Aunque parezca una afirmación un
tanto deslavazada teniendo en cuenta que soy canaria por IUS SOLIS (el derecho que te
da sentirte de una tierra por haber nacido en ella) y IUS SANGUINIS (el derecho
que tienes a sentirte y ser de una tierra por tener ancestros que son de ella),
soy como una extraña planta de Arisaema
sacada de su entorno natural, en las praderas del norte de América e incluso de
Europa, donde fueron llevadas por los colonos que retornaban a sus países
europeos natales. Esta planta se marchita si le llega el sol y busca siempre
estar a la sombra.
Desde que pasara el umbral de los
35 años tengo alta intolerancia a los rayos solares, me agobia el calor (me causa
migrañas) y no soporto sentir el sol en mi piel (me la abrasa y me la daña
atrozmente –quemaduras, acné, piloerección o piel de gallina, manchas solares, puntos
negros y un sinfín de señales de que mi piel pide auxilio y cobijo del sol-).
Por tanto, vivir en un destino turístico por excelencia no es sinónimo para mí
de amar ir a la playa o a la piscina. Salvo cuando ya el sol se ha ocultado y
voy a dar junto a mi Border Collie largas caminatas por la orilla del mar,
sintiendo el suave o energético masaje que dan las olas en los pies.
No todo es lo que parece. No
porque seas canario/a has de amar la fiesta, el sol y la piscina o la playa más
que nada en el mundo. Como siempre yo, rompiendo tópicos. Ya no me gusta
quemarme bajo el sol como antaño (¡aquellas tardes enteras tumbada en una
toalla o hamaca en la playa o piscina del pueblo quedaron muy lejos!). Así como
tampoco cambio una noche de sofá, peli y mantas o lecturas interesantes por
otra de alcohol, baile, gente y calle nocturna. Estos ambientes ya no me llaman
la atención ni me despiertan inspiración o motivación alguna. No obstante, si
es paseando por alguna ciudad, aún en la noche, ya es otra historia. Por
ejemplo, ¡adoro pasear por el casco antiguo de La Laguna bien entrada la noche
e ir de bares con amigos/as de mi época universitaria sigue siendo un placer!
Pero es que este tipo de “marchas nocturnas” distan mucho de las marchas del sur.
Para empezar, se sale a las siete y media u ocho de la tardecita, se comienza
con tapas y cervezas de ruta por los bares de La Laguna, se continúa por los
bares culturales donde se puede disfrutar de autores leyendo fragmentos de sus
obras en directo (Café Época, Café Siete,…) y se termina en los bares de la
Estudiantina o en mi adorado Búho lagunero, pero sentados y debatiendo (¡ay,
esa bella costumbre lagunera de debatir acerca de todo y en ambiente cordial!) ,
nada de encerrarnos en un local con la música tan alta que no se pueda
conversar. A lo sumo a las dos de la madrugada ya cada uno está en su cama
(propia o compartida, pero ya “recogidos en casa”). No es igual…
Y así como una Arisaema me
escondo del sol y voy de sombra en sombra, siempre bajo el cobijo de un techo.
He llegado incluso a pensar en comprarme uno de esos bonitos y coquetos
parasoles asiáticos que se usan en Japón y China (donde la piel blanca es un
signo de belleza) para cuando tengo que salir a la calle durante el día.
Ana Nayra Gorrín Navarro.
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