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jueves, 16 de agosto de 2018

SOLA

 Nadie parece entenderme, con nadie parezco encajar.

 Mis pensamientos e ideas se tornan revoluciones imposibles de soportar para quien aparentaba ser el esbozo de un compañero sentimental y de vida. Y, así como todo debería fluir sólo sin necesidad de pedirlo, se esfuma  y se diluye en la fatídica desidia del hastío junto a esa persona, tornándose en la nada más vacía. Porque más allá de la piel no hay emoción, ni conversaciones profundas, ni me nutro aprendiendo nada de esa persona que pueda ser fructífero en mi vida. No hay pasión en sus manos cuando se posan en mi piel. No siento el fuego ardiendo cada célula de mi ser. No me siento en las nubes, ni cuento las horas para volverle a ver, a escuchar, a sentir. No me hace vibrar ante sus sugerencias imposibles de negar, si es que las hubiera alguna vez porque hasta el momento la espontaneidad, la pasión, la chispa, la he puesto solo yo. No puedo ser fuego si me echan agua fría encima. No puedo... Me estoy apagando. No me estimula, no me llena, no me hace crecer... No puedo...

 Y con esa nada hecha nudo en mi pecho, me refugio en mi pasión por escribir para construir los mundos en los que sueño habitar.  Donde la soledad, tal vez enviada por Dios, se convierte en mi mejor aliada para crear. De vez en cuando miro el móvil anhelando encontrar en sus palabras la excusa para dar por erróneas estas emociones primarias mías que estoy sintiendo: la intuición, la desesperanza, la destemplanza,...

 Sola, con apariencia de estar deprimida. Sola, con altibajos emocionales. Sola.


: Ensueños ::
Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!
¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero
a lo largo del sendero...
-La tarde cayendo está-.
«En el corazón tenía
la espina de una pasión;
logré arrancármela un día:
ya no siento el corazón.»
Y todo el campo un momento
se queda, mudo y sombrío,
meditando. Suena el viento
en los álamos del río.
La tarde más se obscurece;
y el camino que serpea
y débilmente blanquea,
se enturbia y desaparece.
Mi cantar vuelve a plañir:
«Aguda espina dorada,
quién te pudiera sentir
en el corazón clavada».
(Antonio Machado)



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