Hace dos días, mi perrito de 9 años (nació un 2 de noviembre de 2014) empezó a cojear y a quejarse al echarse, levantarse y a subir y bajar con mucha dificultad las escaleras de casa.
Hace un año, en febrero del año
pasado, tuvimos que eutanasiar a su compañero, el perrito de mi hermano Bruno,
nuestro adorado Braco, tenía ya casi 17 años y demasiadas enfermedades que no
le permitían vivir sin dolor ni calidad de vida.
Jamás imaginé que mi Border
Collie, a los 9 años, ya comenzara a acuciar problemas de vejez. Nuestro
veterinario de confianza le ha mandado Onsior 40 mg en pastillas (una por la
noche, sin alimentos durante la media hora previa y posterior a la ingesta de
la pastilla y durante diez días seguidos). Si no mejora, tendremos que hacerle
otras pruebas.
Esto ha sido un mazazo para mí,
me preocupa que tenga una vejez dolorosa. Y me hizo reflexionar; ¿cuántos
paseos nos quedarán juntos? ¿Cuántos juegos lanzándole a Coco, su juguete
favorito, para que lo vaya a buscar y me lo traiga de nuevo para lanzárselo y que
lo coja de nuevo, en un bucle sin fin? ¿Cuántos lametones al regresar de mi
trabajo me estarán esperando? ¿Cuántas mañanas me despertará, dándome sacudidas
con sus patitas, porque yo he apagado el despertador y he seguido durmiendo?
No quiero pensar en el momento de
una despedida. Solo espero que su cuerpecito no acelere su envejecimiento y
pueda disfrutar de él un par de añitos más. Que nueve años no son nada, que han
pasado en un abrir y cerrar de ojos y que, aunque en su edad canina ya supongan
81 años y él ya es una abuelete (en perros de raza grande se multiplica cada
año de vida por nueve), para mí siempre será mi bebé de cuatro patas.
¡Qué putada es envejecer! Y qué
putada es que los seres vivos tengan que morirse.
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