Simplemente, viviendo el día a día. Ilusionándome con mi disciplina laboral diaria, con estar presente para mi familia y amigos/as de verdad (quienes siempre están y jamás me han traicionado o usado para llegar a un interés personal: un puesto de trabajo, contactar con alguien influyente en el municipio que les pueda favorecer algo y un largo etcétera). Porque en esta vida es mejor ser buena en silencio, si haces ruido te expones a que te usen.
Acompañando y apoyando, en todo lo que esté a mi alcance, a
mi único hijo en todas sus metas y sueños, pero dejando que él libre sus
propias batallas. Aunque permanezca en la retaguardia, lista para saltar y
actuar en cualquier momento si me necesita. Porque, al final, siempre hemos
estado solos él y yo, como familia mononuclear. Aún sin haberlo planeado yo
así, fruto de la violencia machista, ya lo saben. Porque psicológicamente hay
una gran diferencia entre proponerte ser madre soltera a que la vida te lo
imponga.
Continuando con la labor de mi único legado material
imperecedero: mis libros.
¿Del amor de pareja? ¡Ya no quiero saber nada! En mi
espalda sostengo demasiadas decepciones, amontonadas una encima de la otra. Una
pesada carga que me recuerda que ese amor para mí no fue creado y que sola soy
feliz y estoy en paz.
Y los días y estaciones pasarán, llenando de escarcha mi
cabello largo y rizado. No sé siquiera si lo mantendré largo o algún día, presa
de un arrebato, las tijeras me conviertan en una de esas señoras de mediana
edad con el cabello a lo garçon francés, a lo Kathy Bates.
Con muchos años aún por delante para seguir cotizando y
currándome mi pensión de jubilación, pero con la motivación suficiente como
para afrontarlos.
Consciente de que, a mis 45 años, probablemente me queden más
cosas que aprender de las que hasta el momento he aprendido. Y con la esperanza
de que, algún día (espero no muy lejano) pueda levantar mi hogar definitivo en
un pedazo de mi tierra, heredada de mis abuelos. Donde pueda, por qué no,
cosechar mi propio huerto de autosuficiencia, tener algunos pollitos y gallinas
y saborear mis propios huevos camperos de mi propia finca. Lo mismo que hacía
mi abuela Jacinta Díaz Jiménez, a quien nunca vi ni un solo día preocupada por
el mañana. Siempre fuerte, siempre luchadora, pese a todas las cargas pesadas
que le impuso la vida.
En Los Gigantes, a jueves 19 de septiembre de 2024.
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