Me criaron en los roles de género del patriarcado. Yo, como niña, debía hacerles la cama a mis hermanos hasta bien entrada la adolescencia. No sé por qué “extraña razón”, nada más levantarme ya tenía que estar preocupada por limpiar toda la casa mientras que los varones no. Cuando me rebelé me tacharon, obviamente, de rebelde.
Paradojas de la vida: hoy en día,
he tenido que acabar criando a mi hijo en el mismo hogar del que quise huir
porque yo había iniciado mi propia revolución.
Los detonantes de que tomara la decisión de volver a la casa de mis padres han sido, ya lo saben, ser madre soltera como
consecuencia de la violencia de género y, sobre todo, ser mileurista en una región donde los
alquileres rondan los 700 euros para un piso de dos habitaciones, en un país
europeo en el que la gasolina ha subido hasta límites inimaginables. Factor que no me
permite irme a vivir a un pueblo más barato, pues lo que ahorre gastaré en
gasolina para ir a y volver de mi trabajo (en el que estoy fija indefinida desde hace
quince años, al lado de la casa donde resido actualmente).
Primé el bienestar de mi hijo
sobre el mío propio. ¿A qué precio? A tener que luchar diariamente por no
perder poder como madre (¡Dios, cómo me llena de ansiedad esto!), ya solo con
esto se me agota toda la energía que antes, cuando vivía a solas con mi hijo, canalizaba
en resetear de su mente que porque sea hombre no debe limpiar la casa, no debe
poner lavadoras, no debe hacerse su comida, … No soy mala madre por querer
enseñarle a ser autosuficiente a mi hijo, pero le han metido tan
profundamente esa canción en su mente que hasta yo ya la canto en mi
subconsciente.
A un año de que mi hijo entre en
la vida de adulto, me debato entre perpetuar este rol que me enseñaron mis
madres y abuelas o romper con todo, como ya una vez hice, y depositar en mi
hijo las llaves de su progreso: ¡no puedo discapacitarlo, tengo que
empoderarlo! Debe entender que no porque sea hombre está exento de ocuparse de
sus cosas, de limpiar su ropa, de planchar su ropa, de hacerse su comida, de
hacer la compra, de limpiar la casa, de poner lavadoras, de limpiarse los
zapatos, de pasar la aspiradora, la mopa, limpiar el polvo, fregar la vajilla,
recoger y ordenar su vida. ¡No por ser hombre necesitará una mujer al lado que
le haga todo esto, solo porque el patriarcado le dictó que él nació para ser
atendido por una mujer! Debe entender que no soy mala madre por enseñarle a ser
autónomo, debe entender que yo soy madre, pero también mujer y ser humano. He
anulado por completo mi yo de mujer en pro de mi yo como madre, pero debo
buscar el equilibrio pues mi vida está pasando y sigo en la campana de cristal
donde fui criada y de la que quise tanto salir.
Y no puedo hablar esto en mi
entorno porque lo que obtengo son gritos, reproches (¡encima que te ayudamos
viviendo en esta casa!), no hay comprensión, ¡es que es imposible que la haya!
Mi vida se solucionaría bastante ganándome una lotería, pudiéndome comprar mi
propia vivienda y, simplemente, recuperando mi espacio a solas entre mi hijo y
yo, ese espacio en que ya había instaurado un equilibrio y él hacía las tareas
asignadas, cada vez más (limpiar y ordenar su habitación, hacerse un par de
platos fáciles de hacer, lavar la vajilla, pasar la mopa, limpiar el polvo…
todas estas tareas las dominaba hasta que volvimos a la casa de mis padres por
no poder seguir pagando un alquiler tan elevado).
No hay ayudas para las madres
solteras supervivientes de la violencia de género que ganen más de 10.000 euros
anuales. La clase media tiene un límite muy curioso, a los efectos somos pobres,
pero para las leyes ricos.
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