El fin del mundo y un despiadado País de las Maravillas (Tusquets, 2009), es una novela distópica del género cyber punk del escritor japonés Haruki Murakami. En ella, el calculador, un hombre de 35 años, deberá poner en peligro su vida y evitar que los semióticos (una organización que lucha por robarle los datos al sistema) puedan descubrir a qué investigación se está enfrentando. Si lo hace, en una lucha feroz por el dominio de la información, todo se irá al traste con fatídicas consecuencias, como le advierte el viejo biólogo, quien vive encerrado en un mundo subterráneo debajo de la ciudad de Tokyo junto a su nieta, una joven muy inteligente, pero alejada de la civilización, y que tiene 17 años aunque aparenta tener más.
En paralelo, la novela narra la vida de un hombre que trabaja en una misteriosa ciudad llamada El fin del mundo, como lector de sueños. Su trabajo consiste en ir todos los días por la tarde a una biblioteca, tocar unos cerebros con las yemas de los dedos y leer los viejos sueños que han quedado almacenados en su interior. La ciudad, poblada por pocas personas con el guardián como protector y vigilante, está amurallada y en ella hay bestias y unicornios. Narrada en capítulos alternos, muestra al mismo hombre, el calculador y el lector de sueños (que ha perdido a su sombra, con la que puede hablar, y que sólo conoce al guardián y a la chica de la biblioteca), en dos realidades diferentes.
En una mezcla de novela fantástica y distopía cyber punk, El fin del mundo y un despiadado País de las Maravillas de Haruki Murakami es un tremendo ejercicio literario, que sigue el estilo narrativo de otras novelas de Murakami de las que he escrito una crítica literaria, como La muerte del comendador, 1Q84 o Baila, baila, baila. Así como de otras obras suyas como el libro de relatos El elefante desaparece.
Una mezcla extraordinaria de narración en primera persona de personajes de los que desconocemos el nombre (con excepciones como en 1Q84), el realismo mágico japonés y relaciones de personajes masculinos que rondan la treintena y chicas adolescentes muy precoces.
A las señas de identidad propias de Murakami hay que añadir, en esta novela dividida en dos partes conectadas entre sí (se puede leer la novela seguida en el orden normal o primero los capítulos pares del País de las Maravillas y luego los capítulos impares de El fin del mundo), el elemento científico: el trabajo del viejo biólogo es el de eliminar el sonido al antojo de las personas, con las consecuencias vitales que ello tiene, al margen del Sistema para el que trabaja el calculador. Hay toda una trama distópica relacionada con la neurociencia y la capacidad de manipular la profunda e individual conciencia de las personas, así como con la inmortalidad humana.
A lo largo de toda la novela, Murakami explota de maravilla esta trama, a la que se unen otras, como las relaciones del protagonista del País de las Maravillas con la nieta del biólogo y la chica que trabaja en una biblioteca y a la que le pide que busque algunos libros sobre cráneos de mamíferos y unicornios; así como las del mismo protagonista, pero en ese Fin del Mundo, con la chica de la biblioteca, el guardián y su sombra. De manera que se pueden establecer paralelismos entre los protagonistas de ambos mundos, entre el calculador / lector de sueños y el Sistema, protector de la información y que no puede permitir que un calculador se salga de la empresa (el Sistema es una empresa privada muy poderosa con conexiones con el Estado) o pase información a los enemigos, los semióticos, que querrán aliarse con los tinieblos, unos seres que viven en el subsuelo y que intentan atacar a cualquiera.
El fin del mundo y un despiadado País de las Maravillas es una novela extraordinaria que hace recapacitar sobre la vida y la muerte, sobre cómo Murakami es un precursor sobre la importancia futura de la ciencia, los datos y la Inteligencia Artificial. Sobre las conexiones entre mente y corazón, en la tan manida relación que hay en el mundo de la literatura y en la vida misma, entre elegir con la razón o dejarse guiar por los sentimientos o la voluntad. Todo ello impregnado de las características de las novelas del autor japonés, y que en reflexiones como las del calculador cuando dice que nunca mira al cielo y las estrellas, vemos relaciones muy directas con novelas que basan su razón de ser, precisamente, en dos personas como Tengo y Aomame, los únicos que miran al cielo y ven las dos lunas en la enorme novela 1Q84.
