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viernes, 18 de octubre de 2013

FAMILIA POLÍTICA





En otras ocasiones he escrito post en mi blog sobre AMINA, la abuela paterna de mi hijo. Hoy me quiero hacer eco de un sentimiento surgido ayer, día en que contactó conmigo Khalid, el hermano con quien siempre me he llevado bien y, a lo largo del tiempo, hemos mantenido siempre el contacto.

Pese a la dificultad del idioma, las personas se pueden comunicar a través de la fuerza del corazón y los lazos de sangre.

Mi hijo tiene diez primitos en Marruecos, uno de ellos ¡se parece tanto a mi hijo!

Son niños inocentes que ninguna culpa tienen de que mi ex y yo nos hayamos separado y del modo en que pasó.

Ellos, como dice Khalid, son familia. Y las familias han de permanecer unidas, aunque vivan en diferentes países.

Al fin y al cabo, te das cuenta de que siempre, por muy lejanas que estén las culturas, hay más cosas que nos unen de las que nos separan. Y que la fuerza del amor puede con todo.

Ahora, quiero recopilar el post de AMINA, esa anciana tan sufridora, sabia mujer árabe, de la que mi hijo heredó tantos rasgos faciales.


La voz de Amina era una cascada de susurros, narrando en dialecto bereber el cuento de la mujer que se convirtió en estrella por tan lejos de su amado estar y cada noche, su melancolía a las estrellas, dirigirle las eternas miradas de su andar.

Acostados todos sus nietos, nietas y nueras alrededor de ella el tiempo parecía detenerse en ese preciso instante en que la Luna llena se instalaba enfrente de nosotros/as para escuchar a Amina contar sus historias árabes de las mil y una noches, cómodamente acostados sobre las gruesas alfombras árabes hechas por ella misma y abrigados hasta los ojos con las no menos gruesas mantas de lana de oveja. Los más pequeños se iban embelezando y, a medida que el cuento se iba acercando al final, caían dormidos profunda y plácidamente. Amina les acariciaba el cabello a la vez que contaba sus cuentos y mi fascinación por esa Madre y Abuela no parecía tener fin nunca. Era increíble cómo esa mujer de ya algo avanzada edad, podía haber sufrido tanto durante toda su vida y aún así seguir levantándose cada día a las cinco de la madrugada, con la noche aún, para hacer ella misma el pan y la mantequilla de cada día, atender y cuidar de todos sus nietos, soportar estoicamente todas las cargas que sobre sus espaldas pesaban desde siempre (ir a buscar el agua caminando hasta el único pozo de agua potable a seis kilómetros de distancia del hogar, doce kilómetros en total con ida y vuelta cargando sobre su cabeza un gran bidón de agua). Para luego ir al mercado, a toda prisa y con la mirada siempre puesta en el suelo para que sus ojos, árabes, no se tropezaran con los de nadie. Con sus gafas de sol aún a las siete de la mañana cuando los rayos del Sol aún no han despuntado, para poder tener la excusa de mirar al frente por la calle sin que su marido le recrimine no ir mirando al suelo para que nadie se tropiece con sus ojos. Nunca dejaré de preguntarme por qué los hombres árabes tienen tanto temor a descubrir a sus mujeres, saben del poder que ellas albergan, saben de la fuerza de sus ojos árabes, saben del hechizo de sus cabellos negros,..., por eso las tapan. Por eso las anulan. A Cleopatra nadie la anuló jamás, tras ella todas las mujeres árabes fueron tapadas u obligadas a taparse.

Lejos de nuestra ubicación, el marido de Amina - Ahmed- con sus amigos fumaba el Kifi tradicional en la zona (todos los adultos sin excepción, hasta los más ancianos, fuman Kifi). Imagino que el deterioro de sus dentaduras tiene que ver con ello. Del mismo modo que supongo que el ambiente bohemio de Marruecos tiene que ver con ese olor que lo inunda todo: el Kifi. Se les escuchaba con sus risas estrepitosas. Las risas así en las mujeres estaban mal vistas. Sólo reían así las prostitutas de la capital.

El verdor oxigenante de los paisajes diurnos se convierte en un manto de vegetación casi asfixiante por las noches. Las plantas de Kifi, por doquier, parecen oler más fuerte por las noches. Los insectos voladores compiten por posarse en nuestras pieles, las mantas gruesas son nuestros escudos. Amina, de vez en cuando, me dirige miradas cómplices y asiente con la cabeza ante mi concentración en su escucha. Ella se esfuerza porque aprenda su idioma, yo me esfuerzo por no dejar de tener interés pro aprenderlo.

En un momento de su narración, se detiene. Abro los ojos, ¡yo también me estaba quedando dormida ante el hipnótico susurro de su voz! Amir abre los ojos conmigo y miramos ambos a la misma dirección: Amina. Ella nos sonríe. Acaricia primero el rostro de su pequeño nieto, luego el mío. Mete sus dedos entre mis cabellos y me dice que Dios me bendiga. Pasa sus dedos por mis párpados y cierra mis ojos. Entonces caigo en el más profundo y plácido de los sueños.

A la mañana siguiente despertamos sus nueras con nuestros hijos; nietos y nietas de Amina. Todos entrelazados unos con otros, abrazados con una sonrisa de oreja a oreja. Las alfombras árabes sin duda alguna son el mejor de los colchones cuando de dormir bajo el cielo estrellado de primavera, en el patio de una casa árabe, se trata. El olor del pan y de la mantequilla casera recién hechos y del té verde servido en las respectivas tazas y vasos árabes de horror vacui repletos ( horror vacui es la denominación que recibe en Arte la decoración árabe, no dejando ni un espacio sin rellenar pues los/las árabes tienen miedo al vacío en cuanto a diseño estético se refiere ). Un desayuno en armonía y paz. En uno de esos escasos momentos, en este garimatías de mundo en que vivimos, de unión y bienestar.

Amina, siempre Amina. Amina y sus historias árabes aún siendo analfabeta. Amina, siempre Amina, psicóloga y enfermera que parió ella sola a sus nueve hijos en la más estricta soledad de su cocina árabe. Amina, siempre Amina, la joven bella bereber que fue vendida por su padre a un comerciante negro yemení cuando sólo contaba con 14 años. Amina, siempre Amina, la que ha visto como sus hijos han crecido, unos se han transformado en hombres rectos y de bien, otros se han ido al extranjero para corromper sus cuerpos, almas y vidas, los otros arrepentidos han reconvertido su vida, pero también los ha extraviado, perdido tal vez para siempre con el dolor que ello conlleva. Amina, siempre Amina, a quien nunca nadie escucha porque no puede tener la oportunidad de hablar. Amina, siempre Amina, a quien nadie mira porque no la dejan levantar la vista del suelo. Amina, siempre Amina, la mujer madre y abuela que me puso una maleta en la mano para recordarme cuál era el mundo del que yo vine y al que ella quisiera, tal vez, solo por un día poder pertenecer. Amina, siempre Amina, ..., aún te lloro Amina.



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