pese
a ser hijo de madre soltera y haber aprendido a vivir con las heridas abiertas
en el alma de su madre.
En la cuarta vida, sería una multimillonaria a la que no le
importaría ni saber qué día es hoy ni cuánto dinero tiene en su cuenta
bancaria. Pero a los 50 me tiraría de un rascacielos y me suicidaría por el
vacío existencial de mi vida porque
habría llegado a la conclusión que la vida de una ameba era más
entretenida que la mía propia.
En mi quinta vida, nunca me separo por haber vivido la
violencia machista y en una de sus palizas me mata. Veo mi espíritu abandonar
mi cuerpo y a mi hijo y mi familia llorar la tragedia mientras mi asesino
cumple 12 años de prisión de los 15 a los que le condenan pero le rebajan por
buena conducta.
En mi sexta vida sería una hippie nómada que trabaja en lo
primero que le surja y que va de país en país. Atravesando periplos de absoluta
pobreza y compartiendo cartones mojados en los fríos suelos de las grandes ciudades
europeas o viviendo de okupa con otros jóvenes con mi mismo espíritu.
En mi séptima vida sería una reputada escritora, también
madre soltera y superviviente de la violencia de género. Feliz madre de un
exitoso hijo quien al ser mayor de edad contacta con su padre y le ayuda a
superar sus problemas con las drogas. Aunque la escritora y su ex nunca se
dirigieron nunca más la palabra, mantienen la distancia cordial y nada hostil
porque su hijo sí se lleva bien con ambos progenitores. Por Navidad incluso se
reúnen todos a la mesa , aunque ellos ni se miren, ni se hablen, pero el amor
que un día existió fue bastante para albergar la paz que hoy en día reina entre
los tres. Además, esta escritora tiene contrato con una editorial de gran peso
en el mundo editorial global y cada vez que escribe y publica un libro vive de
las regalías hasta el punto de permitirles estas adquirir una casa en propiedad
y tener una vida tranquila y creativa.
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