Una más de nuestras comidas
familiares, todos juntos y felices. Por nuestros pies revoloteaba ese algodón
de azúcar de pelo rizado pero suave que era todo amor, paz y protección a los
suyos. Anoche soñé con ella, al despertarme me di cuenta de que hoy era día 8
de junio, tal día como hoy falleció hace trece años. Su espíritu anoche vino a
visitarme en sueños.
¡Ahí donde la veían tan pequeñita
era la más fiera defendiendo su territorio! Sin que nadie le hubiera enseñado
jamás nada: si un extraño entraba a la casa sin permiso, ¡se le tiraba a la
entrepierna, se quedaba colgada de ella con la mandíbula y apretaba con rabia
zarandeando de derecha a izquierda la materia! Esto que tanta risa nos
provocaba había dado más de un escarmiento al pobre repartidor de la bombona de
aquellos años que muchas veces entraba sin avisar si veía la puerta de la casa
abierta. Después del ataque de nuestra pequeña nunca más lo hizo y aguardaba a
que encerráramos en la terraza a la fierecilla antes de poder entrar a la casa.
En otra ocasión mi madre la pilló
en su propia cama dormida como una persona, con la cabeza en la almohada,
tapada con la colcha y antes de que pudiera decirle nada ella se le adelantó
ladrándole y echándole la bronca adelantándose a que se la echaran a ella, reconociendo
que había hecho mal pero ¡qué coño, ella también tenía derecho a dormir una
siestecita como los humanos!
Una vez, estando yo con ella en
mi regazo contemplando el mar, sentada en una roca en el barranco de mi pueblo
donde solía ir a pasearla y donde la soltaba para que corriera libre -como hago
ahora con mi Mak- , algo sintió ella, se giró bruscamente, saltó por encima de
mi hombro izquierdo y fue directa a colgarse de la entrepierna de alguien que
venía caminando sigilosamente escondiéndose entre los matorrales. Era un hombre
extranjero de mediana edad, llevaba una mochila a su espalda y vestía con
chándal y unos extraños guantes en pleno verano. Nunca supe qué intentaba hacer
aquel hombre agazapado entre la vegetación para no ser descubierto pero fuera
lo que fuese mi perra sintió que estábamos en peligro y actuó en consecuencia.
El hombre comenzó a dar alaridos y a pedir auxilio en un idioma que no
identifiqué. Cuando mi perra consideró oportuno le soltó y el hombre salió
corriendo barranco arriba. Ese día me di cuenta de lo fiera que era mi pequeña
mestiza de caniche con maltés.
Tengo tantas anécdotas con ellas
que aún resumiéndolas podría escribir páginas y páginas, como por ejemplo
cuando tenía 15 años y una amiga me dejó un pitillo para que lo probara. Lo
había guardado en mi mochila y en mi habitación me dispuse a encenderlo. Ella
siempre estaba a mi lado, dormía a mis pies en mi cama. Névar comenzó a
olisquear el cigarro y acto seguido me miró con esa mirada de angustia quasi
humana que a veces tenía en los ojos y me comenzó a ladrar. Yo la mandaba a
callar para no ser descubierta pero ella ladró tan alto y fuerte que me obligó
a tirar el pitillo por la ventana, sin encenderlo pues mi madre al escuchar a
la perrita tan alterada fue a ver qué pasaba. Por eso, aunque a veces me fume
algún que otro cigarrillo, no soy fumadora habitual pues algo habría presentido
tremendamente nocivo percibió ella.
¡La de veces que enfermaba alguno
de la casa y ella no se separaba de los pies de su cama y cuando te quedabas
dormido a cada dos por tres sentías su naricita fría olisqueándote cerca para
comprobar si aún respirabas!
O cuando, siendo una cachorrita,
cuando regresaba con ella del paseo diario se me quedó mirando cómo yo me
limpiaba los zapatos antes de entrar a casa deslizando mis pies en la alfombra
de la entrada. ¡Nunca olvidaré ese momento! Se quedó mirando y giraba la cabeza
de un lado a otro, lo hacía cuando pensaba, (¡sí, ella pensaba!), y acto
seguido me imitó ante las risas de mi madre allí presente. Desde ese día Névar
no entraba a casa sin limpiarse primero las cuatro patas en la alfombra de la
casa. ¡Y nadie le obligó jamás a ello! Nos observaba muchísimo y copiaba
nuestra conducta.
Tampoco jamás le enseñé que debía
hacer sus necesidades fuera de casa, ni tan siquiera las hacía en la terraza
que teníamos. Ella aguardaba al paseo diario para hacerlas, era súper limpita.
Tanto que cuando la fuimos “a casar” como decimos en Canarias con un macho de
su raza para que tuviera crías (nos habían aconsejado que al menos una vez en
la vida debía hacerlo para esquivar el cáncer del aparato reproductor) pues el
macho estaba algo sucio y hasta que la dueña no lo limpió (nos dimos cuenta de
que no lo quería porque estaba sucio) no quiso tema con él. La anécdota de ese
día la protagonizó mi prima Patri, siendo casi una bebé por aquel entonces,
cuando soltó: ¿Y el vestido de novia? ¿No se iba a casar hoy? Névar tuvo dos
cachorritos de esa ocasión, una hembra enorme que parió muerta y un perrito
adorable y muy especial que se quedó mi prima Patri, Jacko. Él también tiene
mil anécdotas a sus espaldas.
Ella supo antes que yo que yo
estaba embarazada. Me olisqueó el vientre y moviendo el rabo comenzó a darme
besos en él, yo no entendí su reacción hasta que días más tarde lo descubrí.
Cuando le presenté a mi hijo le llenó de besitos, ella ya estaba ciega de la
vejez por aquel entonces, pero se moría de amor cuando olisqueaba a mi niño. De
hecho, Nayar aprendió a caminar agarrándose de ella, ella le esperaba
pacientemente y mi bebé la agarraba por la cola e iba caminando por la casa sujetado
a ella y de mueble en mueble.
Cuando Névar falleció yo no
estaba con ella, estaba haciendo prácticas del carnet de conducir en Santa
Cruz. Me hubiera gustado sujetarla en brazos y despedirme de ella, pero no pudo
ser. Solo Dios sabe cuánto la quería y lo que hubiera deseado haberla arropado
en aquellos momentos. Hoy, como cada 8 de junio, la recuerdo pues fue mi
primera perrita, solo quien ama los animales sabrá de qué hablo. Nuestros fieles
compañeros. ¡¡UN BESO GRANDE AL CIELO MI NÉVAR AMADA!! Algún día volveremos a
estar juntas, espera pacientemente porque confío en que sea más tarde que
pronto ya que aún me quedan muchas cosas por hacer por este lado. La básica es
ver a mi hijo convertido ya en un hombre y en un hombre de bien que se sepa
desenvolver solo por la vida.
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