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martes, 16 de julio de 2024

La injusticia de las masas enfurecidas.

La injusticia de las masas enfurecidas.

 



Por esto mismo, hay que evitar despertar la ira, de manera individual y, sobre todo, de manera colectiva. Porque cuando, con tus actitudes, declaraciones y pensamientos expresados a viva voz o en papel, despiertas la furia de un colectivo, éste se vuelve terriblemente inhumano e injusto. ¿Esto es atentar contra la libertad de expresión? Pues sí, seguramente, pero hay que hacer ponderación de derechos y siempre ir a favor de los colectivos. Porque si por ejercer tu derecho individual a la libertad de expresión vas a atacar a toda una comunidad, mejor guarda silencio. Un claro ejemplo de esto lo tenemos en los atentados terroristas a la revista satírica francesa Charlie Hebdo, cuando se metieron con el profeta de la religión musulmana. ¿Para qué, con qué finalidad esta burla? ¿Despertar la ira colectiva? Y, por supuesto, no justifico con esto (¡de ninguna manera, por Dios!) los atentados terroristas, hay medios para acudir a la justicia y denunciar a la revista por, por ejemplo, hacer apología del odio hacia una religión o cultura (delitos de odio). No hay que matar por esto, eso es una salvajada.

Vivimos en un estado democrático y de derecho, que tiene mecanismos para hacer valer los derechos individuales, pero también las obligaciones y deberes de cada uno/a. Es de ciudadano/a cívico/a acudir al Estado para reclamar sus derechos y/o protección ante una vulneración de derechos y libertades o, tal vez, atentados contra la propia vida y/o imagen personal. Entonces, ¿para qué aplicar la salvaje y cavernícola Ley del Talión? La Justicia, ciega, ya se encarga de dar a cada uno/a lo suyo. Somos racionales, se supone que esto nos distingue de las otras especies del mundo animal, somos humanos, no animales, ¿o no? Porque ya no sé ni qué pensar.

Lo que ha pasado estos días con D. Trump bien puede ser un ejemplo de la barbarie a la que pueden llegar algunas personas con la mollera comida por algún fanatismo, que siempre nacen de los discursos del odio. Estoy segura de que el joven veinteañero, al que llaman francotirador contra Trump en la prensa (¿en serio, francotirador, si no acertó ni uno de los ocho tiros a 150 metros del objetivo?), creció en un hogar en el que a la hora del almuerzo y la cena se pronunciaban discursos de odio. Eso va agujereando, literalmente, el cerebro de las personas, como si de una droga dura se tratara. El odio se va a apoderando de cada célula sana y termina enfermando al individuo, mental y físicamente. Y sobre esto mismo, sobre la capacidad de destrucción de los discursos del odio, tenemos el claro ejemplo de lo que pasó en Alemania con los nazis. Estos discursos, salidos desde las entrañas y no del raciocinio humano (mucho menos del corazón), desencadenaron el terrible, doloroso e inolvidable (por atroz) holocausto judío. Algo que no debería volver a pasar, pero sin embargo está pasando en muchas regiones del globo terráqueo contra poblaciones arrasadas salvajemente por otras. Y todo tiene su raíz en los discursos de odio.

Por favor, vivamos en el siglo que habitamos, el S. XXI, acudamos a los tribunales a resolver los posibles pleitos que se planteen y sepamos que nadie está en posesión de la verdad absoluta, que todo es relativo y que lo que hoy defiendes, bien podría ser tu idea contraria mañana. No puede haber nada por encima al amor y respeto a la vida, profeses la ideología, religión o credo que profeses.

 

Seamos más humanos/as, menos injustos y menos iracundos/as.

 

Ana Naira Gorrín Navarro.

 

En Los Gigantes, a martes 16 de julio de 2024.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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