¿Cómo nos sentiríamos si nos robaran la memoria, los recuerdos, si manipularan nuestra mente y no pudiéramos hacer nada por evitarlo?
¿Cómo nos sentiríamos si nos arrebataran nuestra propia sombra, como si fuéramos Peter Pan, y sólo pudiésemos hablar con ella?
El personaje principal, anónimo como en muchas obras de Murakami, lleva una vida aburrida. Está divorciado, vive en un piso pequeño y no tiene más en su existencia que sus pocas propiedades y el trabajo, que está bien pagado. Pero más allá de eso, sus reflexiones son dramáticas a lo largo de El fin del mundo y un despiadado País de las Maravillas a medida que avanza la historia. Un personaje muy solitario, como la adolescente, que tanto recuerda a una Barbie, siempre vestida de rosa, virgen y que muestra un claro deseo sexual por él.
Las obras de Murakami, como las anteriormente reseñadas en esta web, tienden a tener conversaciones profundas entre estos dos estereotipos de personajes: un hombre treintañero, soltero y solitario, con una chica adolescente, solitaria, con un cuerpo que no es el aceptado socialmente por su gordura, inadaptada por ello socialmente, inteligente, precoz… y normalmente con una cierta tensión sexual en el ambiente, bien directa, con atracción física por parte de uno de ellos, o bien revoloteando, pero sin que el peso de las nubes llegue a hacer caer la nieve como en El Fin del Mundo cuando llega el invierno y las bestias mueren por decenas para ser quemadas por el guardián. Como la del protagonista con la chica adolescente en Baila, baila, baila (la primera escena del ascensor de esta novela reseñada en este artículo recuerda el ascensor del hotel Delfín de ese otro libro).
Y es que Murakami, como sabrán bien sus lectores, tiene una serie de características literarias muy propias, que repite una y otra vez en sus obras. Hasta el punto de que cabe preguntarse (al menos yo lo hago): ¿sus personajes son todos diferentes, pero se valen de un paradigma o estereotipo, o son los mismos en varios universos paralelos? ¿Están conectados todos ellos? Como parecen estar conectados los extraños seres diminutos que cambian su tamaño en La muerte del comendador, o los seres de La crisálida de aire en 1Q84, o en el relato La gente de la televisión de El elefante desaparece. En muchos de sus libros, además, los personajes desaparecen o tienen miedo de desaparecer.
En El fin del mundo y un despiadado País de las Maravillas, el sexo vuelve a ser uno de los pilares o temas incluidos del mismo modo. Como los elementos fantásticos de ese realismo mágico a la japonesa al que me refiero cuando escribo sobre Murakami. Porque este escritor japonés tiene su propio universo literario, tan claro de detectar, pero en ocasiones tan difícil de definir, porque juega con los lectores con estas conexiones, haciéndonos pensar en las conexiones entre sus novelas. Ésta sobre la que estoy escribiendo ahora es un buen ejemplo.
En resumen, la novela El fin del mundo y un despiadado País de las Maravillas es, como en otras ocasiones, un homenaje a Lewis Carroll y nos muestra las conexiones entre las dos realidades, separadas por un espejo como si fueran olas de ese mar que el protagonista de esta novela ve desde su coche de alquiler.
En definitiva, éste es otro de los libros de Murakami que recomiendo, será una lectura apasionante y que debe ser tranquila y reposada para llegar a entenderla lo máximo posible, con la salvedad de la parte más científica de las explicaciones del viejo biólogo, que obviamente es más compleja.
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