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miércoles, 12 de abril de 2023

Con otros tiempos.


Imposible entusiasmarse o “enamorarse” tan rápido como lo hacía hace años con/de alguien. 

No sé en qué momento mi cerebro hizo clic y cambió el patrón en ese “proceso” de enamoramiento, pero desde mi última relación fallida (hace ya casi tres años, pues fue en plena pandemia) no he vuelto a sentir interés o ilusión por nadie. ¡Y como para sentirlo! Tengo toda una colección de malas experiencias a mis espaldas: “love bombing” como preludio de la violencia machista y de género que vino después, violencia doméstica, “pocketing” — el de la pandemia, que se “enamoró” de mí estando yo obesa pero al que luego le daba vergüenza que hiciéramos vida social o mostrarnos en las redes porque “yo estaba muy gordita y él era vigoréxico” y,…, claro… Hasta que yo “no me transformara y convirtiera” en lo que él tenía pensado para mí, no quería tener una relación de cara a la sociedad sino en privado—, luz de gas y “goshting” (Sergio, lo tuyo me hirió de gravedad en el momento en que creía estar sanada y de esto ya hace cinco años, fue en 2018).

Veo a mi alrededor gente que no para de tener citas por esas app’s, admito estar de alta en casi todas y pasarme por ellas de vez en cuando, pero no tardo mucho en volver a desinstalar la app del teléfono. En esos “lugares” el 99,9 % de personas buscan sólo contactos físicos casuales y sin compromiso. Algo por lo que hace mucho tiempo que perdí el interés.

Será que ya estoy fuera de onda, pero no vibro al compás de la mayoría de personas. Encuentro vacíos los universos en los que gravita la colectividad. 

Investigué (que no practiqué) la poligamia, por simple curiosidad intelectual. También el juego del “dating”. Al principio era divertido quedar con hombres para cenar, tomar una copa y charlar (¡Dios, quienes me conocen saben que soy peor que Ana Milán y adoro hablar!). Una vez descubrí que hablar con gente estimula mi escritura creativa y cuanto más converso con la gente más material de escritura tengo y mejor escribo, así que desde ese momento no paro de buscar encuentros para conversar. Será por eso que los grandes escritores siempre se forjaron en las cafeterías y tabernas. Y sobre esto les dejo esta delicia de texto que he encontrado en internet (les pongo el link también, para que acudan a su fuente):

https://www.hoy.es/v/20130519/sociedad/unamuno-cafe-20130519.html?ref=https%3A%2F%2Fwww.google.com%2F


<< Don Ramón perdió la mano en el Café de la Montaña. Del Café de Levante dijo el mismo Valle Inclán que había ejercido en la literatura más influencia que dos o tres universidades. Gómez de la Serna sentaba sus reales en el Café de Pombo. Y Unamuno, en Bilbao, frecuentaba el Café Boulevard, que todavía hoy respira. Escribía en 1891: «En Bilbao, a cualquier sitio que se vaya o de cualquier sitio que se venga, siempre daremos en el Arenal. Allí, en el Boulevard, corredores, negociantes, indianos... que se encuentran porque se citan y otros que se citan porque se encuentran». Ya en Salamanca hacía parada y fonda en el Café Novelty. Establecimiento fundado, por cierto, en 1905. ¡Buen año para primeras piedras! Durante sus años de exilio en París pisaba el Café de la Rotonde. Era ya 1924. Un cafelito y una conspiración. «Voy del hotel en que vivo hasta el Café de la Rotonda, en Montparnasse, casi a diario, a hablar de España y a soñarla con españoles». A Unamuno le extraña un tanto la gente rara y bohemia del barrio, esos a los que César Vallejo llamó «snobs y faldas inciertas...» Don Miguel volvía a pie por las calles del viejo París, orillas del Sena, Tullerías, Plaza de la Concordia. El que luego fuera Premio Nobel, Miguel Ángel Asturias, dijo haberle conocido allí. Y Buñuel también. En el Café de la Rotonde. La Rotonda decían los españoles. Matadores. en París. Casi a diario, tertulia española de una a tres y media. También el mítico Café Vejours, soberbio restaurante fundado en 1784. Orgullo de Francia. «Cuando mi destierro voluntario solía ir de vez en cuando a almorzar a un encantador cafetín en un rincón del Palais Royal. (.) Recordábame - ¡tierna añoranza! - El Suizo viejo de mi Bilbao.» ¡Tartaletas de arroz del Suizo! ¡Tristes destinos los del Suizo! Murió de prostíbulo. Pero lo más curioso de esta historia es el modo en que el genio tomaba el café. Lo cuenta González Ruano: «Apartaba el terrón de azúcar, revolvía el resto, bebiendo a pequeños sorbos que hacían mucho ruido. Después, cuando la taza estaba vacía y rechupada, echaba el terrón reservado y un poco de agua, revolvía aquella extraña porquería y, como una purga, lo apuraba en un trago». ¡Salve Don Miguel!>>.

Tal es así que mi escritor favorito, el japonés Murakami, ha escrito todas sus novelas a las tantas de la madrugada cuando cerraba su bar de jazz en Tokio, ‘El gato azul’. Las conversaciones con sus clientes le estimulaban la escritura y se adentraba en sus universos literarios en la soledad de ese bar ya cerrado, lleno de tantas y tantas historias esperando a ser plasmadas en un papel. 

Y no, no hablo “para ligar” como muchos machistas pueden pensar y de lo que me han llegado a acusar. Puede que, en el camino, “sin querer queriendo” acabe ligando, pero no es mi intención primera ni primaria. 

Y tal vez por esto la vida me quiera sola y soltera, para seguir cumpliendo con una de mis misiones en esta vida: escribir.


 Mi primera misión es ser madre de mi hijo (tenga la edad que tenga él, siempre será así), la segunda mi vocación y profesión de administrativa y a la misma vez y con el mismo orden de importancia (sí, compartiendo escalón en el pódium que todos visualizamos mentalmente) mi pasión: la escritura. Luego, por lo general, soy cuidadora (así será siempre) de mi perro, de mis seres queridos, de mi familia. Imagino que me vino impuesto en el género, recuerden que a España no han llegado aún las Nuevas Masculinidades, pero asumo que este rol me pertenece y lo desempeñaré siempre. Me agote o no todas mis energías, es irrenunciable, personal (no se puede traspasar a otra persona), inalienable y de por vida, como el derecho al voto. 

Y en medio de todo esto, quedan mis ratos de soledad antes de conciliar el sueño cada noche. Donde el silencio de mi ser físico y espiritual me grita cuán sola estoy y me siento. Y donde me pregunto si realmente estoy sola porque quiero o porque tengo tanto miedo a que me dañen que uso como muralla esa soledad en la que me siento tan cómoda y segura. 







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