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jueves, 7 de septiembre de 2023

Juzgado de guardia y Ally McBeal. Las series que me hicieron querer ser abogada.



Y a esa corta edad, 9 años, ya había decidido que todos mis estudios se debían dirigir a la finalidad de ser abogada. Más adelante, esta idea se vio aún más reforzada con la serie Ally McBeal, la que vi hasta ya empezada la carrera de Derecho. 



Me moví por la educación general básica, el bachillerato y el COU con ese objetivo en mi mente: ser esa abogada que se veía en las series americanas. Ahora, con 44 años, me doy cuenta de que no fue una decisión meditada y consciente sino más bien una obsesión. Cuando estaba en el verano previo a entrar en la universidad, el orientador y psicólogo del instituto de Guía de Isora en el que había estudiado, D. Manolo, me llamó en reiteradas ocasiones para convencerme de que me iba a aburrir en los primeros años de la carrera de Derecho y, según él, yo tenía un perfil para carreras de ciencias. No obstante, me había decantado por la opción mixta que combinaba ciencias y letras. Y estaba segura de que quería ser abogada. Por tanto, no le hice caso y hasta me enfadé con él por ser tan insistente. Hoy en día, picando ya la mediana edad, me doy cuenta de que el orientador tenía razón. Me aburrí tanto en Derecho los primeros cursos, que le cogí rabia incluso a los libros.

Nada tenía que ver la carrera con lo que yo creía que iba a ser. Los tres primeros años son demasiado teóricos y las clases de primero y segundo son muy tediosas. Jamás olvidaré el tocho grande y verde del libro de la asignatura de primero, Derecho Natural, que contenía párrafos enteros sin una coma o un punto. Manual que fue duramente criticado por la carrera de Filología hispánica, precisamente por lo que nombro.  

La serie ‘Juzgado de guardia’ fue la sitcom de los años 80, se desarrollaba en los juzgados de Manhattan.

Copio y pego por aquí, extraído de FilmAffinity:


<< Aunque no lo parezca la justicia también se imparte en horas nocturnas, de eso se encarga el estrafalario Harry T. Stone (Harry Anderson, 'Cheers'), un joven juez que se toma su trabajo con mucho humor.

 

Para animar las largas horas de juzgado Harry no duda en sacarse de la manga algún que otro chiste y truco de magia. Y es que si de por sí, con tan solo 33 años es el más joven del juzgado, su comportamiento infantil le hace aparentar aún menos edad.

 

Harrry es un juez justo, pero nada serio, el proceso que sigue en los juicios es tan inusual y extravagante como los casos que entran en el juzgado de guardia. Dictamina sus veredictos con sensatez, pero de una forma original y espontánea que no dejará indiferente a cualquiera de los presentes en el juicio.

En el turno nocturno le acompañan sus ayudantes, el egocéntrico y arrogante fiscal Dan Fielding (John Larroquette, 'Boston Legal') obsesionado con las mujeres, el enorme y poco inteligente guarda Bull Shannon (Richard Moll, 'Scary Movie 2') acompañado de una alguacil y la abogada defensora de turno, en su mayoría la guapa e inocente Christine Sullivan. Y es este personaje el que tanto influenció en mi decisión de querer ser abogada. Una mujer libre, independiente, de ciudad, profesional y para quien su único objetivo día tras día no es ser una excelente ama de casa y madre perfecta, sino una excelente abogada.

Más tarde, mi reloj biológico sonaba bien fuerte, empezó a sonar cuando yo tenía 20 años y a mis 25 mi deseo de ser madre ocupaba toda mi existencia. Veía incompatible ser madre con la profesión de ser abogada. A quienes imaginaba incluso despertándose a altas horas de la madrugada para asistir a su turno de oficio, como ocurría en la serie que adoraba.


Mi realidad fue que nunca acabé Derecho, piqué quinto con el plan de estudios antiguo, el que se seguía en la ULL cuando yo llegué a ella. No obstante, nunca la acabé. Y no porque los acontecimientos de mi vida se impusieran (me quedé embarazada a los 25 años y me enamoré de un hombre que no aprobaba que yo trabajara fuera de casa ni acabara una carrera y a mí en ese momento me vino bien aceptarlo) sino porque, sinceramente, no me dio la santa gana de acabarla. Me había decepcionado tanta formación teórica y, ante todo, ya no lo veía como algo posible de realizar en concordancia con la vida de madre implicada al cien por cien con su hijo y la vida marital con un ciudadano árabe que llevaba.

 

No obstante, una vez más, nada salió como esperaba. Y otra vez los acontecimientos terminaron por imponer un nuevo rumbo en mi vida: el de ser madre soltera. Y aquí ya poco importó la vocación. Tenía que aprender una profesión que me permitiera vivir de ella y sacar adelante a mi hijo yo sola. Estudié contabilidad por el Centro de Estudios Financieros (CEF) y Gestión de Recursos Humanos por la OUC (la Universidad Abierta de Cataluña). Más adelante, sentí nostalgia por la abogacía y estudié Secretariado Jurídico por el Instituto Superior de Derecho y Economía que, conjuntamente al examen de B1_2 de inglés, por Oxford University, me permitían ejercer como paralegal en Reino Unido, pues el título del ISDE conjuntamente al del Oxford University, convalidaba el de paralegal británico. Porque pensé que tal vez, dada mi situación personal (en peligro), tendría que emigrar a UK. La justicia española, por fortuna, fue brillante y al final no tuve que hacer uso de esa opción.

 

En fin, que las profesiones no son lo que pintan las series. Y si estás en ese punto de tu vida en el que has de elegir qué quieres ser, mejor vete a un psicólogo y que te haga un test vocacional y, sobre todo, vete de oyente a las clases de la universidad antes de matricularte en una carrera. Si yo lo hubiera hecho, seguramente me hubiera matriculado en Antropología sociocultural antes que en Derecho.

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