La injusticia de las masas
enfurecidas.
Por esto mismo, hay que evitar despertar la ira, de manera
individual y, sobre todo, de manera colectiva. Porque cuando, con tus
actitudes, declaraciones y pensamientos expresados a viva voz o en papel,
despiertas la furia de un colectivo, éste se vuelve terriblemente inhumano e
injusto. ¿Esto es atentar contra la libertad de expresión? Pues sí,
seguramente, pero hay que hacer ponderación de derechos y siempre ir a favor de
los colectivos. Porque si por ejercer tu derecho individual a la libertad de
expresión vas a atacar a toda una comunidad, mejor guarda silencio. Un claro
ejemplo de esto lo tenemos en los atentados terroristas a la revista satírica
francesa Charlie Hebdo, cuando se metieron con el profeta de la religión
musulmana. ¿Para qué, con qué finalidad esta burla? ¿Despertar la ira
colectiva? Y, por supuesto, no justifico con esto (¡de ninguna manera, por
Dios!) los atentados terroristas, hay medios para acudir a la justicia y
denunciar a la revista por, por ejemplo, hacer apología del odio hacia una
religión o cultura (delitos de odio). No hay que matar por esto, eso es una
salvajada.
Vivimos en un estado democrático y de derecho, que tiene
mecanismos para hacer valer los derechos individuales, pero también las
obligaciones y deberes de cada uno/a. Es de ciudadano/a cívico/a acudir al
Estado para reclamar sus derechos y/o protección ante una vulneración de
derechos y libertades o, tal vez, atentados contra la propia vida y/o imagen
personal. Entonces, ¿para qué aplicar la salvaje y cavernícola Ley del Talión?
La Justicia, ciega, ya se encarga de dar a cada uno/a lo suyo. Somos racionales,
se supone que esto nos distingue de las otras especies del mundo animal, somos
humanos, no animales, ¿o no? Porque ya no sé ni qué pensar.
Lo que ha pasado estos días con D. Trump bien puede ser un
ejemplo de la barbarie a la que pueden llegar algunas personas con la mollera
comida por algún fanatismo, que siempre nacen de los discursos del odio. Estoy
segura de que el joven veinteañero, al que llaman francotirador contra Trump en
la prensa (¿en serio, francotirador, si no acertó ni uno de los ocho tiros a
150 metros del objetivo?), creció en un hogar en el que a la hora del almuerzo
y la cena se pronunciaban discursos de odio. Eso va agujereando, literalmente,
el cerebro de las personas, como si de una droga dura se tratara. El odio se va
a apoderando de cada célula sana y termina enfermando al individuo, mental y
físicamente. Y sobre esto mismo, sobre la capacidad de destrucción de los
discursos del odio, tenemos el claro ejemplo de lo que pasó en Alemania con los
nazis. Estos discursos, salidos desde las entrañas y no del raciocinio humano
(mucho menos del corazón), desencadenaron el terrible, doloroso e inolvidable
(por atroz) holocausto judío. Algo que no debería volver a pasar, pero sin
embargo está pasando en muchas regiones del globo terráqueo contra poblaciones
arrasadas salvajemente por otras. Y todo tiene su raíz en los discursos de
odio.
Por favor, vivamos en el siglo que habitamos, el S. XXI,
acudamos a los tribunales a resolver los posibles pleitos que se planteen y
sepamos que nadie está en posesión de la verdad absoluta, que todo es relativo
y que lo que hoy defiendes, bien podría ser tu idea contraria mañana. No puede
haber nada por encima al amor y respeto a la vida, profeses la ideología,
religión o credo que profeses.
Seamos más humanos/as, menos injustos y menos iracundos/as.
Ana Naira Gorrín Navarro.
En Los Gigantes, a martes 16 de julio de 2024.
No hay comentarios:
Publicar un comentario